Uruguay no es el único país que viene subiendo sus tasas de interés en el intento de frenar la inflación. Entre otros lo vienen haciendo Australia, Nueva Zelanda, Chile y Brasil, por mencionar países con estructuras productivas y exportadoras con rasgos similares a la nuestra. Pero también es cierto que nuestro país es de los pocos que lo hace al costo de apreciar su moneda y perder competitividad.
En lo que va del año, el dólar americano se apreció cerca de un 23% respecto al dólar neocelandés, 15% con el dólar australiano y 10% con el peso chileno. Mientras tanto, las monedas de Brasil y Uruguay se movieron en la dirección opuesta. El dólar se depreció casi un 7% respecto al real brasileño y 8% medido en pesos uruguayos.
De la información anterior se desprende que desde que inició el año, el peso uruguayo se apreció un 20% respecto al dólar australiano y un 25% respecto al neocelandés, afectando seriamente la competitividad relativa respecto a estos dos muy importantes competidores en los mercados de productos agropecuarios. Incluso el hecho de que hayamos logrado mantener la paridad respecto a Brasil tampoco sirve de mucho consuelo, ya que la situación cambiaria de partida era muy desfavorable para nuestro país.
Resulta difícil saber a ciencia cierta cuál es el objetivo de política monetaria del BCU. Si el objetivo fuera realmente colocar la inflación dentro del rango, uno tendería a pensar que en algún momento la meta se debería haber cumplido. Pero a pesar de la porfiada realidad –pocos recuerdan la última vez que la inflación quedó dentro del rango–, en agosto del 2020 el BCU anunció que bajaría el techo del rango meta de 7% a 6%, efectivo a partir de setiembre de 2022. El hecho de que la institución hubiera optado por no revisar el rango en todo este tiempo evidencia que no se previó que la inflación llegara al temido umbral del 10% anual, como desafortunadamente marca la más reciente medición.
Ante ello, el BCU no cede en su política de subir las tasas de interés, llevándolas al 10.75% en la última reunión del COPOM. El resultado es conocido y previsible para aquellos acostumbrados a seguir la doctrina astoribergarista: una caída en la cotización del dólar, lo que refuerza la pérdida de competitividad y atrae especuladores que turbo-alimentan el atraso cambiario, proceso al cual hoy ya podemos llamar por el nombre sin temor a la censura de doctos que se autoperciben como custodios del término.
Hasta hace poco la situación cambiaria podía ser absorbida por un sector agroindustrial que se beneficiaba de precios record en los principales precios de exportación. En efecto, algunos en Colonia y Paraguay vieron la caída del tipo de cambio como una oportuna detracción implícita a las exportaciones, sin tener en cuenta que nuestro país también exporta servicios a la región y que el desfasaje cambiario viene destruyendo firmas y empleos en el norte de forma sostenida.
Todo quedaba escondido en los promedios y el PBI crecía hasta hace poco al impulso de los altos precios de exportación. Ante la imposibilidad de corregir la competitividad vía tipo de cambio, los sectores de servicios reclaman desde hace tiempo medidas fiscales para asistir a las zonas limítrofes –sobre todo el litoral con Argentina– en su esfuerzo por capear el temporal. Pero a pesar de que la COMAP, en lo que va del año, ha aprobado proyectos promovidos por casi US$ 500 millones –lo que significa un sacrificio fiscal de aproximadamente la mitad de ese importe–, evidentemente no existió ningún espacio fiscal para bajar impuestos a los comercios del norte.
La novedad es que en los últimos meses vienen bajando también los precios de la carne, los granos y la leche en polvo. A modo de ejemplo, esta última bajó un 25% desde su pico a principios de marzo, acumulando una caída de 5% en los últimos 12 meses, mientras que los costos en dólares subieron al menos un 20% si se tienen en cuenta costos laborales y precios de insumos. ¿Qué tipo de negocio puede absorber esta brecha en tan poco tiempo?
Por si nos faltara algún indicio más de que algo anda mal con la política cambiaria, deberíamos observar lo que ocurre con la moneda de China, nuestro principal destino de exportaciones, que sufrió una depreciación de 10% respecto al dólar en los últimos seis meses. En efecto, es difícil encontrar un país respecto al cual Uruguay haya ganado competitividad en estos últimos meses.
Todo apunta a que, por diseño o por accidente, estamos introduciendo fuertes presiones deflacionarias a una economía que necesita generar empleos. Es posible que las calificadoras de crédito se mareen con ratios de deuda/PBI distorsionados por el atraso cambiario, pero la economía real no lo va a soportar por mucho tiempo más. Cuanto más se reprima el tipo de cambio, mayores serán las presiones que se acumularán en la economía y que nos terminarán conduciendo por un camino que algunos de nosotros ya vivimos en tres instancias desde principios de la década de los ´60.
La actual sería la cuarta iteración de un ciclo harto conocido por los uruguayos y que nunca trajo nada bueno para la sociedad. Estamos todavía a tiempo de cambiar. Bastaría un poco de apertura mental y de diálogo con los diferentes actores económicos y sociales. Claro está, si es que no queremos seguir interpretando la partitura astoribergarista, aunque esta vez sea en clave coalicionista.
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