Fue como un déjà vu.
Sí, como una de esas situaciones que te parece haberlas vivido antes o soñado y que se reiteran en la actualidad.
Me pasó escuchando la radio ante unas declaraciones acerca de la búsqueda de por qué se perdió una elección.
Hubo una reunión de dirigentes para analizar los motivos de la derrota. Y si bien se redactó un texto, en el que no se menciona a dirigente alguno, dieron a entender que, por la forma de proceder de Daniel Martínez y de la candidata a vice, Graciela Villar, fueron los responsables del desaguisado electoral.
Parece que en la reunión se habló de que se confiaron de puros soberbios que son; que se olvidaron de tener el fuego encendido, de preparar bien la receta para la campaña, de buenas asociaciones y que además se sentían omnipotentes por “los logros” obtenidos.
El texto elevado se llamó: “Balance, evaluación crítica, autocrítica y perspectivas”, que presenta reflexiones sobre una campaña a la que califica como “perdedora” y dejó a los candidatos más que quemados, pegados y en el fondo de la olla.
Ahora bien, estimado lector, usted se estará preguntando cuál es mi déjà vu.
Resulta que hace un montón de años, en un club de jubilados, se organizó y realizó una comilona de “mi flor”.
Una novel y joven directiva decidió organizar un gran guiso para festejar la victoria electoral interna. Era pleno invierno y los veteranos no estaban como para comer asado al aire libre, así que definieron que sería una comida potente y servida bajo techo.
Con un ticket económico se aseguraron la presencia de unos 300 comensales. Se consiguieron las ollas prestadas y comenzó la preparación. Había mucho poroto negro, garbanzo y alubia, carne de cerdo, chorizo y verduras varias.
Pero no tenían experiencia como para preparar una cantidad tan importante de guiso. Tampoco tenían buenos cocineros.
El destino quiso que un par de entrometidos, el Danielo y doña Gracia, se ofrecieran como cocineros buscando hacer puntos con la nueva directiva.
Dio comienzo la reunión y llevaron cantores y payadores que les dejaban lo mejor de sus trinos, en algún caso, sus truenos.
Y la cosa de la comida arrancó mal y tarde. La hora del almuerzo se iba retrasando cada vez más y había pocos colaboradores para pelar. Una tal Glenda, que se negaba a seguir con la cebolla porque no paraba de lagrimear, decidió ponerle remolacha con cáscara sin lavar, y con el fuego muy fuerte, tratando de apurar la cocción. Todo fue un caos.
Los veteranos, ya siendo las diecisiete horas, daban alaridos de hambre y bronca.
Cuando al fin se sirvieron los platos, las caras se transformaron, se transfiguraron, las caras de desasosiego e incredulidad ganaron el ambiente y no hubo salvación.
Al guiso se le habían quemado los porotos en el fondo de la olla y alguien, en vez de servir de arriba, lo revolvió con firmeza. Eso, sumado a las remolachas sin lavar, le agregó al terrible sabor a quemado el gusto a barro y tierra.
Tras la decepción se buscó en una reunión encontrar al culpable o los culpables de revolver la olla. No aparecieron así que todos estuvieron de acuerdo en culpar a Danielo, Gracia y Glenda por el desaguisado.
Dicen que Glenda les gritaba:
—Ustedes serán directivos, ¿pero saben lo que nunca van a ser? ¡Cocineros!
Sin receta y sin experiencia, los candidatos estaban quemados y en el fondo de la olla.
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