El tránsito de la infancia a la juventud, la adolescencia, configura el desgarramiento del círculo familiar, prolongación psíquica de la existencia embrionaria, y la irrupción del individuo en el medio ambiente social. Para situar históricamente una generación conviene precisar las circunstancias que rodean ese momento decisivo. Los hombres y mujeres que hoy tienen de dieciocho a treinta años adquirieron conciencia social en un lapso signado por acontecimientos trascendentales, determinantes de condiciones muy distintas a las conocidas por las generaciones anteriores.
Podemos distinguir en un primer enfoque tres generaciones claramente perfiladas en los últimos cincuenta años de vida de nuestro país. La más antigua, la de los abuelos, está compuesta por los hombres que pelearon o pudieron pelear en 1904, y participaron en el esfuerzo creador conjunto que dio por resultado las grandes transformaciones de la segunda y tercera décadas del siglo XX.
La segunda generación se haya actualmente en la madurez, es la de nuestros padres, que heredaron de los anteriores un camino, un sentido del progreso basado en unas cuantas realidades y otras tantas ilusiones.
La tercera generación, la que nos ocupa, es la que tomó contacto con el vasto mundo que rodea al islote del hogar paterno posterior a esa fecha. Más a partir de la crisis mundial de 1929, los acontecimientos internacionales presionaron decisivamente sobre nuestra vida nacional. Hay que decir pues, que este período coincide con los pródromos, desarrollo y derivaciones de la Segunda Guerra Mundial. Resulta hoy sumamente difícil distinguir entre los rasgos peculiares de la problemática juvenil del Uruguay, y los de esa problemática en el conjunto de la civilización occidental.
Esta identificación se ha ido produciendo por obra de la creciente similitud de las condiciones de vida de un mundo que se unifica inexorablemente, pero también por influjo de corrientes culturales que imponen estados psíquicos y actitudes intelectuales no siempre en concordancia absoluta con la situación local.
El propósito de esta feliz iniciativa que nos lleva a escribir estas páginas no puede ser hablar en plural y sin precisiones inmediatas sobre la juventud. Se trata en cambio de opinar sobre los “problemas de la juventud uruguaya”, es decir los de este país y los de este momento histórico.
De ahí las precisiones que antecedían sobre el Uruguay que vivimos en este instante, y de ahí también que insistamos en que, si bien es cierto que nuestros jóvenes son iguales a los demás del mundo y de la historia, hay ciertos temas estrictamente nacionales.
Asuntos como los que enunciamos ut supra son comunes a nuestra nueva generación, aún vistos bajo una luz diferente, pero hay evidentemente temas puramente uruguayos, que resisten la analogía, pues tienen facetas propias irreductibles, que la Sociología debe tallar en la realidad contemporánea.
Así, por ejemplo, no se trata del acceso a la cultura intelectual o a la educación física, la falta de derechos individuales o la carencia de recursos para su defensa, la discriminación racial, política o social, la falta de adecuada protección jurídica, la militarización forzada y la formación bélica de las conciencias, estrechez nacionalista o partidista del panorama ideológico, o cualquier forma de restricción de tipo jurídico. Bastaría consultar a propósito de todo esto, un trabajo como el de Justino Jiménez de Aréchaga, que, escrito en 1950, se refiere a esta clase de puntos.
Nuestra problemática juvenil deriva directamente de la conciencia y existencia de la “uruguayidad”, si es que puede usarse tan poco eufónico neologismo.
Sería a sí mismo engañarse en un dorado y falso optimismo creer que esos problemas son pocos o fáciles. A medida que ahondamos su análisis, vemos que ellos hunden sus raíces en el seno de nuestra economía, historia, ideología, grandeza y defectos.
A raíz de un concurso de ensayos promovido por la Asociación Cristiana de Jóvenes, que tenía por temática, los problemas de la juventud uruguaya, fueron seleccionados cinco ensayos que fueron publicados en un volumen con ese título en 1954. Los autores ganadores fueron Carlos M. Rama, Emilio E. Castro, Arnaldo Gomensoro, Roberto Ares Pons, Juan Flo. El prólogo del libro fue escrito por Carlos Real de Azúa.
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