Los últimos acontecimientos que hemos estado viviendo en nuestro país reafirman que en educación es harto complejo realizar cambios dado que la resistencia es muy grande. En este artículo profundizaré en describir algunas situaciones que explican, en parte, las razones por las cuales existe una tendencia a aferrarse a lo conocido y a oponerse a las innovaciones, intentando abstraernos de la lucha política partidaria que no debería existir cuando está en juego el futuro de nuestra nación.
Es momento de adoptar políticas educativas que sean políticas de estado y que, por lo tanto, sobrepasen los colores de los gobiernos de turno, trazando las líneas estratégicas centrales en materia de aprendizajes para volver a sentirnos orgullosos de la educación uruguaya.
En primer lugar y en términos generales, la tendencia a actuar por inercia es propia de todo ser humano: comenzamos a realizar una tarea, lo hacemos de manera repetitiva, adquirimos cierto nivel de experiencia y entramos en una zona de confort de la cual es difícil salir. Por otro lado, en general, solemos temer a lo desconocido, por lo que terminamos tratando de convencernos de manera un tanto simplista: -¿para qué cambiar si yo aprendí así?, -siempre lo hice así y me da resultado.
En segundo lugar, para poder realizar cambios en educación hay que estar bien preparados, por lo tanto, si los docentes no se sienten lo suficientemente formados para implementar las innovaciones, probablemente no las apliquen, y la falta de perfeccionamiento los condiciona en las posibilidades de innovar con total comodidad. En este aspecto, son diferentes las situaciones entre los subsistemas público y privado; porque aunque muchas veces los docentes son los mismos, los recursos no lo son. Las instituciones privadas suelen invertir en el perfeccionamiento de sus profesores, así como en la adquisición de recursos materiales y tecnológicos que les permitan innovar a sus docentes. Por el contrario, en las instituciones públicas se invierte lo que se puede y cuando se puede.
En tercer lugar, la cultura de cada organización educativa facilitará en mayor o menor medida la implementación de los cambios. En cada centro educativo existe una apropiación de las innovaciones que es particular y siempre se enfrentan las características de cada cultura con los principios que vienen dados desde afuera: “cuando se introduce una innovación en un centro ocurre un choque cultural entre los valores y normas implícitos en la innovación y aquellos preexistentes en el centro” (Aristimuño, 1999). Es así que, teniendo en cuenta la diversidad de los centros educativos y sus contextos particulares, en cada uno de ellos se realiza una recontextualización de las normas y de las características propias de la innovación. “…la aceptación de los proyectos de mejora a nivel de cada establecimiento y la ‘efectividad’ de cada escuela dependen en modo profundo de la cultura escolar existente” (Rossman, Corbett y Firestone, 1988).
Hay otro aspecto que no es menor y que se relaciona con la etapa de la carrera en la que se encuentra cada docente: cuando está transitando sus últimos años de actividad lo más probable es que no desee cambiar, tampoco cuando recién comienza a ejercer su profesión; en definitiva y en términos generales parecería haber una ventana de apertura al cambio que comienza cuando el profesor tiene aproximadamente una década de experiencia. Una investigación realizada en nuestro país en el año 2010 la cual incluyó a 831 maestros y a 78 directores y 4 grupos de discusión con maestros para comprender con mayor profundidad las razones del rechazo a la innovación concluyó que uno de los factores que más pesa en el grado de apertura al cambio es la antigüedad, encontrándose un cierto lapso óptimo en los maestros que tienen entre 10 y 20 años de profesión (Aristimuño, 2010).
Los profesores, muchas veces se encuentran en una zona de confort y realizan acciones repetitivas, esto los frena para comenzar a cambiar, además no disponen de tiempo o dinero para perfeccionarse. Otro aspecto a tener en cuenta es que el pasaje de grado de los docentes en educación secundaria se realiza únicamente por permanecer cuatro años en el sistema dando clases en institutos públicos y no por méritos académicos. Los sueldos aumentan solamente por el incremento del grado.
