Muy diferentes y hasta contrapuestas han sido las razones por las que muchos frenteamplistas nos fuimos de esa fuerza política. Distintos los caminos transitados en ese proceso y el rumbo tomado.
El término “desencantados” se instaló fuerte, resulta muy útil para hacer referencia y simplificar el análisis, pero encasillar todas esas visiones en una sola puede llevar a interpretaciones y a generalizaciones que no reflejan la realidad.
Mi experiencia como militante y mis decisiones seguramente estén dentro de una minoría, seguramente pocos se sentirán reflejados. Pero es una visión de acuerdo a lo vívido y aprendido.
Nací en el 84 en el noreste canario, donde he vivido hasta hoy. Comencé a participar del Frente Amplio desde la adolescencia. Durante toda mi vida política estuve ahí, siempre votando y participando activamente como militante.
Al comienzo tuve una formación política casi en solitario, no existían ámbitos de participación ni gremios estudiantiles. El comité de mi pueblo ausente, solo abierto en periodo electoral. Además, por lo general los jóvenes no estábamos integrados a las discusiones en ese espacio.
En mi familia nunca me dijeron hacia dónde ir en cuanto a mis ideas y decisiones políticas, más bien todo lo contrario, tuve mucha libertad para pensar de chico. Interés y curiosidad por los temas políticos tuve siempre, conciencia de la importancia que esto tiene para los destinos de una nación y su gente, también.
Mi decisión de comenzar a participar en el Frente Amplio, estuvo marcada por una época en que entendía, que ese era el espacio que mejor representaba mi forma de pensar. En esos tiempos el país necesitaba un cambio, mucha gente la estaba pasando mal y el Frente Amplio interpretaba bien esa realidad. La necesidad, la esperanza de cambio era clara y el resultado fue el triunfo en primera vuelta.
Luego con los años, fui participando cada vez más, escuchando referentes que pensaban e incentivaban a pensar, a tener cabeza propia, a ser abiertos, a intercambiar y discutir las diferentes visiones. Siempre escuchando, argumentando con dureza, pero con claridad y fraternidad.
Ese primer periodo de gobierno fue bueno, se hicieron transformaciones y mejoras importantes en muchas áreas. La economía mejoró y mucha gente pudo salir adelante, crecer. Después vino el segundo periodo de gobierno, cinco años no alcanzaban, por lo tanto, la decisión de seguir comprometidos con la continuidad del cambio.
Habían mejorado las condiciones de muchos, pero aún quedaban problemas por resolver. Además, Mujica como candidato nos generaba cierta expectativa de profundizar los cambios, y una admiración en cuanto a la austeridad, honestidad y compromiso con el país. Pero promediando ese periodo de gobierno esos problemas no solo seguían sin resolver, si no que crecían.
El deterioro ideológico y la negación de la realidad
Lejos de reconocer y generar las discusiones necesarias para corregir, buena parte de los dirigentes comenzó a justificar los desvíos, errores y problemas, buscando responsabilidades externas. Evitando cualquier debate que implicara asumir esos problemas, se calcularon costos electorales y se evadió la responsabilidad de enfrentarlos tomando decisiones y acciones concretas.
Entonces cada vez quedaba menos espacio para el debate, creciendo el nivel agresivo y de linchamiento hacia quienes se animaran a discutir algunos temas instalados.
La incomprensión, intolerancia y pensamiento único crecían cada vez más. Al mismo tiempo que disminuía la posibilidad de discutir, de generar acciones en los temas estratégicos para el país y de resolver los problemas graves que existían.
Algunos dudamos, pero seguimos participando con el objetivo claro de que luego de las elecciones, fuera cual fuera el resultado, nuestra postura iba a ser decir lo que pensamos e intentar generar las discusiones internas, por más duras que estas fueran, entendíamos que no se debían postergar más. Hicimos los planteos de forma clara y fraterna, pero quedamos en solitario.
Buena parte del Frente estaba hace tiempo en la negación, en la acusación de falsear la realidad a la derecha, a los medios, a todos los enemigos imaginables. Realidad de la cual muchos cada vez estaban más lejos, no sólo ya no la interpretaban, si no que ya ni la conocían.
Al mismo tiempo ganaba terreno el infantilismo de izquierda y se imponía la agenda de derechos. Agenda muy redituable en varios aspectos, era fácil de exponer, todo estaba escrito y bien promocionado. Era cómoda. Un bruto negocio político, no se necesitaba pensar ni discutir nada, alcanzaba con estudiar de memoria y repetir lo establecido. Eso aseguraba trabajar menos, tener visibilidad, aplausos y buena carnada para pescar votos. Pero la pecera era chica y los pescadores cada vez más.
A esa altura más notorio el deterioro ideológico y de principios en el Frente Amplio. El daño era enorme, pero la Agenda de derechos ya había penetrado hasta el alma, aunque era pobre e intrascendente, era muy adorada casi de forma religiosa.
Algunos entendíamos que esos temas ya estaban casi resueltos de forma natural, por lo que no era necesario ocupar tanto tiempo y tapar por completo los problemas más importantes sobre los que se necesitaba una discusión y acción urgente.
La educación, la vivienda, la violencia, la situación carcelaria, todos temas que afectan principalmente a quienes viven en la pobreza y están marginados. Temas que siempre habían sido prioridad en el Frente.
Otras de las discusiones postergadas fueron la soberanía y la defensa nacional, en ese caso no solo fue por falta de voluntad política, sino también por la enorme ignorancia y carga de prejuicios hacia todo lo militar. En eso ni siquiera se puede comenzar a discutir nada. Si hablás de la ley marco de defensa nacional, muchos ponen el grito en el cielo “porque son milicos” dicen. Y todos los adjetivos, las simplificaciones que vienen después impiden un debate serio.
A medida que el tiempo pasaba, veía todo cada vez más de lejos, comenzaba un proceso lento y natural de decisión inevitable.
Volver a pensar solo con mi conciencia, pero con todo lo vivido en la memoria, consciente de los riesgos a exponer contradicciones con viejos pensamientos, a ser criticado por lo que defendí en el pasado, a la incomprensión, a la distancia con grandes afectos conocidos. Todo muy valioso, pero ya a esa altura el cambio estaba asumido sin complejos, no había ni arrepentimiento, ni marcha atrás.
Solo la decisión de crecer, de pensar sin dogmas, sin prejuicios, de tener ideas propias. Libertad.
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