En torno al 8 de marzo circuló en las redes un meme que mostraba dos imágenes: arriba, el rostro de una presunta feminista con el pelo rojo y una leyenda que decía: “La Iglesia machista desprestigia a la mujer”. Debajo, aparecían Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu Santo, coronando reina a la Virgen María en el cuadro de Diego Velázquez titulado “La coronación de la Virgen”. En este caso, la leyenda decía: “Sí, claro…”.
Y es que la Iglesia, lejos de ser la institución opresiva, machista y patriarcal que algunos imaginan, siempre ha tenido a la mujer en la más alta consideración. Comparada con ciertos puritanismos –religiosos y ateos– que solo recientemente han dado un giro copernicano en su visión de la mujer, hasta parece liberal. Grandes mujeres católicas, capaces y valientes, fueron importantes protagonistas de la Edad Media, sin necesidad de ningún corporativismo sexista: Toda Aznárez, Leonor de Aquitania, Berenguela Berenguer, Santa Juana de Arco, Isabel de Castilla…
Cuando en el Génesis Dios crea al hombre “varón y mujer”, “a su imagen y semejanza”, nos dice que hombre y mujer tienen idéntica naturaleza y dignidad: son seres humanos racionales y libres a los que Dios les ordena someter la tierra y mantener con Él una relación directa, personal.
Previo al nacimiento de Jesucristo, aparecen en los Evangelios como figuras destacadísimas María, su madre, e Isabel, prima de María y madre del Precursor. Con el tiempo, la Iglesia proclamará dogma que María, es la Madre de Dios. ¿Puede haber mayor muestra de reconocimiento a una mujer por parte de la Iglesia? ¡Y es tan sólo una de las cincuenta y tres letanías que dirigimos a la Virgen! ¿Puede haber mayor demostración de veneración por parte de la Iglesia hacia mujeres ejemplares, que los ejércitos de santas –vírgenes, mártires, madres de familia– que pueblan sus altares desde los comienzos del cristianismo?
El Antiguo y el Nuevo Testamento, están plagados de referencias a mujeres. Quién los haya leído reirá a carcajadas cuando la Iglesia sea acusada de “invisibilizar a la mujer”. El propio Jesucristo defiende y salva de la muerte a la pecadora a la que iban a apedrear, y defiende de la maledicencia a la mujer que untó sus pies con perfume. En otro plano, defiende a su amiga María de las críticas de su hermana Marta. Revive a una niña muerta. Cura a una hemorroísa. Resucita al hijo de una viuda. ¡Habla con una samaritana! De camino al calvario, deja grabada su Santa Faz en el velo de una mujer… Ya en la cruz, se ocupa de entregar a su madre al cuidado del apóstol Juan: “Mujer, ahí tienes a tu hijo” (Jn 19, 26-27). Con ese gesto, hace que su madre se convierta en madre de todos los hombres, de todos los tiempos.
¿Y qué es una madre? Un modelo, tanto para sus hijas mujeres como para sus hijos varones. En la contemplación de su madre, las mujeres aprenden a ser mujeres y madres, y en el respeto y el amor a su madre, los varones aprenden a respetar y a amar a sus esposas.
Hablando de respeto: no falta quien acuse a San Pablo de machismo, por decir en la Carta a los Efesios (5, 22-24) que “las mujeres deben respetar a su marido como al Señor, porque el varón es la cabeza de la mujer, como Cristo es la Cabeza y el Salvador de la Iglesia, que es su Cuerpo. Así como la Iglesia está sometida a Cristo, de la misma manera las mujeres deben respetar en todo a su marido”.
Semejantes acusadores, no leyeron el versículo 21 del mismo capítulo, donde el apóstol dice: “Sométanse los unos a los otros, por consideración a Cristo”; o el 25, donde continúa: “Maridos, amen a su esposa, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella, para santificarla”; o el 28 donde remata: “los maridos deben amar a su mujer como a su propio cuerpo. El que ama a su esposa se ama a sí mismo”.
El mandato de amar a la esposa fue un gran avance en un tiempo en que repudiar a la propia mujer era moneda corriente. Pero sigue siendo un enorme avance hoy, donde la falta de compromiso y la consiguiente falta de respeto por el cuerpo y la dignidad del hombre y de la mujer –por parte de ambos integrantes de la pareja– es tanto o más escandalosa que la costumbre de repudiarla.
Quien quiera encontrar en la Iglesia una enemiga de la mujer y de su dignidad, tendrá que esforzarse mucho en tergiversar la historia, el Magisterio y las Sagradas Escrituras. Sin recurrir a la mentira, no hay manera de probar que la Iglesia Católica desprecia u oprime a la mujer.
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