El puerto es uno de los generadores principales de la riqueza y desarrollo de una región o país. Por este motivo los cargos directrices deberían ser ocupados por personas con un mínimo conocimiento de los temas portuarios y el currículo de los nuevos responsables debería contener los méritos profesionales que el cargo requiere, y no ser designados por cuotas políticas o para compensar a quienes no han sido electos en puestos de representación parlamentaria.
Con los nombramientos políticos, carentes de criterios profesionales, se pone a un puerto en manos de las fuerzas internas: personas con años de servicio y vicios adquiridos, generalmente por una inercia de continuismo estático. Esto es lo opuesto a la renovación que se necesita para procesar cambios.
Cuando los temas técnicos son “capturados” por los políticos, primero se convierten en temas técnico – políticos, luego en político – técnicos y al cabo de los años lo técnico desaparece y se convierten en intereses políticos. La competitividad, la excelencia, la generación de riqueza y de puestos de trabajo se apartan de una concepción técnica y son absorbidos por el amiguismo partidario. Se comienza a difundir información política a través de medios de comunicación afines al poder de turno, luego se inician determinadas acciones, generalmente sobre el pequeño o mediano empresario/emprendedor, con el propósito de ir acostumbrando a la sociedad, a la incapacidad de los políticos y sus amigos. Finalmente se toma posesión del sistema portuario, invocando el bien común, la estrategia país y la competitividad, sin fundamentos técnico económicos de ningún tipo.
Los puertos necesitan una cierta tormenta de ideas e innovación, lo cual genera una presión sobre el sistema, imprescindible para superar el estancamiento rutinario. Esto no se consigue con una gestión politizada, por lo general acompañada de burocratización y del manejo propio de los políticos y sus satélites.
Para dirigir un puerto se requiere conocer el tema y desarrollar una gestión lejos de planteamientos partidarios cuyo horizonte apenas alcanza las próximas elecciones. Un puerto gestionado por políticos, en donde los cargos gerenciales se designan por afinidad política y no por capacidad, está condenado a la ineficiencia y a la pérdida de oportunidades.
En el mundo empresarial, cuando aparece una dificultad o se ha de tomar una decisión, el responsable recopila la información disponible, la analiza, la valora y decide un camino, el cual mantendrá hasta que se tenga nueva información o cambie la situación. Los políticos actúan en función del mayor beneficio partidario y se ven obligados a recompensar a las personas que los han ayudado a mantenerlos en el poder.
En la actualidad, donde el negocio marítimo está cada vez más globalizado, se necesitan gestores que estén al día de cómo va cambiando el mundo marítimo, los tipos de cargas, la operatividad y la digitalización de las terminales. El menor error de planteamiento generará un puerto obsoleto que podría, incluso, quedar fuera del mercado de fletes.
Para que los puertos tengan viabilidad futura en función de los cambios que se están produciendo en el mundo, deberían estar al frente de los mismos profesionales con criterio portuario y no dejarlo en manos de personas con perfil político pero cuyo conocimiento marítimo y portuario es prácticamente inexistente. Cuando sucede esto, el puerto compite en desventaja con otros puertos dirigidos por autoridades expertas.
Si en su país está sucediendo algo similar a lo relatado anteriormente, debería hacerse la siguiente pregunta: ¿No será hora de cambiar?
Boletín Marítimo
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