No dudamos de que la preocupación por el ambiente es legítima, ya que nadie puede pensar que nos conduzca a algo positivo el devastar la naturaleza, polucionar el agua, la tierra y el aire, agotar los recursos naturales y transformar el mundo y el universo en un gran vertedero. Sin embargo, todas las buenas causas pueden ser utilizadas con propósitos abyectos, contrarios a la recta razón, bastardeadas al extremo de transformarlas en un frankenstein que no solo neutraliza los buenos propósitos que quizás las impulsaron, sino que las transforman en una poderosa herramienta de destrucción material y moral, haciendo aborrecible la lucha que originalmente, seguramente con buena intención, las impulsó.
La reciente Cumbre Ambiental de Azerbaiyán puso en evidencia la utilización de la preocupación ambiental con un propósito desviado de daño económico. Desde hace tiempo Europa, que en este y otros temas ha demostrado una nada envidiable tendencia a su suicidio cultural y económico, ha puesto en la picota a sus productores agrícolas, ya sea agricultores o ganaderos, sin tener en cuenta que las emisiones con efecto invernadero provienen en un 75% de la quema de combustibles fósiles, mientras que las emisiones de metano son solo de un 7%.
Se ha responsabilizado estos productores por las emisiones de gases de efecto invernadero y se ha desatado una franca persecución a estas actividades que con nobleza proporcionaron alimentos a Europa durante siglos. Los promotores de esa persecución sin sentido es imposible determinar si responden a filosofías extraviadas, propias de mentes perversas, o a la utilización instrumental del ambiente como un vehículo para propiciar cambios alimenticios que favorezcan a quienes pretenden alimentar a la humanidad con sustancias artificiales como la famosa “carne” que no tiene origen animal y que no es otra cosa que productos químicos ofrecidos en forma de pastillas, similar a ciertas comidas que se han hecho populares para perros y gatos.
En esa alternativa es evidente que la producción de alimentos naturales, que ha sido y es una de nuestras principales fuentes de ingresos, pierde toda utilidad. No es que pretendamos sacudir fantasmas; lo cierto es que se trata de un peligro real. Ya en Europa, en varios países, con sectores productivos de larga e importante alcurnia en la producción de alimentos en los sectores agrícolas o ganaderos, han sufrido de manera calamitosa este “ambientalismo” fanático y como tal irracional.
No es de extrañar que en esta revolución cultural que vive el mundo, donde se pretende demoler todo lo que ha constituido la base de nuestra civilización, se pretenda poner en la picota a esta noble actividad productiva. Como para muestra basta un botón, la reciente Cumbre Ambiental de Azerbaiyán se ha despachado sin ambages contra la producción agropecuaria en un sonsonete de admoniciones ambientalistas reñidas con la más elemental lógica. Es en tal sentido preocupante que nos ha llegado la noticia de un “impuesto al eructo” que grababa nada menos que en Nueva Zelanda las emisiones de metano y óxido nitroso del ganado. Como consecuencia de ello, se reduciría una carga del ganado en los campos y se plantarían árboles. Vaya la solución, que ha llevado a un productor, con toda lógica, a decir: “No comemos árboles”, agregando que la carne roja seguirá siendo un alimento apetecido y necesario. Por cierto, que ya se habla de los “bonos de carbono” y otros inventos de similar laya para someter a los productores de alimentos a la voluntad de una elite caprichosa y codiciosa que pretende imponer un nuevo colonialismo.
Ello ha determinado que BEEF + LAMB NZ, una organización de Nueva Zelanda, pretenda que se reconozca la efímera duración del metano biogénico, en coincidencia con las conclusiones del técnico de origen alemán Frank Milthoehner, profesor de la Universidad de Davis California, invitado por INAC en 2022, que explicó que el metano es de vida corta y no sería parte del problema ambiental que se pretende enjuiciar ya que a nivel mundial, se destruye en la atmósfera casi la misma cantidad que se produce
El catastrofismo climático que anuncia el fin del mundo para dentro de pocos años por el calentamiento global nos hace acordar a las predicciones que algunos predicadores han hecho en igual sentido como el delirante Jim Jones que en 1978, provocó en Guyana, suicidios masivos de adictos a su secta. Para colmo de males, se anuncia la intromisión del neomalthussianista Bill Gates en el negocio ganadero de nuestro país, financiando su observatorio de ganadería sostenible. Esto, en definitiva, es someternos a los juicios de un enemigo de la ganadería con interés en darle rienda suelta a su propio negocio de un sustituto de laboratorio. Bill Gates el archienemigo de nuestra producción ganadera, será quien nos de la pauta, de cómo debemos hacerlo de manera sostenible. No podemos sino hacer una mueca de disgusto frente al voluntario sometimiento de nuestra producción a los intereses de quiénes son sus enconados adversarios y competidores. Un verdadero absurdo, mientras que millones dólares edulcoran el veneno que se nos pretende inocular, en forma de consejos que seguramente acompañaran algún tipo de condicionamiento, por no decir extorsión. Nos preguntamos si lo hará con el sublime interés de proteger la salud ambiental o por el contrario para terminar con la ganadería e imponer su sustituto sintético. El tiempo dirá, pero estamos advertidos.
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