Hoy se conoce como “generación de cristal” a cierto grupo de niños y adolescentes especialmente sensibles y sentimentalmente frágiles, en buena parte como consecuencia de la enorme influencia que en ellos han ejercido –desde la cuna– las nuevas tecnologías y, en particular, las redes sociales. La influencia cultural de la familia, la escuela, la Iglesia, el barrio, la comunidad real en el que se desenvuelven parecen haber ido quedando en un segundo plano, puesto que buena parte de sus vidas gira en torno a lo virtual. Y virtualmente adhieren, sin mayor reflexión, a todo tipo de causas más o menos sensibleras, con frecuencia opuestas a la ley natural y al más elemental sentido común.
En este contexto, vale la pena recordar la fortaleza y el coraje de Dionisio Díaz, nacido en Pueblo El Oro (hoy Mendizábal), departamento de Treinta y Tres, el 8 de mayo de 1920. Dionisio era hijo natural de María Luisa Díaz y Quintín Núñez. A los 9 años de edad se convirtió en el segundo héroe civil de nuestra Patriai, al sacrificar su vida para salvar a su hermana Marina, de 15 meses.
El pequeño Dionisio vivía con su madre, su tío Eduardo Fasciolo, su abuelo Juan Díaz y su hermana pequeña, Marina Ramos Díaz, en una pequeña chacra propiedad de la familia. Aunque no falta quien la cuestione, la historia oficial dice que la noche del 9 de mayo de 1929, el abuelo de Dionisio se volvió loco y mató a su madre –que estaba acostada en la cama– con un facón, sin mediar palabra.
El niño trató de proteger a su madre y recibió tres puñaladas: una en el vientre, otra en la ingle y un corte en un brazo. Corrió a buscar a su tío y el abuelo también lo atacó. Eduardo, herido de muerte, le aconsejó a Dionisio esconder a su hermana hasta el amanecer y luego llevarla al pueblo. Dionisio obedeció. Al despuntar el alba, cubriendo sus heridas con una sábana, alzó a su hermana y a pie cubrió los nueve kilómetros que separaban la chacra del pueblo. Dejó a su hermana en el Destacamento de Policía y relató lo sucedido. El médico que lo vio ordenó su internación inmediata en el Hospital de Treinta y Tres. Pero el viaje no pudo concretarse enseguida y Dionisio falleció durante el traslado.
Dionisio Díaz es un magnífico ejemplo de coraje, de entrega y de amor fraterno. Gracias a él, su hermana Marina vivió hasta los 96 años de edad. El valor de Dionisio nos lleva a concluir que pesar de la rudeza del ambiente en que vivía, actuó como lo hizo porque había sido educado en el amor.
Las dramáticas y rápidas decisiones que tuvo que tomar Dionisio a su corta edad nos interpelan. Son una lección de amor, de valentía y de cumplimiento del deber hasta las últimas consecuencias. En un tiempo en que los hombres acostumbran a pensar sólo en sí mismos, en que los más jóvenes se ofenden y lloran por lo que consideran injusto, Dionisio nos enseña a pensar en nuestros deberes para con los demás, para con nuestra familia, para con nuestra sociedad.
También nos invita Dionisio a crecer en respeto y amor a los niños… que si bien no están llamados a semejantes sacrificios, a veces pueden darnos lecciones de un valor inigualable.
Por último, ante la tragedia de una hija asesinada por su propio padre, no deja de ser ejemplo la conducta de un hermano varón que entregó su vida por salvar a su pequeña hermana. Dionisio también nos enseña el trato amoroso y lleno de ternura que los varones debemos brindar a las mujeres, en particular, a las de nuestra propia familia.
Al decir de Serafín J. García: “Dionisio Díaz sobrepasó la epopeya y desbordó la leyenda con su hazaña. ¿Qué héroe de su talla nos han proporcionado alguna vez la historia o la literatura?
Él dignificó con su estupenda oblación toda la especie humana. Y, más, concretamente la raza, la querencia. Por eso corresponde ensalzarlo en el lenguaje ancho y puro del amor, que fue el único lenguaje que supo hablar su alma y repetir después su sangre prodigiosa.
Un acto de heroísmo infantil de las dimensiones del que protagonizara Dionisio, dentro de un medio de características rudas y casi primitivas como el suyo, tan paupérrimo en el aspecto social como en el cultural, no puede tener par, repetimos, en toda la historia de la humanidad”.
¿Algún día te veremos a ti pequeño Dionisio, elevado a los altares, como don Jacinto Vera?
[1] El primero había sido Atilio Pelossi, obrero y electricista que fallecido en 1925 al intentar salvar de un incendio a la joven Asunción Muñoz.
TE PUEDE INTERESAR: