No todo está en venta, no todo es mercado
árbol sin raíces no aguanta parado ningún temporal.
Larbanois & Carrero, Santa Marta
La humanidad ha ido cambiando en su forma de vida. El hombre le da una mayor importancia a vivir nucleado, con sus afectos o bien con otros seres humanos y servicios. En efecto, el nucleamiento a su vez que abarata los servicios disponibles para cada persona (saneamiento, calles, atención de la salud, etc.), facilita la toma de decisiones por parte de aquellos que son llamados para ejercer la administración de los bienes comunes, particularmente los impuestos. Obras realizadas en pocos kilómetros cuadrados significan gastar dinero que beneficia a mucha gente, la que, llegadas las elecciones, significa más votantes, mayor conformidad y consecuentemente ser electo.
Lo otro, obras dispersas que cada una de ellas beneficia a poca gente, constituye en los hechos un estigma a la clase política, desconociendo que, en el fondo, es lo que da vida a todo el resto. Por cierto, buenos servicios significan mantener la maquina encendida, mantener a la familia en la tierra, conservar las remisiones de leche, fruta, ganado, granos que a su vez mantienen las fuentes de trabajo de la agroindustria y generan las divisas con las cuales, antes o después, se encienden los motores de la economía. No es solo conformar votantes, también es asegurarles su trabajo.
Otro será el punto de si cada persona tiene o no acceso a cada una de esas prestaciones de los centros urbanos por más que ellas existan, o sea, estén disponibles. Sobre eso, siempre me viene a la mente una encuesta que leí en los tempranos años 90. Se preguntaba a los habitantes de asentamientos por qué habían dejado el medio rural para radicarse en los alrededores de la ciudad a pesar de la poca calidad de viviendas y la precariedad de trabajo. Hubo una que me impactó: “Porque aquí hay cines”, dijo el entrevistado. “Y usted va al cine?”, se le preguntó. “No, pero si quisiera hacerlo tengo la posibilidad”, fue la respuesta. Más que un sentir individual esto señala un razonamiento colectivo. Y el cine hoy no es un tema, la tecnología lo permite en cualquier lugar del país, así como las vídeollamadas, la comunicación constante y a costos casi despreciables. Pero otros servicios sí, y tienen mayor significación pues podríamos estar hablando de ambulancias, enseñanza de los jóvenes y mucho más.
Sin embargo, tampoco todos los ciudadanos tienen acceso a eso. Hay espacios en blanco en el Uruguay en materia de comunicaciones, basta ir hablando por teléfono mientras uno viaja por caminos secundarios (o aun rutas nacionales) para sufrir el continuo corte de la comunicación. Los árboles (tan discutidos hoy día por su modelo de desarrollo y hasta por el cambio de rutinas de trabajo y los riesgos de incendio) ofician de barrera constante para la señal. Ya vendrán otras tecnologías que lo evitarán, pero eso hoy es un hecho irrefutable. Mientras, por años, la máxima de invertir en lo nucleado (Antel Arena) en vez de lo disperso (radio bases) se sigue dando. Resultado: quien tuvo esa política es hoy intendente de Montevideo y si hubiera desarrollado la política alternativa probablemente no lo sería.
Hoy solo queda aproximadamente un 4%
Si bien el éxodo rural-urbano es natural y ocurre en todas partes del mundo, debería haber un continuo análisis del tema y un cuestionamiento de modo de evaluar los eventuales costos y beneficios que pudieran tener políticas activas para detener, retrasar o al menos enlentecer la tendencia.
Los números son pavorosos, en pocas décadas el Uruguay se vació, básicamente del centro a la periferia, hacia las costas y la frontera. Los caseríos rurales van desapareciendo, trasladándose la gente hacia los pueblos; estos pierden importancia ante la migración de parte de sus habitantes hacia las capitales departamentales, de allí parte un éxodo continuo hacia el área metropolitana y desde ella… la salida hacia el exterior. Salteando o no algunas de estas etapas, es el proceso que se vive. La globalización opera como catalizador. Desde siempre esto es así y ha sido recogido en el cancionero popular como por ejemplo por Pablo Estramin en Morir en la Capital o Larbanois & Carrero en Santa Marta. Mientras seguimos ignorando que “Árbol sin raíces no aguanta parado ningún temporal”.
Lo cierto son los números; muestran la realidad sin distorsiones. La última medición de la población rural fue con el censo de 2011 y resultó ser del 5,14% de la población uruguaya. Aun pensando en un enlentecimiento de la tendencia, es dable esperar una situación actual del orden del 4%.
La propia mecánica utilizada básicamente en forestación y, en los hechos, aplicada cada vez más sobre todo por empresas grandes lecheras y agrícolas, implica el traslado diario hacia y desde la ciudad al lugar de trabajo. Según las distancias, la gente sale de las ciudades del interior a las 6 (o antes) de la mañana, trabaja de 7 a 15 horas, y regresa a la ciudad a las 16 o algo después. Está 10 u 11 horas a las órdenes, no genera gastos a su empleador (que es quizás lo que las grandes empresas buscan) y no tiene los beneficios de alimentación y vivienda extensivos a la familia directa. Casas del medio rural se van convirtiendo en taperas y las viviendas precarias urbanas crecen.
¿Y el mundo?
La tendencia es la misma pero los números son otros, y en muchos casos se han mantenido; es decir se ha llegado a un porcentaje determinado y desde allí en más se ha mantenido, evitando la caída por debajo de esos valores. Sobrevolemos otras situaciones aun a sabiendas de que las comparaciones son siempre relativas. Tomemos solo algunos puntos de referencia y volvamos al Uruguay.
Nos comparamos con Nueva Zelandia una y otra vez, aunque no comprendo por qué, ya que tuvo su reforma del sector público, no tiene monopolio del combustible ni aun refinerías, y sus políticas son de las más libres del mundo, ocupando el segundo lugar del índice de libertad económica de la Heritage Foundation (Uruguay el lugar 44). Allí la población rural se ha mantenido en lo que va del siglo XXI entre el 13 y el 14% en tanto que en el Uruguay la misma y en el mismo periodo bajo prácticamente a la mitad, de 8% a 4 y poco.
Europa ha realizado esfuerzos por mantener la población rural, España y Francia están en el 20%, Estados Unidos conserva el 17%, Argentina está en el 8%, Chile en el 12%; todos valores que nos hacen pensar que el país tiene un problema con respecto al tema.
Y ahora qué
Es hora de trabajar en políticas que aseguren la reversión (o al menos la detención) de este fenómeno. La lechería, el fomento impositivo a la radicación rural, la inversión en sistemas que aseguren servicios adecuados aun cuando los supuestos beneficiarios (votantes a ojos de los políticos) sean pocos, la mejora de la competitividad de la producción rural entre otras. Para eso, miremos más a Nueva Zelanda.
*Ingeniero agrónomo, economista agrícola y productor rural
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