Dos mil años después de los hechos, parecería ser que la primera conjura de Catilina no fue más que una fabricación del pomposo Cicerón. No importaba si era cierto o no, esa instancia temprana de fake news terminó condicionando la historia. Tiempo más tarde tendría lugar la Segunda Conjura y la muerte del político popular romano. Más allá de lo pretencioso de sus escritos, al menos en este caso a Cicerón no le importó la verdad, sino más bien preservar el poder y los privilegios usurocráticos de los optimates, que gobernaban la Roma preimperial entre bambalinas.
Poco ha cambiado en estos dos milenos de la era cristiana. Hoy día tenemos televisiones, celulares y noticias instantáneas. Los actores cambian, pero los problemas y los roles siguen siendo los mismos. Aquellos que buscan conservar sus privilegios se empeñan en colocar bajo un manto de oscuridad a todo aquel o aquello que arriesgue alterar en algo su situación. Y para ello siempre existe algún Cicerón al cual se pueda encomendar la tarea de exaltar las virtudes de los que detentan el poder, sembrando dudas sobre aquellos que buscan alterar las relaciones de poder establecidas.
Los cicerones pueden aparecer de diferentes formas. Algunos llevan adelante su tarea de forma explícita y genuina, declarando públicamente sus preferencias. Otros aparecen como tibios defensores de posiciones contrarias, lo que les hace ganar más credibilidad ante los desprevenidos, pudiendo así dar golpes certeros en el momento justo; siempre al servicio de los mandantes.
Pero quizás la forma más triste de manipulación es cuando el propio escriba es capturado por intereses, sin que él mismo sea consciente de la relación de tipo hegeliano a la que ha quedado subordinado. De esta manera defiende sus posiciones desde un convencimiento al cual ha llegado, no por un mecanismo racional, sino por una reacción instintiva por cumplir una necesidad primaria. En nuestra sección de Mirador de Próspero de esta semana resumimos un trabajo de Joseph Stiglitz sobre el tema, que es muy ilustrativa del fenómeno. “La captura cognitiva es la forma más interesante de captura, la más sutil, la más difícil de probar”, afirma el Nobel de economía. Por captura cognitiva se refiere a la noción de que “los reguladores pueden llegar a pensar como aquellos a los que regulan”, simplemente por el proceso de asociación y vínculo permanente que los acerca.
El problema es que dada la importancia que los medios tienen en una democracia moderna, esta captura de los medios puede conducir a una captura de la sociedad en sí misma, que de a poco va aceptando opiniones que no son más que un simple reflejo de intereses creados. Es por ello que la salud de nuestra democracia requiere que estemos atentos a los pichoncitos locales de Cicerón; no sea cosa que de tanto defenderla superficialmente, estos agentes en realidad estén facilitando el terreno para que emerjan fuerzas que la ponen en peligro. Claro, lo hacen inconscientemente y es por ello que son inimputables.
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