La Navidad era ya para vosotros, queridos pequeños, una fiesta de alegría, en torno al pesebre hermosamente iluminado de vuestras iglesias, con cantos de júbilo; una fiesta que dejaba en vuestros corazones la imagen grandiosa de un pequeño Jesús sonriente. Hoy, lejos de tu casa abandonada, tal vez destruida, a la vista de tus padres llorosos, con el recuerdo de los seres queridos ausentes en el corazón, comprendes mejor lo que debió ser la Navidad para el buen Dios, que en el cielo reina sobre los ángeles, pero en la tierra apareció como el más pobre, el más miserable de todos los niños. Ahora comprendes, sientes más vivamente, lo que tal vez cantabas antes sin pensarlo mucho: “Oh mi divino Niño, te veo aquí temblando…”. Miradle ahora, escuchad las palabras que os dice suavemente en el fondo del corazón: Queridos hijos, hermanitos míos, sé bien lo que padecéis: es lo que yo mismo padecí, cuando nací en la gruta de Belén y mi Madre amadísima me acostó en un pesebre. Pero esto lo he querido yo, y lo he querido porque te amo.
Escucha a Jesús, mira el pesebre. Cierto, en la cuna que tenéis ante vuestros ojos, mucho más hermosa que la de Belén, descansa un Niño de madera, una imagen de Jesús. Pero justo ahora, en el altar, vino Jesús mismo. En la hostia santa está presente y escondido Jesús, el mismo Jesús del pesebre, el Jesús que dijo: Dejad que los pequeños vengan a mí. Y este Jesús del pesebre, este Jesús del altar, este Jesús de la Cruz, este Jesús del Cielo, también quiso permanecer de algún modo sensible en la persona de su Vicario, que lo representa en la tierra. Así que en Su nombre hemos venido a vosotros esta mañana de Navidad, y os traemos con todo Nuestro amor los presentes de Jesús. Queridos niños, Jesús quiso ser como vosotros, para salvarlos, para confortarlos, pero también para ser vuestro modelo, para que le amarais, si fuera posible, como Él os ama, para que os esforzaseis en imitarle, en llegar a ser como Él, buenos, puros, piadosos, obedientes a vuestros padres, como Él mismo obedeció a la Santísima Virgen y a su Padre putativo San José. Él oró, sufrió para salvar al mundo; orando con Él, ofreciendo vuestros sufrimientos con Él, trabajaréis también con Él, por el bien y la restauración de este mundo atormentado y turbado, para que, volviendo a Jesús, de quien se había alejado infelizmente con el pecado, con la impureza, con el odio, con la irreligiosidad, encuentre por fin alivio, consuelo, descanso, caridad y paz.
Con este deseo, en nombre de Jesús, os impartimos cordialmente Nuestra paternal Bendición Apostólica a vosotros, a vuestras familias, tan dolorosamente atormentadas, a todos los niños del mundo, que sufren como vosotros, tal vez incluso más que vosotros, a todas las personas caritativas que se preocupan por vosotros, a todos Nuestros queridos hijos e hijas aquí presentes.
Discurso del papa Pío XII con motivo de la entrega de presentes de Navidad a los niños refugiados. Pontificia Universidad Gregoriana, 25 de diciembre de 1944.
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