La ley forestal de Cabildo Abierto (CA), sancionada junto a los votos del FA y el Peri y vetada por el Poder Ejecutivo, nos ha permitido contemplar argumentaciones de diversos francotiradores contra CA. Todas ellas tienen algún denominador común que se descubre con cierta nitidez. Y, a contrario sensu, es dejar en evidencia que CA hizo su irrupción en la política sin la tutela de ningún tipo de lobby económico. La ley que no fue promulgada implicaba un cambio de paradigma en la cuestión forestal, a 33 años de la sanción de la ley madre que fue clave en la hiperexpansión forestal, básicamente para producir pasta de celulosa. Y esto después de tres pasteras, con resignaciones fiscales por un lado e inversiones públicas para coadyuvar con la inversión privada transnacional por otro. Además, debemos sumar el costo de un tren que primordialmente será solamente para UPM, donde todo el paquete ferroviario (tren y vías) nos costará la friolera de unos US$ 2700 millones. Parece no serle admisible para cierto establishment que un partido con tres senadores y once diputados proponga imprimir un cambio de rumbo, poniéndole un consistente marco de límites al lobby celulósico. Creemos que de las cosas más importantes de este hecho político –la ley forestal– es que actualmente la opinión pública está más al tanto de la real dimensión del impulso estatal a la forestación. Paradójicamente, cuando se esboza el principio de libertad, para no hacer nada y dejar todo como está (que es, como se lo ha configurado bajo direccionamiento etático por más de 30 años).
Ahora tiene más eco el repensar si queremos que los mejores suelos del país estén destinados al monocultivo de eucaliptus y si queremos avizorar la posibilidad de una cuarta o una eventual quinta pastera en Uruguay.
Cuando desde el sistema político, y desde la propia coalición de gobierno, algunas voces lo rotulan a CA como kirchnerista, y cuando hasta un exministro de Economía, natural gurú de cierta ortodoxia económica y propietario de uno de los estudios jurídicos más influyentes de plaza se suma a las críticas, hasta el propio Guido Manini Ríos no se puede pasar por alto la circunstancia y vale la aclaración: ¡ni kirchneristas, ni menemistas tampoco!
A modo de sucinta caracterización de una época (aún muy rica para el análisis), dejando claro que somos países con idiosincrasias distintas, de todos modos, hay elementos comunes a la época. El menemismo, sacando el packaging folclórico, implicó una brutal enajenación del patrimonio nacional, la multiplicación del capital de algunos grupos familiares millonarios, que curiosamente ya habían pegado un salto cualitativo importante entre 1976/1983. Consistió, bajo la idea de un trasfondo liberal, establecer la mentira inicial del “uno a uno” del plan de convertibilidad. Es decir, una plataforma ficticia donde un peso tenía igual valor que un dólar. Reflotando la malhadada tablita de Martínez de Hoz. La contracara de tal “fiesta” fue la desindustrialización de la Argentina, el cierre de verdaderas fuentes de trabajo, donde tampoco pudieron contener un déficit ultramaquillado; todo lo cual desembocó en la crisis del 2001, con un presidente desconcertado y acorralado por la multitud, teniendo que abdicar en helicóptero (episodio, que no es razonable explicar solo por la torpeza política y los movimientos ya terminales de De la Rúa).
Los 90’ uruguayos: primer lustro
De este lado del río, no necesariamente tuvimos un “uno a uno” propio, pero sí hubo un brutal atraso cambiario. Sea inflación en dólares o atraso cambiario, más allá del nombre del monstruo, el flagelo fue un brutal azote a la producción nacional. Tal implementación no fue casual, sino deliberadamente aplicada para el combate a la inflación, pero tal inclinación económica no le salió gratis al trabajo nacional, ni al del campo ni al de la ciudad. Hubo ganadores y perdedores también. Para quienes estamos en el agro desde hace varias generaciones, fue una suerte de “primavera checa”. De que en campaña electoral (saliendo de una de las peores sequías de la historia) se le dedicaban loas a la pujanza del agro y su importancia estratégica como sector, su cultura del trabajo, etc… Pero, a la hora de las decisiones había otras prioridades ambientadas en espacios con más aire acondicionado y alfombras rojas. Por ese entonces también se cedió el estatizado Banco Comercial a los hermanos Röhm.
