Hemos visto, ya no con sorpresa porque desde hace tiempo nada nos sorprende, que la Comisión de Industria de la Cámara de Senadores aprobó por mayoría un nuevo nombre a la antigua represa Gabriel Terra.
Cuando nos enteramos de que se estaba gestionando un nombre, pensamos que se le devolvería su legitima denominación. En efecto, si no hubiera sido por Terra, habríamos tenido esa represa… o no.
La especulación no aportaría nada, porque el hecho es que la represa y el nombre del doctor Gabriel Terra están indisolublemente ligados. Es de estricta justicia que ese hecho incontrastablemente histórico sea reconocido.
El primer movimiento llevó la firma del doctor Tabaré Vázquez, como despedida. Del mismo modo, como despedida, elevó al cien por ciento ciertas pensiones hereditarias.
¿Cuál habría sido la intención de esta modificación onomástica? Claro ejemplo de lo que los historiadores llaman damnatio memorie. Dañar la memoria. En este caso, no se trata de la memoria del extinto, sino de la memoria de la sociedad. Se le escamotea la verdad.
De la lectura de las actas surge con claridad que algunos de los senadores que adoptaron la decisión ni siquiera sabían que a la represa el gobierno frenteamplista le había cambiado el nombre por el de Rincón del Bonete. En verdad, la central hidroeléctrica también era conocida con ese nombre.
Pero no fue el gran bonete quien hizo construir la represa, sino Terra.
Supusimos, con ese atisbo de inocencia que no todavía nos queda, que el gobierno, cuya mayoría contribuimos a votar, iba a hacer justicia. En ese y otros campos. Ilusiones que van rodando deshechas por la arena…
Nada podemos hacer para evitarlo, solo emitir este silencioso grito de tinta. Ya el gobierno del FA allanó la tarea. Triste es constatar, una vez más, aquello que queda como esencia del libro del príncipe de Lampedusa: cambiar algo para que todo siga como está.
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