La encíclica de León X III Rerum Novarum (I8 9 I) había impulsado a la Iglesia a articular un proyecto de acción social integral capaz de ser alternativa tanto al nuevo orden liberal como a su contestación marxista. El Código Social redactado por el cardenal Mercier en la Universidad de Malinas (I92 0) y la encíclica Quadragessimo Anno (I9 3 I) de Pío X I terminaron por articular la tríada de textos referenciales del catolicismo social de entreguerras. En torno a esa tríada se formó la generación de seminaristas a la que pertenecía Arizmendiarrieta. La industrialización guipuzcoana había seguido desde fines del siglo pasado un modelo muy diferente al de la vizcaína, menos concentrado como el de la Margen Izquierda de la ría del Nervión, más diversificado en inversiones y capitales, y más centrado en mano de obra autóctona, de origen rural y euskaldun, que permanecía vinculada culturalmente a este ambiente, dado que el proceso de cambio tuvo lugar en pequeñas villas, y no en grandes urbes como Bilbao. Se trataba de empresas más pequeñas que los gigantes siderúrgicos bilbaínos, orientadas a la producción de papel, tejido, armas, carruajes, y cerrajería, que precisaban de una amplia proporción de cuadros técnicos.
De la fusión de varias de estas pequeñas empresas siderúrgicas situadas en el valle alto del río Deba había surgido, en 1906, la Unión Cerrajera de Mondragón, empresa dedicada a la producción de laminados, perfiles y chapa, materiales que salían de sus Altos Hornos de Bergara para luego ser convertidos en sus pabellones y talleres de Mondragón en tornillería, cerrajería, ferretería, muebles metálicos y fundición maleable. La empresa se había convertido, a la altura de 1940, en una microsociedad alimentada por una importante red de cantinas, economatos, ligas de seguros, centros educativos, etc. De ella habían nacido otras empresas, como Elma, que fabricaba aparatos domésticos y accesorios de tubería de hierro; o Roneo, filial destinada a la producción de mobiliario de oficina. Éstas y otras empresas empleaban en el Mondragón de la posguerra a dos tercios de la población laboral de la villa, que contaba con cerca de 9.000 habitantes.
Poco después dio forma a un proyecto mucho más ambicioso. La persecución del nuevo orden cristiano que pretendía levantar en Mondragón requería una acción que, tal y como formuló en sus escritos y conferencias de esos años, debía ser esencialmente educativa. Tal acción era doble: transformación moral, hacia una concepción (cristiana) más comunitaria y solidaria del trabajador, y capacitación técnica de éste que facilitase su igualación con el patrono y rompiese la estructura de clases imperante. La primera estaba al alcance de todos gracias a su particular concepción de la Acción Católica; la segunda, no, dado que la Escuela de Aprendices de la Unión Cerrajera cerraba sus puertas a buena parte de la juventud obrera. La enseñanza profesional se convirtió, pues, en el pilar de su obra social en el entorno obrero mondragonés. La redención del obrero no podía hacerse si no era a través de una cuidada y moderna educación técnica. El 10 de agosto de 1943, bajo la divisa filosófica «socializar el saber para democratizar el poder», puso en marcha, con fondos de las empresas de la zona (incluida la Unión Cerrajera), la Escuela Profesional de Mondragón. Los jóvenes más humildes tenían, ahora, la oportunidad de invertir lo único que disponían, el esfuerzo personal, para mejorar su formación. Éstos, además, mientras estudiaban, realizaban prácticas en las empresas de la zona, aplicando sus conocimientos al mundo del trabajo y aprendiendo a ser, a la par, estudiantes y trabajadores responsables. Todos recibían una esmerada educación moral y social, dirigida por él y fundada en una moderna lectura del socialcatolicismo.
Extraído de “José María Arizmendiarrieta y Mondragón: Cooperativismo cristiano y movimiento social”, A. Miguez y F. Molina, Historia del Presente, Vol. II (2008)
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