En su edición del 2 de octubre de 2019, La Mañana encabezaba uno de los editoriales con el título La tacita del Plata fracturada, haciendo referencia a la famosa expresión en la canción “Mi Montevideo” que Romeo Gavioli hiciera famosa en la década del ´40. “Todos los días se nos desvanece un poquito aquel Uruguay feliz de nuestros primeros años que alcanzó su momento culmine cuando nuestro país lograba consagrarse campeón mundial de fútbol por cuarta vez en Maracaná, justo en el año que el siglo XX cumplía su primera mitad. A ese torrente de euforia colectiva se lo amplificaba con aquella marchita pegadiza que cantaba Romeo Gavioli: ‘Montevideo, bella tacita del Plata…’”, arrancaba la columna.
En aquella ocasión recordábamos que el activo más importante que poseía Uruguay no se limitaba a sus glorias futbolísticas, sino que incluía primaria y fundamentalmente el prestigio de sus instituciones, en particular la credibilidad de su ordenamiento jurídico. Por aquella época el fiscal Rodrigo Morosoli se había enroscado en una campaña judicial contra el entonces candidato a presidente por Cabildo Abierto, el Gral. Guido Manini Ríos. “El desborde de poder que implica que se utilice a la Fiscalía para acusar a un candidato, que se perfila en franco ascenso, a un mes del acto eleccionario, marca un hito sin precedente”, escribíamos entonces, y lo seguimos manteniendo. El excomandante en jefe del Ejército era un adolescente cuando ocurrieron los hechos que perseguía el fiscal, por lo cual la causa no tenía ningún sentido más que afectar sus posibilidades políticas.
Por aquella época no era políticamente correcto atreverse a cuestionar el accionar de la Fiscalía. Cualquiera que lo intentara lo hacía a su propio riesgo, garantizándose de inmediato una andanada mediática plena de acusaciones de “antirepublicanismo” por parte de medios, que, a pesar de declararse independientes, repetían de forma improbable y al unísono el mismo acorde. También es verdad que al sistema político no le servía el ascenso del novel partido, que era atacado por izquierdas y derechas, por arriba y por debajo.
Pero cuatro años después se constata con claridad que el mismo sistema político que sermoneaba a Cabildo Abierto por cuestionar a la Fiscalía, hoy va demostrando con timidez voluntad de intentar expresarse con mayor libertad. Seguramente tenga que ver con los episodios relacionados a los casos de Astesiano, Marset y los que le siguieron. También la mediatización creciente de algunos exfiscales ha arrojado suficiente luz sobre el funcionamiento de la Fiscalía como para advertir que algo no está bien con tan importante institución pública, a la cual el nuevo Código de Proceso Penal le otorgó tal discrecionalidad que en ocasiones daría la impresión que tiene mayor poder que el Poder Judicial.
Pero los problemas no se limitan a la Fiscalía. En los últimos días la noticia de un narcotraficante escapado de prisión sacudió a la opinión pública. Resulta que el señor había sido procesado en junio del año pasado luego de ser descubierto con 420 kg de cocaína en su ambulancia. El detalle que pasó desapercibido es que el sujeto se había hecho beneficiario de la prisión domiciliaria, en virtud de una dolencia que no lo afectaba en su actividad habitual –conducía una ambulancia llena de droga– pero que no le permitía ir a la prisión. Certificado médico mediante, terminó en la casa con tobillera. El resultado, más que esperable, era esperado: el hombre se fugó.
La de Morabito al menos fue una fuga desde una cárcel. Se puede aducir incapacidad, corrupción, o cualquier otra cosa, pero la fuga fue real…todos pudimos apreciar la banderola por la cual se escapó. Y a pesar que justo ese día las cámaras no estaban activas –las había solicitado un fiscal–, el testimonio de la vecina, la propietaria de la banderola, le dio credibilidad mediática al incidente. Morabito se había escapado, no había dudas…
La fuga reciente del narco de la ambulancia entra más en el terreno de lo surreal, como si estuviéramos contemplando un cuadro de Magritte. El hombre rompió la pulsera y se fugó.
En este caso no nos queda más remedio que pensar en el tratamiento asimétrico hacia los militares, policías y civiles presos en Domingo Arena, a los cuales se les niega la posibilidad de la prisión domiciliaria, sin siquiera entrar en las cuestiones de fondo que indican que no deberían estar presos.
Sin embargo, este temprano y flagrante extremo de violación a la voluntad ciudadana debería haber servido de alerta de que algo andaba mal en el funcionamiento de las instituciones republicanas. También es verdad que la mayoría parlamentaria de la coalición de Gobierno hubiera permitido enmendar el error. Pero por el motivo que fuera, no existió voluntad política y hasta el día de hoy seguimos conviviendo con procesamientos ostensiblemente inconstitucionales de ciudadanos.
Lo absolutamente cierto es que el verdadero enemigo de la república se encuentra al acecho y observa con atención cualquier atisbo de debilidad por parte de las instituciones diseñadas para proteger al Estado. Pero si antes el enemigo tenía la forma de Estados extranjeros con voluntad de romper nuestra “tacita del Plata”, hoy la ciudadanía sufre insidiosamente el accionar de redes criminales internacionales que se pasean por nuestro país como perico por su casa. Y para colmo de males, mientras mantenemos encerrados a septuagenarios y octogenarios combatientes del conflicto anterior, mandamos a los actores de ese formidable adversario actual que es el narcotráfico a la casa con pulsera electrónica. Justo del tipo que se pueden sacar fácilmente…
Con estas condiciones, cualquier actor racional –y vaya que los narcotraficantes lo son– concluiría que nuestro país no solo es una buena base de operaciones en virtud de las posibilidades que ofrece su red logística, sino también por las facilidades que ofrece en caso de tener la mala fortuna de caer preso.
Los eventos ocurridos en la gestión de la Comisión Técnico Mixta de Salto Grande nos deberían también servir de advertencia de los problemas de mantener enclaves extraterritoriales fuera de la supervisión efectiva del Estado. Hoy son las contrataciones y los sueldos abusivos; pero ayer fue un parque de producción de cannabis en las proximidades del Río Uruguay del cual hasta el día de hoy no sabemos a ciencia cierta a quién pertenecía ni qué pasó con él. La simple observación indica que las fronteras resultarían agronómicamente más atractivas para la producción de cannabis…
A esto se agrega que en los últimos tiempos se ha evidenciado un cierto furor por convertir al Uruguay en un centro internacional de juego online, impulso visiblemente respaldado por un empresario cuyo gran mérito en nuestro país hasta ahora ha sido demoler con éxito un icónico e histórico hotel de Punta del Este. Todo indica que si no hacemos algo diferente a lo que venimos haciendo en los últimos años, nuestra tacita del Plata terminará convirtiéndose en el Macao del Cono Sur. Y con ella se irá al suelo esa visión tan enaltecida que tenemos de nosotros mismos.
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