El Observador informa en una nota el fin de semana pasado que el 30% de la energía consumida por Uruguay durante 18 días de febrero fue importada de Brasil. Esto fue posible porque en 2016 se inauguró una estación conversora de electricidad en la ciudad de Melo. Por un tiempo esta inversión permitió exportarle los excedentes de energía a Brasil; pero en estos días el flujo se revirtió y nuestro país logró evitar apagones importando electricidad proveniente del vecino del norte. ¿Qué mejor muestra de vecindad con los países vecinos? ¿Alguien puede cuestionar esta inversión?
Algo similar ocurrió con los parques eólicos, fuente original de los excedentes de energía, pero que permitieron inmunizar los costos locales de la electricidad de las consecuencias del conflicto en Ucrania. Todas fueron inversiones incrementales sobre algo que ya estaba construido y funcionaba. Diferente fue el resultado cuando se intentó hacer una inversión contranatura, como es el caso del fallido proyecto de la regasificadora, que implicaba venderle gas natural a la Argentina, poseedor de una de las reservas más importantes en las Américas. Hay que reconocerle al Ing. Ramón Méndez sus aciertos y, en lugar de ensañarse con el error de la regasificadora, aprender de su error.
Hoy nuestro país se embarca en una carrera por el hidrógeno verde, impulsado por la misma consultora internacional que marca la agenda de la Conferencia de Seguridad de Munich. Vale decir que sus intereses no pueden ser muy distantes a los de los gigantes de la industria pesada franco-germana. Si el interés de Europa se centra en reducir su dependencia de las fuentes de energía, debemos concluir que actuará para que el combustible del futuro se encuentre distribuido y pueda producirse por todo el mundo. Es eso exactamente lo que está haciendo el eje Franco-Alemán, motivo suficiente para concluir que apostar nuestro futuro y nuestro capital en la producción de hidrógeno verde puede no ser favorable a nuestros propios intereses. Salvo que creamos que la consultora internacional que promueve la idea está jugando a favor de los intereses nacionales y no de los europeos. Sería algo inédito en la historia. Equivaldría a creer que la desintegración del Imperio otomano no tuvo nada que ver con el petróleo o que Lawrence de Arabia era un héroe romántico, y no un agente occidental para fomentar una sedición que sirvió de precursora a la fatídica división de Medio Oriente.
Jaime Buchanan
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