La pregunta que Pilatos hizo a Jesús hace XXI siglos, sigue estando vigente en nuestro tiempo. Algunos incluso se preguntan si existe la verdad; otros, dan por sentado que no hay verdades objetivas, que cada uno tiene su verdad. O su posverdad, sea lo que sea que esto signifique…
A la pregunta de Pilatos, respondió con particular acierto, Santo Tomás de Aquino, cuando afirmó que “la verdad es la adecuación del entendimiento a la realidad”. La inteligencia capta la cosa por los sentidos y la entiende –incorpora el concepto- por la inteligencia. Por ejemplo, ante una botella que contiene un líquido transparente, el sentido del olfato me podrá decir si me encuentro ante un litro de agua potable, o ante un litro de thinner. Distinción muy necesaria para preservar la salud: tanto, que si a alguien se le ocurriera afirmar que su sola percepción puede transformar el thinner en agua, probablemente lo pagaría con su vida.
Por eso, cuando hace unos días una persona me dijo su opinión valía lo mismo que la mía, sin complejos relativistas de ninguna índole, le respondí que eso no era así. Que lo que vale lo mismo, es su derecho a opinar; pero que dos personas tengan idéntico derecho a opinar, no significa que sus opiniones tengan el mismo valor.
Juicios humanos
Empecemos por el principio. En filosofía, se dice que los seres humanos somos capaces de realizar tres tipos de juicios: la duda, la opinión y la certeza. La duda, surge cuando la persona entiende que carece de los elementos de juicio suficientes para actuar de un modo o de otro. Si no hay pruebas suficientes de que alguien es culpable de un crimen, es muy difícil decidir si debe ser sentenciado o no a una pena de cárcel.
La opinión, por su parte, se basa ya en ciertas pruebas. Uno puede pensar que una persona es inocente de un crimen cuando mira a los ojos, cuando permanece tranquila durante un interrogatorio, cuando manifiesta su inocencia con su lenguaje corporal. Otro puede pensar que todo eso no significa nada, y que el acusado puede ser un muy buen actor.
Finalmente, la certeza se obtiene si se comprueba fehacientemente, que a la hora del crimen, el sospechoso estaba muy lejos de la escena del crimen.
Así, es posible afirmar que en medio de muchísimas dudas, y de una enorme cantidad de temas ante los que se pueden ser opinables –aunque con muy diverso grado de adecuación a la realidad-, hay también, algunas certezas.
No todo da lo mismo
Nuestra inteligencia es capaz de conocer muchas cosas, de descubrir grandes verdades, de captar numerosas evidencias, mientras que nuestra voluntad, nos permite adherir a ellas. Y si bien es cierto que no todo se puede conocer, y que a veces lo que se tenía por cierto puede cambiar al descubrir nueva evidencia, ello no significa que la verdad no exista.
El hecho de creer que un bidón está lleno de agua, cuando en realidad está vació, no elimina la certeza de que el bidón existe, y que por tanto, puede llenarse, siempre que se encuentre una fuente de agua. De modo análogo, alguien podrá opinar que los docentes de un centro educativo no deben decirle a sus alumnos como deben presentarse en clase, mientras que otros, opinarán que es positivo poner algunos límites a la vestimenta y al arreglo personal de los estudiantes. Se trata de una cuestión claramente opinable. Pero es muy probable que los hábitos de vestimenta y arreglo personal de los jóvenes, incidan más tarde en su capacidad de conseguir trabajo… Por tanto, no todas las opiniones tienen el mismo valor.
El relativismo afirma que nadie es dueño de la verdad, que cada quien tiene su verdad, que todo da lo mismo. Ahora bien, ¿cómo puede uno tener su verdad si la verdad no existe? Lo que ocurre en la realidad, es que nadie posee su verdad, sino que la verdad lo posee a uno cuando su inteligencia se adecua a la realidad de la cosa y la acepta tal como es. La verdad se impone por sí misma.
Y la verdad, es absolutamente necesaria para dos cuestiones fundamentales en la vida del hombre: el amor y la libertad. Sólo un padre o una madre que ama a sus hijos, puede encarar la tarea –casi siempre ingrata- de corregirles, de mostrarles la verdad cuando por su ignorancia, caen en el error. Por su parte, la libertad necesita fundarse en la verdad: porque quien elige el error, de algún modo se esclaviza, mientras que sólo quien elige la verdad, llega a ser auténticamente libre. Amor, verdad, y libertad, siempre van juntos.
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