Con las transformaciones que trajo la posmodernidad y el boom cibernético venimos modificando hábitos y formas de vivir a pasos agigantados. La industria de la moda no se ha quedado atrás con estos cambios; al contrario, se adaptó de una manera muy plástica a la cultura de la fantasía y de la fugacidad.
La noticia parece ficción pero es verdad: una empresa escandinava, Carlings, vende ropa digital. Esta es una nueva tendencia de la moda en la que uno compra ropa de forma digital; entiéndase bien: no es una prenda física; no es un saco, una camisa, unos jeans sino un diseño visual que se adapta perfectamente, como un traje de medida, a la foto del usuario.
Con el fundamento de crear moda sustentable, de no dañar el planeta, de no comprar y descartar solo para una única ocasión, se están escogiendo este tipo de opciones. Ahora bien, si no me compro la ropa para ponérmela, ¿para qué me la compro? Para la foto, of course! Puede sonar ilógico o directamente loco, aunque en una realidad donde vivimos en función de las redes, es más importante lo que parecemos que lo que somos, cómo lucimos que cómo sentimos o pensamos, lo que decimos que lo que hacemos, lo que publicamos que nuestra vida real. Una foto en una red vale más que un apretón de manos, que una sonrisa en vivo, que un encuentro en una plaza.
Al final lo que advertían tantos teóricos sobre la posmodernidad y la era digital estaba bastante acertado. Somos para el otro algo que no existe, el otro para nosotros es algo que no existe. A su vez, con la digitalización de todo, de las cuentas bancarias, del trabajo, de la educación, de la imagen personal y profesional, perdemos el control del tiempo y la energía invertida, de los gastos, de la obsesión por la imagen. ¿Dónde queda en todo este ruidoso y demandante medio tiempo para la espiritualidad, la reflexión, la meditación, la afectividad?
Cuando estamos solo “cotilleando” las redes se nos inunda con alguna noticia terrible que invade los medios, los inicios de todas las plataformas virtuales y todos los temas de conversaciones entre nuestros contactos. Antes de que la noticia tome una resolución, se nos distrae una vez más con algo nuevo y lo que pasó hace días, horas, incluso minutos, pasó a un plano de lo que ya fue.
Y tanto hemos incurrido en esta mentalidad que también nos comportamos así con otras personas, aunque como nosotros de nuestro lado lo vemos, se trata solo de un contacto más. Las redes y su inmediatez hacen que olvidemos o elijamos ignorar que detrás del otro lado de la pantalla hay una persona con sentimientos. Con la virtualidad hemos tornado todo más volátil, más momentáneo y también más a nuestro servicio. ¿O acaso a nadie le ocurrió alguna vez que cuando optó por evitar un diálogo con alguien tomó la decisión de simplemente dejarle de hablar y esperar a que se diluya? Lo mismo hacemos y nos hacen cuando se intenta demorar una respuesta, muchas veces a expensas de que el otro puede estar necesitando o queriendo una palabra clara en ese momento.
Y un gran tema de hoy son las muchas vías de evasión que encontramos o inventamos cuando nos sentimos mal anímicamente. Donde nos chocamos con un malestar o con cualquier sentimiento adverso, nos consolamos con lo que llamaría Freud “falsos raseros”: distracciones, sustitutivos y narcóticos.
Y como expone el filósofo coreano Hans, la represión ha sido sustituida por el exceso de información y de placer. A esto exactamente me refiero. Este mismo autor anuncia que el tiempo sufre de una “discronía”, es decir, el tiempo carece de orden, son muchos presentes puntuales en los que nos debatimos y nos perdemos.
Volviendo a la compra de ropa digital, este es exactamente el fenómeno que podemos observar: no me visto para un evento ni para una ocasión, me visto para verme inmortalizada en las redes. Para los que pueden ver mis redes, yo soy eso. Soy eso, y soy también lo que tuiteo, lo que comento, lo que aparento. Es un lugar muy peligroso para estar. Corro el riesgo de perder mi identidad y aún más: vivir de una aceptación que no es realmente aceptación.
Como se dice comúnmente, acortamos las distancias… o las alargamos. Quizás llegamos a más cantidad de gente y de contenido pero a menos calidad. Como expresa el mencionado Hans, “nos desnudamos en los medios sociales para así satisfacer nuestro narcisismo”.
Si logramos moderar el uso de los medios sociales, si encontramos momentos para el recogimiento espiritual, si realmente entendemos que hay una vida fuera de las redes, si nos preocupamos y ocupamos de aquellos aspectos edificantes de nuestra existencia, si logramos ser felices más allá de lo que ventilamos en nuestros smartphones, solo entonces seremos capaces de habitar este mundo hostil y ruidoso y hacer un uso más sano e inteligente de las redes. No se trata de demonizar los medios digitales, nada de eso; nos sirven, los agradecemos. Solamente alertémonos de lo que puede suceder si perdemos el control. Hay una vida allá afuera y dentro de nosotros.
*Psicóloga y profesora. Especialista en autismo. Mg en dificultades de aprendizaje.
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