El sábado pasado la empresa Cinter anunció que ese mismo día finalizaría sus actividades productivas en el país. El resultado inmediato: una tradicional industria metalúrgica con 65 años de existencia cerrada, 150 trabajadores que pierden sus empleos y una producción que se traslada al extranjero. El motivo: su pérdida de competitividad en Uruguay en relación a otros países. Con esta empresa del barrio Peñarol se va una de las últimas fábricas de componentes para la industria automotriz.
Los cultores de la antropología del homo economicus y del misterio de la mano invisible posiblemente vean en el cierre un signo saludable del funcionamiento del mercado, de esa creación destructiva tan bien llevada adelante por el astoribergarismo. La teoría que avalaría esto es que con cierres como estos, se liberarían trabajadores de sectores menos productivos hacia aquellos con “ventajas comparativas”, elevando en el proceso la productividad y el bienestar general de la economía. Visto desde un ángulo más concreto, esto significa que un trabajador metalúrgico calificado con décadas de experiencia deba buscar trabajo en otro sector. Quizás alguno con la suficiente preparación pueda ponerse a programar software. Algunos más podrán conseguir trabajos similares o hasta montar un taller mecánico. Pero lo que sí es cierto es que la gran mayoría probablemente no encuentren trabajos de similar calidad, ni en términos de remuneración ni de integración social y productiva.
Resulta evidente que intentar exportar productos de valor agregado desde nuestro país al resto del mundo implica un esfuerzo cada vez más titánico. También se va viendo cada vez más nítidamente que si proseguimos por esa ruta trazada por el fiel mandatario de la Compañía de las Indias Orientales, vamos a profundizar esa desindustrialización prematura tan bien descripta por el economista turco Dani Rodrik.
En un primer análisis, podría parecer que esto es resultado de la falta de políticas activas para proteger la industria nacional. Pero cuando se analiza con más detenimiento el accionar del Estado, se pueden distinguir multitud de medidas que incluso van en la dirección contraria, y que lejos de fortalecer esas industrias donde pueden existir ventajas competitivas, fomentan la importación de productos, muchas veces compitiendo deslealmente con la industria nacional.
Empecemos por las medidas anunciadas por el equipo de gobierno la semana pasada. Entre ellas no pasó desapercibida la propuesta de bajar los aranceles para la importación de harinas y aceites, lo que abre la puerta a una competencia de la Argentina, cuya industria se encuentra fuertemente subsidiada por las retenciones a las exportaciones de granos, lo que le da una ventaja tan sustancial como artificial. La medida es un tiro por debajo de la línea de flotación a la industria alimenticia nacional, que combate desde hace años por evitar involucionar en la dirección de ese sueño corrompido que resurge cíclicamente y que aspira en convertirnos en una estancia de algún poder central. ¿Se habrán dado cuenta los ideólogos de la medida que con ellos estamos importando las tan temidas “detracciones”?
Sigamos por lo que ocurre con los fabricantes de carrocerías y remolques. En una entrevista ofrecida a La Mañana a fines del año pasado, directivos de la Asociación de Fabricantes de Implementos Metálicos para el Transporte y Acopio de Cargas (Afitrac) explicaban que el 90% de los remolques que se vendieron el año pasado eran importados. Solo el restante 10% quedó para la producción nacional, en un rubro integrado por casi 30 empresas, la mayoría de ellas pymes familiares. ¿La explicación? Según el presidente de Afitrac, los productos importados tienen más beneficios que los nacionales, lo que deja “asfixiada” a la industria nacional. ¿Es esto resultado de una política de Estado activa o simplemente de un desaguisado administrativo que nadie tiene interés en resolver?
Si seguimos analizando, podemos adentrarnos en los beneficios de la COMAP, de los que se habla poco y nada, tratándose de sacrificios fiscales de un orden de magnitud superior a cualquier otra medida tomada en beneficio de los más afectados por la pandemia y por la suba en los precios. Pero a pesar de la poca información disponible a la ciudadanía, sí se pude apreciar que estos beneficios son cada vez más capturados por las grandes superficies y otros intermediarios de productos importados, convirtiendo de hecho al instrumento en un gran mecanismo de subsidio a la importación.
Dejamos para el final el atraso cambiario, proceso sobre el cual La Mañana viene advirtiendo desde hace ya años y que el BCU ha estado alentando con gran éxito en los últimos meses. La reciente aceleración en la caída del dólar sin dudas tuvo algo que ver en la decisión de la casa matriz de Cinter de cerrar sus operaciones en Uruguay. ¿Cómo hace una industria competitiva a nivel regional para pasar un aumento de sus costos en dólares de entre 15% y 20%, justo en un contexto de apreciación mundial de la moneda estadounidense?
En función de todo lo anterior, no debería sorprender que cuando la británica GSK anuncia una inversión en nuestro país, no esté pensando en fabricar –o al menos envasar– medicinas. Mucho menos en instalar un centro de investigación y desarrollo que aproveche la gran calidad de nuestra comunidad científica, y que resultó emblemática durante la pandemia. No, GSK va a instalar en Uruguay un centro de distribución regional de vacunas. Sin dudas que la inversión es bienvenida, pero sirve como muestra de que nadie viene a agregar valor industrial al país, sino a aprovecharse de ventajas fiscales que convierten a Uruguay en un gran supermercado regional.
Quizás, sin que nos hubiéramos dado cuenta, en Uruguay ese liberalismo “puro” de Stuart Mill haya mutado hacia un liberalismo de supermercado. Eso explicaría mucho de las políticas que sistemáticamente viene adoptando nuestro Estado y que parecerían no cambiar con los sucesivos gobiernos. Esperamos estar a tiempo antes de que a alguien se le ocurra en convertirlas en políticas de Estado, ya que esto significaría el fin del Uruguay que muchos de nosotros supimos conocer y el que todavía alimenta los sueños de una gran mayoría de la ciudadanía.
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