Por otro lado, en muchas ocasiones son las familias las que tienden a oponerse a las innovaciones porque sus integrantes aprendieron de otra forma y les resulta difícil aceptar los cambios en las metodologías de aprendizaje. Sin embargo, parece evidente que el mundo cambia: la sociedad, el comercio, el relacionamiento humano y la escuela también se debe actualizar para poder brindar una educación de calidad. La necesidad de implementar innovaciones parece evidente, no solo por las razones expuestas, sino también por los malos resultados que nuestro país viene obteniendo en materia educativa, así como porque según recientes investigaciones la mayor razón por la que se desvinculan los alumnos en educación secundaria es el aburrimiento.
¿A qué nos referimos cuando hablamos de innovar en educación?
Según la UNESCO la innovación no es una simple mejora sino una transformación; una ruptura con los esquemas y la cultura vigentes en las escuelas. (…) La innovación constituye un cambio que incide en algún aspecto estructural de la educación para mejorar su calidad. Puede ocurrir a nivel de aula, de institución educativa y de sistema escolar. (UNESCO, 2016)
Al innovar se busca cambiar la matriz de la educación tradicional, la cual resulta limitada para formar a los ciudadanos del siglo XXI en sus derechos de aprendizaje (Rivas, 2017).
Además de los pésimos resultados académicos que arrojan las pruebas PISA y la inequidad de nuestro sistema, las instituciones educativas favorecen la alienación y no la creatividad.
El dejo de decepción en la mirada no está en todos, pero aparece en las mayorías silenciosas que habitan las aulas. En especial en las escuelas secundarias. Allí los días parecen girar sin terminar nunca. Docentes y alumnos miran el reloj esperando salir de ese “pozo de la modernidad”, donde se oscurece lo que ocurre en el mundo de la gratificación inmediata para transitar un correlato en blanco y negro, un lugar de esfuerzos sin resultados palpables, de largo plazo, de fines abstractos y lejanos. (Rivas, 2017)
Muchos de los lectores se sentirán identificados con la cita antes expuesta, y recordarán probablemente sus tiempos como estudiantes. Es una situación en la que no se verifica la calidad educativa, por el contrario, los alumnos permanecen en el aula sufriendo la frustración del sinsentido.
En el libro Stratosphere, Michael Fullan (2012) mostraba los resultados de una encuesta reveladora. A los 5 años de edad, antes de entrar en la primaria, el 95% de los niños dice ir con gusto al jardín de infantes. No quieren faltar, disfrutan cada uno de sus días con sus docentes. En primer grado comienza el túnel. Para el noveno año de escolarización (mediados de la secundaria), apenas el 37% de los alumnos señala estar satisfecho con su experiencia escolar. Un tercio aproximadamente. El resto navega como puede una experiencia que le resulta insoportable o incomprensible. (Rivas, 2017)
Esta situación que se repite en sistemas educativos de todo el mundo no debería extrañarnos cuando la escuela enseña contenidos del siglo XIX, con profesores del siglo XX, a alumnos del siglo XXI; sin embargo, contextualizar los ejemplos de los mejores sistemas educativos del mundo es un camino que deberíamos intentar transitar.
Tras participar en un estudio financiado por la Comisión Europea que analizó la forma de enseñar en países europeos y latinoamericanos, el psicólogo español Juan Ignacio Pozo se formó una idea muy clara que expuso en una entrevista en el diario El Mercurio de Chile: “El aula es hoy un espacio cada vez más extraño para el alumno, donde pasan cosas que no tienen nada que ver con lo que ocurre en el resto de la sociedad”. Desde ese lugar que exponen Pozo, Fullan y Rivas; ¿podemos hablar de educación para la vida?
El sabor amargo que nos dejan estas reflexiones deberían facilitar la implementación de cambios en nuestro sistema educativo atacando sus puntos débiles, algunos de los cuales he expuesto en este artículo, para lograr una educación de calidad que potencie el avance de la nación en su conjunto.
(*) Escritora, Máster en Educación, Especialización en Gestión Educativa, profesora de Literatura e Inglés, especializada en Literaturas Iberoamericanas del siglo XX.
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