Los clásicos son aquellos libros que contienen las ideas básicas de la civilización occidental, con las cuales debería estar familiarizado todo hombre que se considere educado. Ayudan a conocer el pasado, a comprender el presente y permiten intuir la existencia de una naturaleza humana común.
Los clásicos presentan la realidad tal cual es, integrada en una cosmovisión trascendente, por elementos materiales e inmateriales, visibles e invisibles. Muestran al hombre en relación con los dioses –La Ilíada, La Odisea…– o con Dios –La Biblia–. Con frecuencia están impregnados del más puro realismo, como cuando en La Ilíada Zeus le confiesa a Tetis –madre de Aquiles– los problemas que tiene con su esposa Hera: “Sin motivo me riñe siempre ante los inmortales dioses, porque dice que en las batallas favorezco a los troyanos”.
Hasta hace un par de siglos, la trascendencia era transversal a toda la sociedad, mientras que hoy lo transversal es la ideología de género… De ahí la importancia de volver a los clásicos para restaurar la cultura.
Los clásicos nos hablan de lo bueno, bello y verdadero, en forma directa y contrastando con todo lo falso, lo malo y lo horrible del mundo. Los héroes son héroes, aun sin ser perfectos. Al bien le llaman bien y al mal le llaman mal. La virtud consiste en luchar para sobreponerse a las flaquezas: cuando Aquiles depone su ira, los aqueos ganan la guerra.
Los clásicos usan un lenguaje poético que provoca en el lector una intuición espiritual e intelectual que le lleva al asombro y a la contemplación. Es poético el conocimiento que agrada a los sentidos, deja boquiabierta a la razón y eleva el alma.
Los clásicos nos transmiten ideas, reflexiones y conceptos a través de inolvidables historias, mucho más digeribles que un frío libro de doctrina.
Los clásicos son una escuela de virtudes: no son un muestrario de seres perfectos, sino de hombres y mujeres que luchan por adquirir virtudes, que los hagan más plenos, más parecidos a lo que Dios quiere de ellos: la primera batalla que debe ganar el hombre para hacer feliz a su pueblo es la batalla contra sí mismo.
Los clásicos, dice Chesterton, realizan algo particular bajo una forma universal. Muestran, por ejemplo, la lucha del hombre contra una tentación concreta, que entendemos porque compartimos con los hombres de otros tiempos una idéntica naturaleza.
Los clásicos pueden releerse mil veces, porque siempre nos dicen algo nuevo y distinto. Nos hablan de la naturaleza humana. Y nos muestran cómo la diferencia en el comportamiento de los hombres –héroes y villanos– se debe, más que a las circunstancias en las que vivieron, a la influencia de sus virtudes o de sus vicios en sus acciones. De ahí que despierten el sentido común y ejerzan una acción pedagógica y terapéutica en el lector.
Los clásicos hablan sobre la naturaleza humana y, consecuentemente, sobre la ley natural. Sobre esta, Cicerón dice que las cosas no están bien o mal porque la ley lo diga, sino que la ley, para ser justa, debe reflejar el bien y el mal que se deriva de la naturaleza de las cosas: “Si la justicia es la observación de las leyes escritas y de las instituciones de los pueblos, y si todo debe medirse por la utilidad, olvidará las leyes, las quebrantará si puede, aquel que crea que de hacerlo así obtendrá provecho. La justicia, pues, es absolutamente nula si no se encuentra en la naturaleza: descansando en un interés, otro interés la destruye”.
En síntesis: existe una ley natural cuyo primer principio es que se debe “obrar el bien y evitar el mal”. Es inmutable, no puede ser borrada del corazón de los hombres y vale para todos, en todas las circunstancias.
Por eso, toda ley humana debe respetar la ley natural, en particular lo que refiere a los principios fundamentales. Por eso, ni las mayorías parlamentarias ni el pueblo mediante plebiscitos pueden alterar con sus leyes la ley natural. Esta es el fundamento de los Derechos Humanos, y solo puede ser reconocida por las leyes humanas. La ley natural, en último término, se funda en la ley eterna.
Por último, los clásicos dan perspectiva. Y cuánto más antiguos, más perspectiva nos dan para enfrentar problemas similares a los que padecieron los antiguos: soberbia, envidia, traición, amor, incomprensión, odio, avaricia, perdón… Por eso pensamos que vale la pena en estos tiempos, hacerse una buena lista de los principales y tomarse un tiempo para leerlos… o releerlos.
TE PUEDE INTERESAR: