¡Guardaos de hablar de dones naturales, de talentos innatos! Podemos citar hombres grandes de todo género que fueron poco dotados. Pero adquirieron la grandeza, se convirtieron en “genios” (como se dice) por cualidades que no nos gusta reconocer que carecemos de ellas: todos ellos tuvieron esa robusta conciencia de artesanos, que comienzan por aprender a formar perfectamente las partes antes de arriesgarse a hacer un todo grandioso; se tomaron tiempo para ello, porque les gustaba más el buen resultado del detalle, de lo accesorio, que el efecto de un conjunto deslumbrador.
La receta, por ejemplo, para que un hombre llegue a ser un buen novelista es fácil de dar, pero la ejecución supone cualidades que se suelen perder de vista, cuando se dice: “No tengo bastante talento”. Hagamos mil y más proyectos de novelas, que no rebasen de dos páginas, pero escritas con tal propiedad que toda palabra sea necesaria; escribamos cada día anécdotas, hasta que se aprenda a hallar la forma más plena, más eficaz; seamos infatigables en recoger y pintar tipos y caracteres humanos; relatemos ante todo, tan a menudo como sea posible y escuchemos los relatos con oído atento para percibir el efecto producido en los demás oyentes …; reflexionemos, en fin, sobre los motivos de las acciones humanas, no desdeñemos indicación alguna que pueda instruirnos y coleccionemos cosas semejantes día y noche.
¿Qué hace, por el contrario, la mayoría? No comienzan por la parte, sino por el todo. Tal vez den alguna vez en el clavo, llamarán la atención, y desde entonces darán cada vez más en la herradura, por razones muy naturales. A veces, cuando la inteligencia y el carácter faltan para formar este plan de vida artística, el destino y la necesidad son los que ocupan su lugar y conducen paso a paso al futuro maestro a través de todas las exigencias de su oficio.
Friedrich Nietzsche, en “Humano, demasiado humano”
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