En el capítulo XVII de la segunda parte de Don Quijote de la Mancha, Cervantes pone en boca del ingenioso hidalgo, una frase que da para pensar: “Bien sé -dice Don Quijote- lo que es valentía, que es una virtud que está puesta entre dos extremos viciosos, como son la cobardía y la temeridad: pero menos mal será que el que es valiente toque y suba al punto de temerario, que no que baje y toque en el punto de cobarde”.
En suma: habida cuenta de que los seres humanos no siempre somos capaces de encontrar el justo medio, más vale que pequemos por temerarios, que no por cobardes. Es un excelente consejo para estos tiempos en que por miedo de ser cancelados, unos andan con Gre-Gre para decir Gregorio, mientras que otros apelan a sutilezas y medias tintas para que el agua moja y que el fuego quema…
De ahí la necesidad de hablar de esa gran virtud, de esa noble actitud, que es la parresía. Esta palabra significa, etimológicamente, “decirlo todo”, hablar con coraje, con valentía, sin temor al qué dirán: sin respetos humanos, ni corrección política alguna. Parresía es hablar con la verdad para contribuir al bien común, incluso si ello comporta un riesgo cierto para el que habla.
Austero ejemplo de parresía, es el lema del famoso “León de Münster”, el Cardenal Clemens Von Galen: “Nec laudibus, nec timore” (no me mueven ni la alabanza ni el temor). Esta sentencia de autor desconocido, habitualmente se completa con “sed sola veritate”: “sólo –me mueve- la verdad”. Von Galen confirmó su lema con sus sermones, en los que denunció sin contemplaciones, una y otra vez en Alemania, la barbarie del régimen nazi.
Obviamente, vivir la parresía, no implica ser cerril, violento o grosero: la verdad sin caridad, es brutalidad; pero también es cierto que la caridad sin verdad, no es caridad: es complicidad con el error. Y el error, debe ser combatido con la verdad, sobre todo, cuando los promotores de ideologías contrarias a la ley natural y a la razón, se creen con derecho a levantar la voz para imponer errores y mentiras. ¿Qué debemos hacer los cristianos al respecto? ¿Callar? ¡No! ¡Tenemos el deber de hablar! Y de hablar con parresía…
Por supuesto, siempre hay quien entiende que “ahogar el mal en abundancia de bien”, equivale a “tu deja que hablen: no contestes, y dedícate a trabajar por el bien”. Otra interpretación posible, es que los gritos de los malos -sembradores de errores-, deben ser ahogados con los gritos de los buenos -sembradores de verdades-. Cuando San Pablo nos dice “no te dejes vencer por el mal. Por el contrario, vence al mal, haciendo el bien”, la pregunta que sigue es: ¿qué mayor bien que decir la verdad para iluminar las inteligencias, para ayudar a encauzar las voluntades, para contrastar lo ridículo de las ideologías con la incomparable solidez del sentido común? Si nuestro mundo está ávido de verdad, es porque la verdad se dice poco.
En efecto, faltan personas diciendo verdades con parresía: afrontando las consecuencias de señalar que “los niños tienen pene y las niñas tienen vulva”; que “sólo hay dos sexos, varón y mujer”; que si bien “todas las personas son dignas de respeto, no todas las ideas u opiniones son dignas de respeto”; que “justicia no es dar a todos por igual, sino dar a cada uno lo que le corresponde”; que “es injusto que hombres que se autoperciben mujeres, participen en competencias deportivas o concursos de belleza femeninos”: que “decir que todo es relativo es una afirmación tan absoluta como contradictoria”, etc.
Si estamos donde estamos, ello se debe en buena parte, al silencio cómplice de los que debiendo hablar, no lo hicieron. Quizá, con la mejor intención del mundo, algunos quizá pensaron que lo único que tenían que hacer era tener hijos, educarlos bien y votar cada cinco años. Y no es que eso esté mal… ¡está muy bien! El problema es que muchos olvidaron que además, debían meter la cuchara -¡con parresía!- en los asuntos de la polis. Olvidaron –o dejaron en manos de otros- la lucha a favor de ciertas leyes y en contra de otras. Olvidaron señalar donde está el mal –en las conversaciones de familia, en el trabajo, con los amigos y ante la opinión pública-, para que fuera más fácil identificar el bien allí donde esté. De algún modo, pecaron por omisión, por falta de parresía. Pero bueno… ¡ánimo! Todo día y todo tiempo es bueno para comenzar -o recomenzar- la lucha por la restauración de esta civilización en decadencia.
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