El Uruguay tiene marcado el 25 de diciembre como día festivo, pero no por el sentido histórico, religioso y cultural de la fecha, el Nacimiento de Cristo, sino con una denominación que alude a la familia, pretendiendo, con esa apropiación laica, que ese es el día en que debería celebrásela.
Comprendo que en el país se encuentre consagrada la libertad de culto y que no todos le asignen la misma importancia a ciertas fechas; entiendo si alguien no comparte las hondas significaciones que tiene la Natividad y que quizá tampoco se sienta cercano a lo que comúnmente se conoce como el “espíritu navideño”. Ahora bien, saliendo de esa referencia; a estar por lo que el Estado laico pretende, ¿es realmente el día de la familia lo que se vive aquí? ¿Cuál es el concepto de familia reinante? Desde la extraviada legislación reciente se ha degradado tanto el concepto de familia, se ha concedido el nombre de familia a tantos tipos distintos de agrupaciones y extrañas combinaciones, se ha desnaturalizado tanto a la figura del padre y de la padre, a los derechos de la patria potestad, a los deberes del Estado para preservar la inocencia de los niños, que ya no queda claro a qué se refieren los que invocan el día de la familia como “alternativa” a la Navidad.
En varias partes del mundo cristiano-occidental no ha supuesto ningún problema el hecho de que las fechas sagradas se sigan asumiendo como tales; y el que adhiere es bienvenido, mientras que aquel que practica otro culto o creencia no se ve afectado y es respetado en su condición. Es decir, cien años después del error de 1918 tristemente tan bien aceptado en nuestra sociedad sigo sin ver la necesidad de cambiar el nombre; eso de tomarse la molestia de aclarar que se trata de una nomenclatura distinta para permitirse decir “esto no es por la Navidad, es sólo un día para reunirse, comer y tomar”.
Y esto no es nuevo en el universo cada vez más variado y ancho de las ideologías izquierdistas. Todo, absolutamente todo puede ser relativizado porque los pilares básicos no se encuentran tan claros. La vida es relativa, el matrimonio es relativo, el peligro de las drogas es relativo, la propiedad privada cuando no es condenada y confiscada también es relativa. Quiero decir: todo lo real es relativo para las ideologías en uso, todo lo que es quizá no sea…
Lo grave del orgullo uruguayo por su laicismo es que el cambio de nombre de Navidad por el “Día de la Familia” no ha contribuido a fortalecerla; creo que más bien en sociedades como la que estamos viviendo, por imperio de las ideologías marxistas y para marxistas más bien se busca debilitarla, incluso relativizarla y claramente destruirla. Las leyes vigentes y los proyectos de ley que se quieren promulgar dan cuenta de que cualquier cosa se puede llamar familia; cualquier tipo de unión, matrimonial o no, cualquier tipo de vínculo, afectivo o no, puede generar los derechos y obligaciones propios de una familia.
Si, por lo menos, por “día de la familia” se tuviera en cuenta el concepto clásico y tradicional de la misma podría tomarse más en serio ese día. Pero como dicho concepto también es objeto de duda en un país tan pero tan relativista como este, el hecho de que se hable de un día de la familia no tiene ningún valor en términos de aporte a la conciencia moral de la sociedad.
Si realmente se comprendiera que la Navidad viene acompañada de un espíritu familiar, de brindarse, de compartir, de generosidad, no habría ningún reparo por parte del Estado como para cambiarle el nombre a esta festividad. La Navidad no excluye a nadie, al contrario. No es necesario ser creyente para cumplir con esto. Que la República se niegue a celebrar la Navidad con un cambio de nombre llamándola Día de la Familia, pero sin honrarla debidamente en sus políticas me parece un absurdo. Muy triste. Entre cuántas porciones se divide el pan dulce o quiénes brindan con champagne es indiferente.
En este país y en el mundo el camino está cada vez más difuso y se busca convertir en afrenta toda reivindicación de lo que somos como civilización. Intentemos que el espíritu navideño llegue a todos los hogares, sin importar cómo lo quieran llamar.
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