Según un alto jerarca del equipo económico, estaríamos ante un “cisne negro”, metáfora acuñada por el matemático Nassim Nicholas Taleb para describir la ocurrencia de un evento sorpresivo de profundo impacto socioeconómico. Esto podría abarcar una gran variedad de eventos según como se defina el concepto de “sorpresivo”. Los comentaristas económicos tienden a utilizar la expresión para referirse a hechos no previstos o tenidos en cuenta por ellos mismos, supuestamente por ser considerados “improbables”. De modo que si se llegara a producir algún fenómeno sobre el cual la claque no advirtió debidamente, aparece la majestuosa ave que rescata reputaciones.
Ya de por sí resulta discutible considerar a la pandemia como un evento improbable y sorpresivo. Después de todo, Bill Gates lo venía advirtiendo… Pero claramente el conflicto en Ucrania no lo es, ya que se viene fermentando hace más de una década y analistas del prestigio –como John Mearsheimer o Henry Kissinger– vienen sonando la campana desde hace años. Algo parecido ocurrió durante la crisis financiera global del 2008, oportunidad en la que la designación de cisne negro pavimentó el terreno para habilitar un multimillonario rescate. En efecto, según los sofisticados modelos de riesgo utilizados por bancos y reguladores, el evento de 2008 tenía menor probabilidad de ocurrencia que el que condujo a la extinción de los dinosaurios…Como si en 2001 no hubiera estallado la burbuja de los dot-com. O la crisis que arrasó con el sudeste asiático en 1997 hubiera sido solo un espejismo. Solo por mencionar algunos ejemplos.
Claro que ni los grandes banqueros se creían un discurso perfectamente articulado para convencer al público norteamericano de rescatar a la banca. Entrando al edificio de la Reserva Federal de Nueva York para asistir a una reunión en medio de la crisis, y notando que su colaborador titubeaba, el CEO de Goldman Sachs le dijo con una sonrisa: “Te estás bajando de un Mercedes para entrar a la Fed de Nueva York. No vas a desembarcar de un barco Higgins en la playa de Omaha” (ndr: se refería al desembarco de los Marines en las playas de Normandía el Día D). Una digna ilustración práctica de lo que Taylor Caldwell describió tan bien en “Capitanes y reyes”.
Pero dejemos para los paleontólogos del futuro determinar si estamos ante un cisne negro o no… Mejor vayamos a las cosas, utilizando la expresión de Ortega y Gasset. Pongamos la mira en lo concreto y lo posible. La gran mayoría de los ciudadanos son conscientes de la necesidad de mantener los niveles de déficit fiscal dentro de márgenes razonables. También tienen presente las consecuencias negativas que una baja de la calificación crediticia podría acarrear para la economía del país. Pero también muchos de ellos recuerdan nítidamente las terribles consecuencias de las poco acertadas políticas de austeridad que el FMI forzó sobre el gobierno del presidente Jorge Batlle, entre tantos otros.
Igualmente, la gente se percata que el manejo de la política económica no puede centrarse exclusivamente en el cumplimiento de una meta fiscal, como si cumpliendo con un determinado guarismo todo lo demás se fuera a arreglar como por arte de magia. En efecto, la política fiscal es mucho más rica que el ejercicio de fijarse un objetivo de déficit. ¿No existen oportunidades de bajar algunos impuestos y subir otros? ¿No será momento de revisar el régimen de exenciones fiscales de la COMAP? ¿Tiene sentido económico –ya ni siquiera hablemos de justicia– subsidiar la construcción de supermercados en decenas de millones de dólares, al mismo tiempo que se le congelan los fondos presupuestales a la granja? En fin, cuando se navega por la microeconomía, son varias las distorsiones que se observan en varios sectores y que atentan contra la sobrevivencia de las pymes y la creación de empleo.
Si no logramos convencer a los jóvenes de que tienen un futuro en el camino del estudio y del trabajo, tampoco lograremos resolver el constante deterioro en las condiciones de seguridad. Las alternativas que ofrece el “mercado” informal –es el verdadero mercado para los puristas– resultarán cada vez más atractivas, y las ciudades de nuestro país continuarán transitando la ruta hacia Detroit, otrora la ciudad más rica y creativa de los Estados Unidos. ¿Pensamos que el mercado va a resolver esto? ¿Qué estamos esperando para que el Estado tome acciones concretas y directas para corregir el tema del desempleo? ¿Realmente creemos que las fuerzas del mercado por sí solas nos van a sacar de esta situación? La alternativa que nos queda es jugarnos a que la emergente oligarquía digital nos asegure un ingreso universal y que la eutanasia nos garantice el derecho de eyectarnos del mundo. Un mundo feliz, propio de Aldous Huxley.
A todo lo anterior se agrega ahora la seguridad alimentaria, lo que podría resultar en un shock de mayor magnitud que la misma pandemia. A priori resultaría improbable que suframos los problemas de suministro que comienzan a aquejar a algunos países africanos y asiáticos. Pero nuestra producción es cada vez más tecnificada y, con ello, más dependiente de fertilizantes y agroquímicos. ¿Qué pasa si no los pudiéramos obtener a precios razonables o directamente no accediéramos a ellos? Si realmente creemos que estamos ante un cisne negro, deberíamos estar tomando algún tipo de precauciones extraordinarias. ¿No es momento de reevaluar la necesidad de un instituto similar a la vieja Subsistencias?
Una buena política económica tiene que apuntar a responder a preguntas como estas. No se trata de deflactar planteos como si fueran dardos, sino por el contrario, de aceptar las ideas que puedan venir de diferentes sectores de la sociedad y la economía. Es lo inteligente para hacer en un momento que, sin dudas, es de gran incertidumbre. Y es la mejor forma de articular consensos y conducir a la ciudadanía detrás del liderazgo ejercido por su gobierno.
TE PUEDE INTERESAR