Cuando a fines de los años ´90 mi esposa estaba embarazada, yo veía mujeres embarazadas por todos lados. Cuando tuve una Mehari, veía Meharis por todos lados. Ahora que estoy leyendo la biografía de Santo Tomás de Aquino escrita por Chesterton, veo paradojas por todos lados…
Resultan paradójicas, por ejemplo, las grotescas críticas que despiertan los comentarios de personas que osan juzgar los actos de un tercero. Siempre aparece un maestro ciruela clamando: “¿Quién es usted para juzgar?”. Y a renglón seguido: “¡Usted carece de empatía! ¡Su actitud es deplorable!”. Pero claro… ¡eso no es juzgar! ¿O sí?
Entrando en temas más serios, a diario uno se encuentra gente que desprecia el matrimonio. Lo considera una institución perimida y obsoleta, opresiva y castradora, cercenadora de libertades… “¿Casarse? ¿Para qué?”, dicen, “¡son sólo papeles!”. Sin embargo, esos mismos son los primeros en promover –ferozmente– la aprobación de las más variadas formas de “matrimonio”… En otras latitudes, hasta se han visto casamientos de personas con animales, con muñecos y hasta consigo mismos (en estos casos, lo complicado puede ser el divorcio…).
Otros, dicen estar muy preocupados por el embarazo adolescente… Sin embargo, son los mismos que erotizan a los niños sin necesidad alguna, desde su más tierna infancia. Paralelamente, hay quienes afirman querer resolver el problema de la seguridad social, pero en lugar de promover los nacimientos, aprueban todo tipo de políticas antiprocreativas.
La sociedad a menudo se escandaliza cuando se entera de adolescentes que desarrollan conductas violentas, que caen en las drogas o que en casos extremos llegan al suicidio; sin embargo, no parece haber suficientes padres y políticos preocupados por el fortalecimiento y la unidad de la familia. Las uniones de hecho y los divorcios superan a los matrimonios, cuando son estos últimos los que dan mayor estabilidad psicológica y equilibrio emocional a los hijos.
Además, dejar las riendas de la educación de los hijos casi enteramente en manos de terceros tiene sus riesgos. Sobre todo, cuando nuestro sistema educativo no tiene claro qué es el hombre (un ser creado a imagen y semejanza de Dios) y, por tanto, no entiende que la educación no consiste esencialmente en enseñar a hacer, sino que lo principal es enseñar a pensar, para poder conocer, amar y servir a Dios en esta vida y en la vida eterna. Y al prójimo como a uno mismo.
Otra cosa que sorprende es el creciente número de personas preocupadas por los derechos de los animales. Hay imágenes de parejas que sacan a pasear un repollo atado de una correa; y gente que hace “equitación vegana”, montada en caballitos de juguete, dando saltitos, superando obstáculos y obteniendo aplausos… Sin embargo, estas personas –aparentemente hipersensibles– no se inmutan en lo más mínimo cuando la ONU propone declarar “derecho” al aborto, una práctica en la que se le quita la vida a un ser humano inocente, absolutamente incapaz de defenderse.
A veces parece que para las Naciones Unidas toda la libertad se redujera a la aprobación de un interminable rosario de “derechos”, muchos de los cuales, objetivamente, no son tales. ¡Y guay de quien ose proponer su derogación! Apenas se aprueba una ley, el asunto queda “laudado” y se cancela inmediatamente todo cuestionamiento posterior. En este contexto, si un médico que estudió para salvar vidas recomienda a una paciente de un centro de salud estatal no abortar, hasta puede terminar sumariado…
Y es que la libertad de pensamiento y de expresión no lo son para todos: es un hecho que quienes claman por sus “derechos” y la van de “transgresores” suelen someter a una feroz “cancelación” a quienes desde una línea de pensamiento más o menos conservadora, discrepan con la hegemonía “liberprogre”. Quizá por eso muchos medios suelen tildar a los referentes de “derecha” de “ultraderechistas”; mientras que los terroristas más extremos jamás pasan de ser la “izquierda moderada”.
Así, mientras los parlamentos aprueban un capricho tras otro, los derechos más esenciales pueden ser brutalmente avasallados si a los dueños del mundo se les ocurre encerrarnos en casa, ya con la ridícula excusa del cambio climático, ya con la patética promesa de que no tendremos nada, pero seremos felices.
Si algo abunda en estos tiempos, son las paradojas. Es difícil hacerlas entrar todas en una sola columna. Pero quizá, unas pocas sirvan para descubrir otras muchas…
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