Es tarea ardua concretar en un programa inicial la misión que se propone desenvolver un diario moderno. Esa misión vasta, compleja, que aspira a la casi universalidad de los temas, a la generalización de los conocimientos, al dominio más completo de la vida de la actualidad que está todavía sujeta a los peligros de la improvisación y a los azares de los acontecimientos.
La Mañana aspira a la permanencia. Se ha fundado y organizado sólidamente respondiendo a principios políticos, económicos y sociales de un grupo determinado de ciudadanos que han entendido dar a su causa lo mejor de sus entusiasmos y lo más puro de su desinterés. No siéndonos posible trazar desde luego un criterio inflexible con que se deba tratar los asuntos de la cosa pública en un futuro que nuestra aspiración prevé largo, nos limitaremos pues a señalar cuáles son las posiciones que en la actualidad ocupará nuestra hoja de ruta en el cotidiano debate de las ideas.
En pocas palabras, podríamos concretar nuestra actitud. Nuestro programa del presente es, en efecto, exactamente el que el riverismo llevó como bandera electoral a los históricos comicios del 30 de julio de 1916. Programa de alta probidad política, de sanos principios económicos, de amplias y prácticas realizaciones sociales, es todavía una plataforma que concreta las más sentidas aspiraciones del país, y cuya defensa se hace más necesaria en el presente.
El 30 de julio el pueblo se pronunció categóricamente. Se pronunció por ciertas normas de moral cívica y de libertades públicas; se pronunció también, más inequívocamente todavía, por principios de gobierno a aplicarse en la reforma constitucional, que había motivado la convocatoria de la opinión plebiscitaria.
La ola cívica que supo ser ejemplarizante fue más formidable todavía porque se jugaba entonces el futuro institucional del país.
Todo el inquietismo legislativo en materia económica y social estuvo también de manera principalísima en tela de juicio. El espíritu de novelería y el afán de captarse votos entre las clases desheredadas de la fortuna, por ser las más numerosas, llevó a los próceres del situacionismo a pretender transformar al Partido Colorado en lo que entonces llegó a denominarse por ellos mismos “Socialismo sin bandera”, fórmula que concretaba un plan amorfo de reformismo a todo transe de nuestra legislación social y económica, de violencia de las costumbres, ataque a las tradiciones y agresión a todos los intereses. Los pontífices del inquietismo creían que se formaba así en las clases trabajadoras una vastísima clientela electoral. […]
Y el 30 de julio triunfó con los vencedores toda una tendencia social y económica. Esa tendencia que sustancialmente aspira a asegurar los intereses financieros del Estado, pero en armonía con los de la producción nacional, que quiere mejorar la situación económica de las clases menos dotadas, pero evitando perjudicar las industrias y el comercio que es indispensable proteger, lejos de perseguir, en un país que está en pleno desenvolvimiento de sus medios de riqueza, es la que patrocinará nuestro diario. A ella consagraremos parte principal de nuestras energías.
No terminaremos sin referirnos a una cuestión que la actualidad universal ha colocado en el primer plano de las preocupaciones para la prensa del continente. Aludimos a las complicaciones internacionales provocadas por la inmensa contienda bélica que ha conflagrado la casi totalidad del hemisferio norte del planeta. La solidaridad cada vez mayor de los vínculos internacionales, morales, políticos y comerciales hace que un conflicto de semejante magnitud, tal vez nunca soñado por los siglos, tenga repercusión necesaria aún en los países que, por situación geográfica y por razones históricas, parecían más alejados de la catástrofe.
La gran República del Norte interviene en la contienda en nombre de la democracia y de la humanidad. Ya no se trata, pues, del conflicto europeo, ahora está en juego esa fuerza internacional nueva y formidable que representa el panamericanismo.
La solidaridad de todo nuestro continente queda desde ahora vinculada al desarrollo y las soluciones de la guerra, y dentro de aquella, nuestro país, como los demás de América, aunque no intervenga directamente en los sucesos, ha dejado de manera irrevocable de ser un indiferente.
Hemos esbozado con rapidez y con mesura los puntos principales a los que se dedicará nuestra acción periodística. No entendemos la causa que hemos abrazado sino en perfecta compenetración con los intereses superiores del país. A estos y no a otros consagraremos todas las energías de nuestros entusiasmos.
Fragmento del primer editorial del diario La Mañana del 1º de julio de 1917, escrito por Pedro Manini Ríos, que no solo fue fundador de este medio de prensa, sino también director, editorialista y creador de la famosa sección de actualidad extranjera que él mismo inauguró.
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