Mucho nerviosismo viene generando el aumento de casos positivos de Covid en nuestro país.
Europa que desde hace más de un mes ha comenzado a aplicar la vacuna, se enfrenta a una situación no prevista por nadie. Es lo que se denomina la tercera ola de la pandemia.
Varios países volvieron a recurrir al confinamiento domiciliario y al toque de queda cuando todos creían que esas, eran instancias ya superadas.
En Alemania las medidas para reducir contactos se prolongarán durante febrero o marzo, y la canciller Angela Merkel, advirtió que vienen entre ocho y diez semanas muy duras.
Francia impuso toque de queda a las 18:00 horas en todo el país y se aplicará durante al menos 15 días.
Portugal vuelve al confinamiento, cerrará todo el comercio no esencial y el hotelería. Se prevé que las medidas tengan que alargarse hasta mediados de febrero, pero los colegios permanecerán abiertos y estarán permitidas las ceremonias religiosas, a diferencia de lo sucedido en marzo y abril. Italia también extenderá el estado de emergencia hasta finales de abril y se prohibirá la movilidad entre regiones.
En España el gobierno intenta un endurecimiento de las medidas, pero no se anima a volver a confinar a los ciudadanos en sus domicilios. Allí los ánimos están muy caldeados y reaparece el viejo perfil levantisco, que subyace en la genética de un pueblo celoso de sus fueros. El jefe del gobierno Pedro Sánchez se saca el lazo, recalcando que son las comunidades autónomas las que tienen competencia sobre la Sanidad.
Y por ahí vuelven a despertar las prerrogativas que eran tuteladas por los cabildos de antaño…
¿Y aquí qué ocurre?
Por un lado, coincidimos con el trato acertado y prudente con el cual, desde el principio, el gobierno manejó este tema.
Sin embargo, a mucha gente le cuesta entender la demora en el anuncio de una fecha cierta para comenzar la vacunación, cuyo solo anuncio actuaría como sedativo social. Un verdadero placebo que aumentaría las defensas de toda la población.
Nuestros vecinos y socios del Mercosur no perdieron tiempo en desojar margaritas y negociaron con premura hacerse lo más rápido posible, de un producto, que los científicos de cualquier latitud lograron en una carrera contra el reloj.
Argentina cerró trato con el producto ruso (Sputnik V) y Brasil ensayó una joint venture con China a través de su histórico Instituto Butantan. Ambos ya han comenzado su campaña de vacunación.
No hay duda que el ser humano no se agota en un montón de reacciones físicas y químicas. Es mucho más complejo que eso. Su mente juega un rol fundamental y seguramente juega un rol primordial sobre lo físico, como lo demuestra en su libro, La incógnita del hombre, el sabio francés Alexis Carrel. Este premio nobel de medicina, el precursor de los trasplantes de órganos, dedicó su vida de investigador científico e innovador en la cirugía, a estudiar este complejo fenómeno de interrelación entre cuerpo y espíritu.
En toda esta historia de la pandemia hay que aceptar la existencia de dos campos, por un lado, el componente físico, visible, palpable y fácil de cuantificar tanto en el número de los afectados como de sus víctimas fatales. Pero no podemos ignorar el otro componente, que abarca un territorio mucho más extenso de la población, que ha comenzado a expresar un deterioro psíquico.
No por difícil de cuantificar se debería ignorar sus dañinas consecuencias, donde sus víctimas superan con creces las que ocasiona en forma visible el daño viral.
Llevamos casi un año de aislamiento, sin reuniones, y aunque suene mal, sin festejos, ya sea cumpleaños, casamientos, fiestas juveniles. Frívolo sería entrar a priorizar los perjuicios económicos antes que los humanos. De abuelos sin contacto con sus nietos. De gente mayor, asustada, amedrentada y confinada dentro de reducidos apartamentos y encerrados en los límites del país, sin poder liberar siquiera la imaginación, aunque más no sea para acariciar la idea de un viaje futuro, real o ficticio, breve o prolongado que los haga soñar.
Y lo más aciago sin poder rendir el homenaje postrero a los muertos en esos encuentros sociales llamados velorios. Y para rematar, en los últimos tiempos las Iglesias cerradas, frustrando la posibilidad de comunicación con lo trascendente…
Parece mentira, que los vínculos que hacen la esencia de ese animal social que llamamos hombre -que ya venía orquestadamente golpeado por los vientos del individualismo postmoderno- los termine marchitando esta pandemia.
Cuando inexorablemete esta pesadilla pase como siempre ocurrió. ¿Habremos avanzado en el reencuentro solidario con nuestro prójimo?
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