Un repaso a vuelo de pájaro sobre los artículos que escribimos durante este año nos recuerda que lo iniciamos alentando a nuestros lectores a levantar el punto de mira. Citando al doctor Rubén Peretó Rivas, decíamos que “los medievales eran hombres que en general tenían bastante en cuenta el plano espiritual de la realidad, mientras que nosotros tendemos a ver con mucha frecuencia solo el plano material”. Sabias palabras que valen también para el año que comienza…
Poco tiempo después, recordamos que “la mejor forma de vivir la opción preferencial por los pobres es hacer antes la opción preferencial por lo católico”. Y advertimos que para paliar la “sequía espiritual” que impregna todos los ambientes, gracias a la brutal –y brutalizante– secularización en la que vivimos, es necesario volver a la fe católica, y en particular, a los Sacramentos, fuente de toda gracia. En varias ocasiones alentamos a los católicos de abrazarse con fuerza a la sana doctrina del magisterio de siempre. A nuestro juicio, es la única forma de mantenernos a flote en este mar tempestuoso.
También advertimos sobre la encrucijada ante la que nos encontramos: “O rechazamos la fe de nuestros ancestros y nos sumamos al ‘espíritu del mundo’, cedemos ante lo políticamente correcto y abrazamos la nueva ‘ética’ planetaria, hegemónica, relativista y antirreligiosa proclamada por la ONU y por buena parte de los gobernantes de turno; o afilamos la espada que nos queda y resistimos, en defensa de la verdad, del respeto a la ley natural, de la libertad y de la fe que recibimos en herencia”.
En la misma línea, advertimos sobre el peligro que entraña para la Iglesia católica el apoyo brindado –aunque con reparos– por la Santa Sede a la Agenda 2030. Se trata de una agenda materialista, atea, mesiánica y permeada de principio a fin de ideologías contrarias a la ley natural y la evidencia científica, no debería –en nuestra opinión– ser respaldada por la Iglesia bajo ningún concepto.
También tuvimos nuestros momentos de festejo. Celebramos los ochocientos años de la canonización de Santo Tomás de Aquino, “el más sabio entre los santos y el más santo entre los sabios” en toda la historia de la Iglesia. Festejamos por todo lo alto la beatificación de nuestro primer obispo, el santo gaucho, don Jacinto Vera, y conmemoramos el asesinato del gran Dionisio Díaz, ejemplo si los hay para esta “generación de cristal”, que se ofende por un tuit.
Festejamos asimismo los cien años del nacimiento de John Senior, un profesor de literatura estadounidense que junto a otros dos colegas fundó un Programa de Humanidades Integradas en la Universidad de Kansas. Este programa fue famoso en su tiempo porque llevó a más de doscientos de sus estudiantes a descubrir y abrazar la fe católica, y a más de veinte de ellos a abrazar la vida religiosa. Senior decía que “educar es cultivar santos”. ¡Y vaya si preparó bien la tierra para sembrar la semilla!
Más de una vez señalamos la necesidad de “volver a un modelo educativo capaz de formar hombres libres, capaces de pensar y decidir libremente su destino”. Estamos convencidos de que la verdadera transformación educativa pasa por implementar programas de educación clásica, realista, en los cuales las materias estén integradas, en los que se aplique el modo de conocimiento poético, en los que se utilice como elemento pedagógico el contacto con la naturaleza. Solo así se podrá humanizar las humanidades y sumergir a los alumnos en un baño de realidad, que les ayude a adquirir la sabiduría de los sencillos. Esa sabiduría que a través del descubrimiento del bien, la belleza y la verdad, casi necesariamente, conduce a las verdades últimas y a la felicidad.
Cuando nos aprestábamos celebrar la Navidad en paz, la Santa Sede publicó la declaración Fiducia supplicans, habilitando “la posibilidad de bendiciones de parejas en situaciones irregulares y de parejas del mismo sexo”. Esta declaración alteró nuestro recogimiento, pues es contraria a todo lo dicho por el magisterio previo, y en particular, a lo ratificado por el Responsum del 15 de marzo año 2021, firmado por el cardenal Ladaria. Gracias a Dios, muchas conferencias episcopales y obispos alrededor del mundo –sobre todo africanos– salieron al cruce de la mencionada declaración, sosteniendo, como lo hizo nuestro valiente cardenal, Daniel Sturla, que “no se pueden bendecir uniones que la misma Iglesia dice que no están de acuerdo con el plan de Dios”.
El balance de este año muestra que la crisis de fe y de doctrina que desde hace décadas afecta a todo el mundo ahora parece estar afectando a la cabeza de la Iglesia. Justo cuando la tormenta arrecia sobre la barca de Pedro con más fuerza, el timón parece estar a la deriva…
Sin embargo, lejos de quejarnos y lamernos las heridas, creemos que si el Señor quiso que viviéramos en estos tiempos es porque pensó en nosotros para hacer lo que hay que hacer en estas circunstancias. Y lo primero que hay que hacer, es rezar mucho, mucho, mucho: ante todo por el Santo Padre, por sus colaboradores y por la Iglesia.
El plan para este año consiste por tanto, en rezar… y amar: sobre todo a Dios como Él nos amó a nosotros, para que en esto todos reconozcan que somos sus discípulos. Este Mandatum novum implica, entre otras cosas, sembrar la buena doctrina a manos llenas, y recordar a los hombres que la infinita misericordia de Dios coexiste misteriosamente con su infinita justicia. El Señor quiere que acerquemos muchas almas a ese tribunal de misericordia que es la Confesión: para que muchos puedan reencontrarse con Él en la Sagrada Eucaristía. Ayudar a nuestros hermanos los hombres a abrirse a la gracia para que sean felices en esta vida y en la vida eterna es el punto central de nuestro “plan”.
Que el niño Jesús nazca, una vez más, en cada catedral, en cada capilla y en el alma de cada cristiano, como nació en Belén. Que el Rey de Reyes y el Señor de Señores nazca en nuestros corazones y nos ayude a buscar, encontrar y difundir el bien, la belleza y la verdad. Desde esta humilde columna, y pesar de los pesares, les deseamos a todos ¡una muy feliz y santa Navidad!
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