Al final de la dictadura, era común ver en los muros leyendas del tipo “Memoria y justicia”, “Ni olvido ni perdón”… El Parlamento aprobó la Ley de Caducidad. Los desconformes consultaron dos veces al pueblo, pero este la mantuvo firme. Apenas pudieron, votaron una ley interpretativa en el Parlamento y empezaron a detener a militares y policías que fueron parte de la dictadura.
Esto me vino a la memoria al culminar la lectura de Una familia de bandidos en 1793, libro en el que Marie de Sainte-Hermine cuenta la historia de su familia, víctima del genocidio de la Vendée.
Marie y su hermana Genoveva, quedaron huérfanas y fueron adoptadas por los marqueses de Serant, nobles franceses profundamente católicos y leales al rey. Los Serant trataban al personal con exquisita deferencia y esto era retribuido en general con piedad filial. Andando el tiempo, Genoveva se casó con Arturo, el hijo de los marqueses, y tuvieron un hijo al que llamaron Luis.
En octubre de 1792, el palacio Serant fue incendiado por las turbas revolucionarias al mando de Urbano, un antiguo mozo de cuadra devenido en oficial republicano. Urbano había declarado su amor a una criada de los Serant –Josefina–, pero esta lo rechazó.
En el palacio incendiado se encontraron “cinco cuerpos horriblemente mutilados”, entre los que se encontraba el del padre de Arturo. “La cabeza y las extremidades de aquellos infelices habían sido separadas del tronco. Del pecho de Josefina habían arrancado el corazón en que el asesino había dejado clavado un puñal y en una pizarra larga leyeron estas palabras: “Recuerdo de mi vuelta a Bois-Joli, 5 de octubre de 1793. Urbano, capitán de Húsares de la República”.
El hermano de Josefina vengó su muerte; pero cuando Urbano estaba a punto de morir, arrepentido de sus pecados, Genoveva le dijo: “Dios, es infinitamente misericordioso; así debes creerlo, puesto que yo, siendo mala, como lo soy, te perdono con toda mi alma. Dios es, sí, el que me da fuerzas para perdonarte. Mi marido que está aquí, también te perdona. ¿No es verdad, Arturo, que tú también perdonas de corazón a Urbano?”.
–Sí, sí, lo perdono muy de veras –contestó Arturo.
Llegó el sacerdote, Urbano se confesó, fue absuelto y recibió la extremaunción antes de morir.
Meses más tarde, Arturo murió en el cadalso. Genoveva, su hijito Luis, la marquesa de Serant, Marie y una criada, fueron recluidos en la cárcel de la Alhóndiga, en las condiciones más inhumanas que se pueda imaginar.
Allí, Luisito fue muriendo lentamente de hambre: su madre ya no tenía leche para amamantarlo. Una carcelera, a la que Genoveva rogó unas gotas de leche para su hijo, “la rechazó con dureza, y dijo con risa de desprecio: “¿Para hacer brotar semilla de aristócratas? ¡Que reviente pronto! ¡Cuánto antes mejor!”. El bebé murió y dos días después la marquesa de Serant y Genoveva fueron ahogadas por los republicanos en el Loira.
Años más tarde, durante una breve estancia en Nantes, Marie supo que una pobre mujer, en peligro de muerte, se resistía a recibir al sacerdote. Fue a verla para acercarla a los sacramentos y se sorprendió al advertir que era la misma mujer que le negó el alimento a su sobrino.
La desgraciada –sin saber con quién hablaba– le confesó que le remordía la conciencia por haberse negado a alimentar a un bebé en sus tiempos de carcelera. Estaba convencida de que Dios jamás le perdonaría semejante acción. Marie le dijo: “¿Cree Ud. que Dios no es bueno? Él es quien me envía para consolarla. No es mi intención vengarme de Ud. ni castigarla. Lo único que de veras anhelo es la salvación de su alma. Tengo motivos para aborrecerla, pero la amo y deseo todo bien para Ud. La mujer cuya súplica rechazó, era mi hermana”. La pobre mujer no podía creer lo que estaba ocurriendo.
“Ya está Ud. viendo que yo la perdono –concluyó Marie–, y mi hermana desde el Cielo, la perdona”. Minutos después, un joven sacerdote que años atrás había sido adoptado por Genoveva le administró los sacramentos a la moribunda, que a los pocos días falleció en paz.
Cuando no hay fe, y el odio y la sed de venganza se apoderan del alma, es imposible perdonar y olvidar. Pero quien cree en la justicia y en la misericordia divinas y ha experimentado el inmenso amor que Dios nos tiene es capaz de perdonar, olvidar y amar, aun a quien le hizo daño. El odio y la venganza hacen infelices a los hombres. El perdón y el olvido liberan. Y abren el camino al Cielo…
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