“Hay que pensar como hombre de acción y actuar como hombre pensador”.
Henri Bergson
A siete años de la desaparición física del Profesor Nelson Pilosof, afloran a mi mente recuerdos que aún conservo frescos y cuya evocación es la mejor manera de rendir homenaje a quien tanto influyó en mi forma de pensar. A la par de su agudo intelecto fue poseedor de una matizada personalidad, que el devenir de la vida le fue imprimiendo las aristas polifacéticas que conformaban su rica personalidad.
Hice secundaria en el liceo Vaz Ferreira donde comprobé el elevado nivel de la enseñanza pública a que accedíamos los estudiantes de aquel entonces. Luego para cursar preparatorio mis padres me inscribieron en el Liceo Francés (18 de Julio y T. Narvaja) donde tuve el privilegio de tener como docentes a figuras con la relevancia de Oscar Secco Ellauri, Justino Jiménez de Aréchaga, José Enrique Etcheverry, Agustín Beraza entre otros.
Dentro de esa pléyade de personalidades de reconocida solvencia profesional, en filosofía nos tocó Pilosof, un licenciado recientemente egresado de la Facultad de Humanidades que logró en sus clases reconciliar esa materia tan árida y distante para la mayoría, en charlas placenteras. Desde el comienzo del curso, se preocupó en interesar a cada uno de sus alumnos en algún tema, que más allá del programa, le despertara esa afinidad por la sabiduría -es decir la filosofía- cosa que al finalizar el año lectivo cada uno de nosotros hiciera una exposición y presentara una monografía.
A mí me encomendó el estudio de Enrique Bergson, un singular filósofo de la primera mitad del siglo XX. El contacto con este acerado pensador francés provocó en mi vida un fuerte impacto que mantengo hasta el día de hoy.
Todas las personas en ese período tan tumultuoso del ser humano, denominado adolescencia, pueden llevar en potencia ya sea al príncipe Harry (Shakespeare) o el afán de saciar la sed de absoluto escrutando las profundidades del pensamiento. Y admitamos la cohabitación de ambas tendencias.
Bergson con sus sutiles reflexiones sobre la vida y la conciencia humana revolucionó la filosofía de su época e impidió su esclerosamiento. Frases tan paradojales como “El hombre sapiens, la única criatura dotada de razón, es también el único ser que aferra su existencia a cosas irracionales” que aparentemente se contradice cuando afirma: “La inteligencia se caracteriza por una incomprensión natural de la vida”, resultan una bocanada de oxígeno en las neuronas.
A medida que avanzaba en la lectura de sus principales textos más me convencía que la filosofía no puede ser absorbida por la ciencia, porque sus problemas y procedimientos la convierten en una disciplina distinta. Hay que conocer los límites del saber científico. La esencia de la naturaleza humana está constituida por la interioridad, la libertad, la reflexión, que son categorías que escapan al análisis matemático. Para aproximarse al enigma del hombre se necesita un método propio y que escuche la voz de la conciencia.
Aunque su enfoque central no está alejado de los filósofos clásicos, su tesis sobre el tiempo que rechaza el dictamen de las agujas del reloj y lo sustituye por el concepto de duración, es realmente innovadora y revolucionaria. Para este filósofo concebir el tiempo como una sucesión de instantes de la misma duración es el fruto de una operación del intelecto que lo concibe como un cuerpo físico y al “espacializarlo” se materializa uno de los tópicos más sensibles a la percepción de los filósofos de todos los tiempos.
En su obra La Risa, Bergson sostiene un concepto que constituye el leitmotiv de todo su pensamiento. “Sea cual sea la doctrina que abrace nuestra razón, nuestra imaginación tiene una filosofía irrevocable: en toda forma humana percibe el esfuerzo de un alma que modela la materia, alma infinitamente flexible, eternamente móvil, ajena a la gravedad porque no es la tierra la que la atrae…”.
