Hoy hace exactamente un mes que Myriam Otero de Rocha abandonó este mundo a los 96 años. Lo hizo serenamente, casi sin darse cuenta. O en otras palabras, a la hora señalada, en pleno uso de esa misma lucidez que le permitió siempre disfrutar la dimensión estética del mundo. Ella que profesaba una visión trascendente de la vida, aceptó que esa inevitable visitante -que llamamos muerte- la viniera a buscar de sopetón, mientras jugaba al scrabble, con su hija, que viviendo en Estados Unidos estaba de paso en Montevideo.
Como se menciona en el film de Disney Coco, “Solo se muere cuando se olvida”, y nosotros nunca te olvidamos…
Hablar de esta singular docente, me obliga a dar testimonio de la grandeza de la enseñanza pública que gozaba nuestro país en épocas ya algo lejanas. Yo hice los cuatro años de secundaria en el liceo Vaz Ferreira (n° 10) donde la señora de Rocha se desempeñaba como profesora adscrita y profesora de literatura dentro de aquel magnífico plan de estudio que se denominaba plan 1941.
Como olvidar a aquellas figuras que con tanto celo profesional velaban por el funcionamiento ordenado, de lo que siempre debió ser un liceo: un centro de formación del carácter de los adolescentes. Maruja Olivera Pouey, la secretaria de ese inolvidable centro estudios, siempre con su impoluta túnica blanca, el director Roberto Taruselli y el prof. adscripto Bonomi con su prolijo atuendo y con su infaltable corbata de nudo simétrico, que a las doce del mediodía siempre esperaba el ómnibus en la puerta del liceo, para ir a su otro empleo de la Caja Bancaria.
Cuando por algún motivo faltaba algún profesor esta ausencia -excepcional en aquella época- la suplía esta inquieta bella docente, siempre rebosante de vitalidad. Un día nos leía con particular dicción alguna página de Oscar Wilde, otras veces seleccionaba versos del viejo romancero castellano, y sin afectación lograba captar magistralmente nuestra atención de adolescentes dispersos. A tal punto que recuerdo de memoria muchas de esas páginas como la historia de aquel millonario norteamericano Mr. Otis que insistió en comprar en Inglaterra un castillo con fantasma incluido…
Myriam era hija de Ramón Otero un actor de teatro que junto a Horacio Preve, a Alberto Candeau, a Enrique Guarnero y su mujer Maruja Santullo, a Estela Medina y tantos otros más que conformaron lo que se llamó La Comedia Nacional. Era la obra de Justino Zabala Muniz que contrató a la española Margarita Xirgu, para lograr darle ese toque de coordinada calidad, a estos brillantes artistas.
Otra elocuente expresión de una época de oro para la cultura uruguaya.
Su marido el periodista y crítico de cine Hugo Rocha de vasta actividad cultural, se le concedió el título de Pionero Antártico Uruguayo por el foro de debate Mirando al Sur y un mes antes de su fallecimiento a los 97 años, el 4 de noviembre de 2014, participó como invitado especial de Cinemateca, de la presentación de la película Banderas sobre el Silencio que protagonizara en 1958.
Pero a Myriam no le bastó con ser excelente docente y trasmitir esa curiosidad por la cultura que después le abre los caminos al espíritu. Sino que siguió acompañando a sus alumnos, (al grupo que nos identificamos como LVF10) y participando en los avatares de sus vidas, con esa imagen de “gallina que cuida a sus polluelos” como se le decía a manera de chanza. A través del email o de las diferentes reuniones que se iban organizando. Por lo menos una vez al año.
Nunca me podré olvidar cuando también participaba de esas excursiones -en micro ómnibus- ya sea a Don Pascual en las Sierras de Aiguá o a La Miní en la Laguna Merín.
No hace tanto (debería ser antes de 2014) me parece ver a un Hugo Rocha jovial con su barba entrecana, con su cámara de fotos profesional, con su look de cineasta y su vocación de saber aprovechar la vida con intensidad, captando imágenes nuevas de una naturaleza que contrasta con la blanca y yerma superficie polar, que tanto lo sedujo en otras épocas. Y preguntando y entendiendo todo.
Ahora nuevamente los espíritus primaverales de Myriam y Hugo se unieron en la eternidad.
Y por tratarse de ellos pero, también nosotros, no sé si terminar éstas sentidas reflexiones o con Rubén Dario: “Juventud divino tesoro/ ya te vas para no volver/Cuando quiero llorar no lloro/ y a veces lloro sin querer…”
O con Amado Nervo: “¡Vida nada me debes!/ ¡Vida estamos en paz!”
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