Hace unos días tuve un par de intercambios en Facebook bastante singulares. El primero se produjo tras colgar en mi muro una imagen de la película “Sonidos de libertad” en la que aparecen dos hombres de pie, uno de ellos con un niño en brazos. Alguien me preguntó por privado si el niño que aparecía en la imagen era un “bebé de probeta”. Y a continuación comentó: “No existe el sexo femenino ni para portar la semilla humana. Lindo mundo, ¿solo de hombres?”.
Según pude entender, esta persona creyó que la película trataba sobre una pareja del mismo sexo que estaba criando un niño, cuando en realidad, se trata de un detective que rescata a un niño de una red de traficantes de menores. El nombre de la película y el nombre de su protagonista estaban en la imagen y era muy fácil averiguar de qué iba consultando a “Mr. Google”. Pero parece que es más fácil opinar sin fundamento que investigar, antes de enviar un mensaje…
El segundo intercambio se debió a que puse en mi muro una imagen de “Santiago Matamoros”. Y una persona comentó: “No entiendo cómo se considera Santo a alguien por matar a moros!!!!”. (…) “No me parece que se nombre Santo a alguien por matar a los que opinan distinto!!!!”.
¿Es cierto que la Iglesia católica nombró santo a Santiago por matar moros? Rotundamente, no. La historia de “Santiago Matamoros” comienza con el apóstol Santiago, quien, según una antigua tradición, habría viajado a Hispania para predicar el Evangelio por mandato de Jesucristo. En su camino, la Virgen María se le habría aparecido sobre un pilar. Luego, habría muerto decapitado durante las persecuciones contra los cristianos ordenadas por Herodes Agripa I. Otra tradición cuenta que el cuerpo de Santiago estaría enterrado en Galicia, en el lugar al que durante siglos se dirigieron las peregrinaciones del Camino de Santiago y que, con el tiempo, llegó a llamarse Santiago de Compostela.
El islam apareció recién en el siglo VII d.C. En el siglo VIII, los moros se apropiaron a sangre y fuego de casi toda la península ibérica. Los pobladores cristianos de la vieja Hispania comenzaron su Reconquista en el siglo VIII y la terminaron en el siglo XV.
En una batalla que se libró en el siglo IX, al rey Ramiro I se le apareció en sueños el apóstol Santiago y le comunicó que había sido nombrado por Dios como Santo Patrono de las Españas. Cuenta la leyenda que Santiago animó a Ramiro al combate contra los moros y le dijo que invocara su nombre en la batalla.
Ramiro venció y de ahí nació la invocación de “Santiago Matamoros” por parte del pueblo; de un sueño, de una victoria y de una leyenda que se funde con la historia. Queda claro entonces que el apóstol Santiago jamás mató a ningún moro –nació seis siglos antes que Mahoma– y la Iglesia nunca lo canonizó por matar moros… Una vez más, parece que es más fácil opinar sin fundamento que investigar un poco antes de emitir un juicio.
En las redes se pueden encontrar miles de casos similares, porque nos hemos acostumbrado –y me incluyo, porque me ha pasado– a opinar sin chequear la información. Es muy fácil hacerlo, pero por pereza o porque confiamos demasiado en nuestro juicio o en el de quien nos envió un mensaje, con frecuencia nos olvidamos de verificar.
Lógicamente, todos nos podemos equivocar: nadie es perfecto. Pero como adultos, debemos ser responsables y ello implica tomar conciencia de dos cosas. En primer lugar, de la necesidad –y la importancia– de verificar la información –y en lo posible las fuentes– antes de transmitirla a otros. Si no lo hacemos, es muy posible que terminemos quedando en ridículo. En segundo lugar, la necesidad de actuar con honestidad intelectual: si nos equivocamos y nos muestran evidencia cierta que contradice nuestra opinión, lo razonable es rendirnos ante ella y admitir nuestro error.
La libertad de expresión, la libertad de opinar y la libertad de discrepar no nos habilitan a decir que el sol es negro, que son posibles los círculos cuadrados, o que dos más dos es igual a siete y medio, y al mismo tiempo esperar que se nos tome en serio. Hay disparates que son totalmente inconciliables con la realidad.
Parece necesario, por tanto, que al momento de criticar –en las redes o fuera de ellas–, lo hagamos con un mínimo de fundamento –histórico, científico, etc.– y con responsabilidad, más que en base a las primeras impresiones o sentimientos que nos provoca una afirmación de un tercero.
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