A nadie escapa la situación que está viviendo el litoral de nuestro país, como consecuencia de la diferencia cambiaria con la República Argentina. Mucho se ha hablado de la crisis de los comercios del litoral ante la avalancha de uruguayos que cruzan los puentes para abastecerse de todo tipo de artículos en la vecina orilla. El gobierno solo ha ensayado pálidas medidas que intentan inútilmente amortiguar el tremendo desequilibrio de precios.
Pero olvidado queda -como siempre- el sector de la hotelería de los departamentos más afectados. Porque para nuestras autoridades el turismo en nuestro país sigue siendo “de sol y playa”; las promociones se lanzan antes del verano y se terminan en Semana Santa; las medidas impositivas destinadas a atraer turistas van de diciembre a marzo o abril. Siempre la costa; siempre el verano. El resto del país, el resto del año, parecen no existir para nuestro Ministerio de Turismo.
La industria hotelera sufrió la pandemia como ninguna otra actividad. Quedó debilitada al extremo. Cuando finalmente un rayo de esperanza aparecía en el horizonte, las políticas cambiarias tanto uruguaya como argentina, la enviaron al CTI. Dólar por las nubes en Argentina y por los suelos en Uruguay dejaron sin ningún mercado turístico a nuestros hoteles: los argentinos no vienen y los uruguayos se van. Hacer turismo en Uruguay es más costoso que hacerlo en cualquier otro destino del mundo, no solo en Buenos Aires o Bariloche.
Un hotel “chico” del interior del país, cuenta con cuatro o cinco funcionarios en forma permanente; uno “mediano” difícilmente tiene más de una veintena de trabajadores; un cinco estrellas supera las cien habitaciones, y seguramente contará entre 150 y 200 empleados. Obviamente el “pequeño” provoca muy poco movimiento en su entorno, tanto con el pago de salarios como en las compras para su abastecimiento. El “mediano” mueve un mayor nivel en esos dos rubros. Y finalmente los “grandes”, serán los que realmente den vida a sus numerosos funcionarios y a los distribuidores de incontable cantidad de productos, no solo por recibir muchos más turistas y en general de mayor poder adquisitivo, sino también porque ofrecen a los pasajeros actividades que prácticamente abarcan todos los rubros.
Así, un hotel suma a su localidad una apreciable cantidad de consumidores que llegan dispuestos a gastar para pasar buenos momentos en sus días de ocio, en restaurantes, comercios, lugares de entretenimientos, etc.
Siendo esta la realidad de las empresas hoteleras, no se comprende por qué el gobierno decretó solo para los hoteles de menor porte las medidas de protección que ha dispuesto para enfrentar la crisis que vive en estos meses la industria de la hostelería. Facturar mucho no significa ganar mucho; tampoco supone un mayor respaldo económico, sobre todo en el interior del país, donde hasta los cinco estrellas son hoteles explotados por una familia o un pequeño grupo de inversores locales.
Economistas de Academia, teóricos de los números, ignoran desde Montevideo la realidad de estas empresas. Pelean cabeza a cabeza con las políticas asistencialistas, intentando ser el gobierno que mayor ayuda brinda a las empresas chicas, sin darse cuenta que la exclusión de las grandes, que son las que dan mayor cantidad de empleo, las convierte en una fábrica de desempleados y futuros desposeídos, encerrándolos en un círculo vicioso de vida, del que tanto cuesta salir.
Se ahoga con impuestos desproporcionados a las empresas que dan más trabajo, en base a esa idea sesentista de que una empresa grande es una empresa explotadora, que gana millones y que siempre puede ser exprimida un poco más. Si así fuera, el Impuesto a la Renta ya sería suficiente para poner equilibrio; pero diferenciar el iva de los turistas, como acaba de hacerse, exonerándolos en aquellos hoteles de menor categoría y castigando con su aplicación a quienes han sabido gerenciar con éxito sus establecimientos, va no solo contra el sentido común, sino también contra el prestigio del turismo uruguayo, que tanto se dice promover. Se iguala hacia abajo. Se castiga la calidad.
Perdiendo un verdadero tesoro que tiene el Uruguay para explotar
Ya han comenzado a cerrar entre semana algunos hoteles del litoral, dejando a sus empleados con retribuciones muy diezmadas, y se rumorea que otros seguirán pronto por el mismo camino, sin descartar una suspensión total de actividades hasta que la situación varíe sustancialmente.
Mientras tanto, se suman decisiones adversas para el turismo, ante la pasividad del Ministerio y la indiferencia de todo el Poder Ejecutivo.
Se proyecta eliminar los feriados largos, anulando el cambio de día de los feriados, único recurso de muchos hoteles en épocas invernales. A los pocos argentinos que se atreven a cruzar el río, se les demora siete y ocho horas en la frontera con la excusa de revisar a los uruguayos que vuelven con sus compras de Gualeguaychú, Concepción del Uruguay y Concordia, como si no fuera posible poner un carril especial para extranjeros. Se exige un seguro de salud contra el covid, que ya ha sido eliminado en todas las aduanas del mundo, y como detalle final, se llena de cámaras que obligan a circular a velocidades de 30, 45 y 50 quilómetros por hora en carreteras internacionales, inimaginable por ridículo en cualquier país del mundo.
Uruguay País de Turismo es un eslogan que ha quedado muy atrás. Los esfuerzos hechos durante muchos años se están desperdigando sin que ninguna autoridad reaccione y haga caer en la cuenta a este gobierno, que se está desperdiciando un verdadero tesoro que tiene el Uruguay para explotar.
Varios son los hoteles que cambiaron de rubro, que se vendieron o que cierran varios días a la semana como manera de sobrevivir. ¿Hasta cuándo seguirá la indiferencia?
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