Es en su obra La evolución creadora, donde fundamenta con mayor rigor la distinción entre lo orgánico y lo inorgánico en que la conciencia se impone a la materia. La teoría del impulso vital –l’elan vital– como fuente de toda la vida. Todo narrado en términos muy precisos y con un irreprochable manejo de las palabras. En cierta medida fue el precursor de Teilhard de Chardin y la teoría de Lemaître sobre el Big Bang.
Por algo la Academia sueca le otorgó en 1927 el Premio Nobel de Literatura y no el de Filosofía.
Bergson y Rodó
Ya pasados mis años de estudiante me avoque a la lectura de la obra de José Enrique Rodó, que a pesar de su gran relación con mi familia, seguía siendo una asignatura pendiente en mi haber cultural. No bien me introduje en su pensamiento comencé a encontrar la gran similitud entre el autor de Ariel y el escritor francés.
En un lenguaje muy diferente, claro, pero era obvio que ambos, con gran respeto, reaccionaban contra la escuela positivista. Las ideas de Compte y Spencer en los albores del nuevo siglo ya mostraban signos de envejecimiento.
Me llamo la atención que en las Obras Completas editadas por Emir Rodriguez Monegal en Aguilar, Rodó apenas cita a Bergson una vez, pero lo hace al comienzo, en el segundo capítulo de El Mirador de Próspero titulado Rumbos Nuevos, con énfasis y con convicción. Luego de citar a Renan y Guyau, lo nombra acotando: “Como superior complemento de estas influencias y por acicate de ellas mismas, el renovado contacto con las viejas e inexhaustas fuentes de idealidad de la cultura clásica y cristiana, fueron estímulo para que convergiéramos a la orientación que hoy prevalece en el mundo”.
Lo digo con total sinceridad, si bien antes que rodoniano fui bergsoniano, una postura no hubiera sido posible sin la otra. Y eso se lo debo al valorado profesor de filosofía.
Pasaron los años y muchas veces tuve oportunidad de reencontrarme con Nelson Pilosof que realizó en base a su talento una brillante carrera. Se desempeñó como representante general de la Universidad Hebrea para América Latina y luego fue representante del Instituto Científico Weizmann y no solo para América Latina sino también para España y Portugal y a partir de 1993 se desempeñó como presidente del World Trade Center de Montevideo.
En los numerosos encuentros que mantuve en diferentes recepciones me fui enterando de sus diferentes visitas y distinciones recibidas fuera de fronteras como por ejemplo cuando visitó Veracruz en 2009, se acordó en sesión solemne del Cabildo declararlo Visitante Distinguido.
Su pasión por el tango
Pero otra faceta que no debe pasar desapercibida era su pasión por el canto popular ciudadano.
Me solía invitar a los recitales tangueros que organizaba en Punta del Este y en El Ateneo de Montevideo. Casi siempre sus composiciones las interpretaba Olga del Grossi. Recuerdo una que se llamaba Zaguán de barrio que comenzaba: “Puente entre hogar y vereda/amable símbolo de confianza…/Etapa ineludible de visitas/en incipientes escarceos amorosos,/contorno de íntimas citas/de eventuales futuros esposos…”.
Y también recuerdo aquella letra dedicada a Donato Racciatti: “Paseaste el alma de tu pueblo/en soplo de tu bandoneon…”.
A modo de despedida
Con motivo de la visita a Uruguay del presidente del Banco Santander Emilio Botín, en abril de 2011, se realizó en horas de la tarde una recepción en el Club de Golf. Recuerdo que a la salida del evento Pilosof, venía acompañado de dos señores del mundo de los negocios, que quedaron sorprendidos cuando me llama por mi nombre y me dice “voy a mantener contigo un diálogo bergsoniano, y con una actitud teatral extendió su índice derecho y me expresa: “ves aquel nudo en ese árbol, -señalando el tronco de las casuarinas que están a la entrada del club-, ¿lo ves? lo más importante de eso que ves ahí, es lo que no se ve”. Sus acompañantes no podían disimular su sorpresa. Volviéndose a ellos les dijo, “se trata de un exalumno con el que mantengo una gran amistad”.
Fue una de las últimas veces que tuve oportunidad de conversar con aquel profesor, cuya actividad empresarial no opacaba las profundidades de su espíritu.
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