La carne, la lana, los cereales, los lácteos, y lo que una década posterior se conocería como commodities representaban escaso valor por un dólar inducidamente anclado. Vale recordar que era irrelevante el cultivo de soja pues la demanda asiática no era tal. Miles de productores rurales tuvieron que salirse de sus campos, muchos que ya venían malheridos por la famosa “tablita” de 1982. Los lineamientos económicos generales de la época no tenían gran avidez de darle amparo para ellos (¿será por el famoso darwinismo social?). De las industrias que cerraron daría para otro artículo. Pero, como muestra o íconos de aquella época, basta recordar que las góndolas del supermercado se nutrían de duraznos en almíbar y peras de Grecia y la gran novedad era la pasta de papa frita que venían en tubo de EE.UU. Estos detalles ilustran aquel panorama que sacralizaba al consumidor, pero poco importaba si había fuentes de trabajo genuinas, pues tal consumidor no tendría sueldo para bajar “productos competitivos” de la góndola al carrito.
Volviendo a ensillar
Aquellos austeros años del agro uruguayo y de atraso cambiario fueron calentando de a poco una olla a presión, sea por necedad, miopía o pura insensibilidad del sector dirigente, lo que finalmente desembocó en populosas manifestaciones como la del 13 de abril de 1999 en Montevideo, y la confluencia de los más representativos sectores productivos en el 2002, llamada Concertación para el Crecimiento. Menciono estos episodios, perfectamente verificables, para acreditar con hechos que vengo de describir.
Los brokers
Hoy la realidad del agro contrasta mucho con aquella década. Pero, por aquello de que los análisis no deben ser ahistóricos, no sería muy correcto solo observar la fotografía actual.
Sin caer en romanticismo, pero tampoco negando el valor cultural, social y hasta de propia identidad nacional que constituye el campo –que además del medio rural lo conforman los pueblos circundantes que se retroalimentan en todo sentido–, el mismo no puede reducirse a la opinión de algunos intermediarios por más exitosos que estos sean en lo comercial. Recientemente en tertulias radiales o suplementos dominicales, consignatarios o tomadores de plata, aglomeradores de portfolio han salido con los tapones de punta a atacar tanto a la ley forestal como al propio líder de CA. Una precisión inevitable es que no deja de resultarnos curioso que quien posee un notorio éxito económico, y hace un uso ampuloso del mismo ya de por sí lo faculta a hablar en forma tutelar de las actividades productivas, dando por sentado que su mirada contempla el bien común tanto en lo inmediato como en el largo plazo. No es fácil, para quien es el baqueano en ver la oportunidad, el ser el más filántropo concomitantemente (No es “pa’ cualquiera calzar esa bota…”). Nota aparte sería el hecho de que quienes han edificado su importante sitial comercializando semovientes, terminen bregando por cada vez menos espacio para las vacas…
Tanto a los intermediarios de fuste del agro como al renombrado abogado lobbista ya citado no se le puede pedir expectativas artiguistas. Seguramente para ellos, con que cierren los números macro es más que suficiente. Cuestiones como el afincamiento de la gente de la campaña, una equidad tributaria intra sectores, que el Estado ayude proporcionando tierra a pequeños productores y cooperativas de productores, por ejemplo que el mismo caudal de leche sea producido por un montón de productores familiares en vez de por cuatro o cinco grupos trasnacionales, son cosas que según de quienes vienen le deben de resbalar por completo.
Obviamente, tampoco van a hacer causa común con CA en cuanto a luchar para mitigar los problemas de la usura ni ponerle algún tipo de límite a los beneficios tributarios de las zonas francas.
Por lo cual cuando desde cierta derecha ensayan ácidas críticas a CA, es imprescindible dejar en claro que no somos kirchneristas, pero menemistas tampoco.
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