El 25 de agosto de 1897, culminado el Tedeum en la Catedral de Montevideo que con motivo del aniversario de la Independencia se realizaba año a año, el entonces presidente de la República, Juan Idiarte Borda, se dispuso a atravesar caminando la plaza Matriz junto a las principales figuras de su gobierno, para participar de los festejos en el histórico edificio del Cabildo, cuando de la multitud que participaba de la fiesta patria, sale a su encuentro un joven llamado Avelino Arredondo, quien extrajo un revólver de su ropa y le efectuó un disparo a escasa distancia. Acompañaba al presidente, Mariano Soler, que en su calidad de arzobispo metropolitano, había oficiado la ceremonia religiosa.
El Bien, uno de los periódicos de la época que tal vez era el que sentía menos encono por la ilustre víctima, nos brinda esta narración de lo sucedido: “Incorporado el señor Arzobispo y en momento que este estrechaba la mano al señor Stewart, se oyó una detonación de arma de fuego, seca, breve. El señor Arzobispo al oír la detonación miró al señor Idiarte Borda y viendo que se colocaba las manos en el pecho preguntó qué tenía, manifestando el presidente que se moría. Monseñor Soler le dijo entonces, ¿quiere que le dé la absolución señor presidente? A lo que el herido contestó afirmativamente. Dispóngase entonces, le dijo el digno Prelado, haga arrepentimiento de todos sus pecados e invoque el nombre de Dios. El señor Idiarte Borda, dijo entonces: ¡Dios mío! Esas fueron sus últimas palabras pues fallecía en momentos que nuestro Metropolitano lo absolvía…”
Se consumaba así el primer magnicidio de nuestra historia, dado que lo acontecido casi 30 años antes con los asesinatos de Flores y Berro -el mismo día- no encaja bien en la formalidad del término, porque no se encontraban en el ejercicio de la primera magistratura, si bien el primero apenas hacía cuatro días que había finalizado su mandato.
Este hecho de sangre no ha sido analizado en forma objetiva ni por los testimonios contemporáneos, demasiado tensados por el fragor de guerra civil y por la lucha en controlar la supremacía del Partido Colorado. Y mucho menos por la historiografía posterior, que muchas veces ha querido restarle importancia, cuándo no, mostrar este luctuoso episodio como un acto de generosidad y arrojo por el autor del disparo. En esos tiempos que episodios similares acontecían en el mundo, era fácil fabricar una aureola de idealismo. Nadie se detuvo a pensar que el joven Arredondo no profesaba la ideología ácrata, ni tampoco pertenecía al enconado bando de los doloridos blancos en pie de guerra.
¿Cherchez la femme? Más bien habría que hurgar entre los perjudicados manipuladores financieros que con la creación del Banco de la República Oriental del Uruguay, creado un año antes, se le cercenaba notorios privilegios, entre ellos, la prohibición de emitir papel moneda. Que cuando las cosas venían mal, siempre acudía una disposición gubernativa en “curso forzoso” en su auxilio.
TE PUEDE INTERESAR