“Leyendas negras de la Iglesia” (1996), es uno de los libros más conocidos del periodista y escritor italiano Vittorio Messori. En su introducción, Messori narra su encuentro con Leo Moulin, prestigioso “profesor de Historia y Sociología en la Universidad de Bruselas durante medio siglo”.
Reflexionando sobre la Iglesia católica, Moulin –exmasón, agnóstico, racionalista– afirma lo siguiente: “Haced caso a este viejo incrédulo que sabe lo que dice: la obra maestra de la propaganda anticristiana es haber logrado crear en los cristianos, sobre todo en los católicos, una mala conciencia, infundiéndoles la inquietud, cuando no la vergüenza, por su propia historia. A fuerza de insistir, desde la Reforma hasta nuestros días, han conseguido convenceros de que sois los responsables de todos o casi todos los males del mundo. Os han paralizado en la autocrítica masoquista para neutralizar la crítica de lo que ha ocupado vuestro lugar”.
Messori hace un listado de lo que ha ocupado el lugar de los cristianos: “feministas, homosexuales, tercermundialistas y tercermundistas, pacifistas, representantes de todas las minorías, contestatarios y descontentos de cualquier ralea, científicos, humanistas, filósofos, ecologistas, defensores de los animales, moralistas laicos”.
Tras el paréntesis, sigue Moulin: “Habéis permitido que todos os pasaran cuentas, a menudo falseadas, casi sin discutir. No ha habido problema, error o sufrimiento histórico que no se os haya imputado. Y vosotros, casi siempre ignorantes de vuestro pasado, habéis acabado por creerlo, hasta el punto de respaldarlos. En cambio, yo (agnóstico, pero también un historiador que trata de ser objetivo) os digo que debéis reaccionar en nombre de la verdad. De hecho, a menudo no es cierto. Pero si en algún caso lo es, también es cierto que, tras un balance de veinte siglos de cristianismo, las luces prevalecen ampliamente sobre las tinieblas. Luego, ¿por qué no pedís cuentas a quienes os las piden a vosotros? ¿Acaso han sido mejores los resultados de lo que ha venido después? ¿Desde qué púlpitos escucháis, contritos, ciertos sermones?” (…) “¡Aquella vergonzosa mentira de los ‘siglos oscuros’, por estar inspirados en la fe del Evangelio! ¿Por qué, entonces, todo lo que nos queda de aquellos tiempos es de una belleza y sabiduría tan fascinantes? También en la historia sirve la ley de causa y efecto…”.
Moulin, un hombre sin fe, afirma lo que afirma basado, estrictamente, en su notable conocimiento de la Historia. Desde allí acusa a los católicos de haberse tragado sin chistar la propaganda de los enemigos de la Iglesia. También lamenta Moulin que los católicos conozcan tan poco su propia historia, que no estén orgullosos de ella, que no reaccionen, ni contesten, ni sepan argumentar en defensa de su fe. Idéntica perplejidad, muestra María Elvira Roca Barea, también agnóstica, en “Imperiofobia y leyenda negra”.
Ambos tienen razón. Quizá, todo se deba a una errónea comprensión del mandato evangélico de poner la otra mejilla, que es válido para las ofensas personales, pero no para las ofensas “institucionales”: mientras todo católico puede y debe perdonar las ofensas que se le hagan a él, no puede permitir –sin faltar a la caridad– que se digan falsedades sobre la fe que informa su vida, ni que se mienta sobre hechos y comportamientos de personas que no se pueden defender.
Moulin alienta a los católicos a “reaccionar en nombre de la verdad”. A “pedir cuentas” a quienes se las piden a ellos. A no comerse la pastilla. A no tragarse la “historia oficial” construida sobre leyendas inventadas por los enemigos de la Iglesia.
Y afirma con énfasis que es una “vergonzosa mentira” aquello de los “«siglos oscuros», por estar inspirados en la fe del Evangelio”. La prueba de la mentira está, por supuesto, en la belleza del legado medieval. ¿Acaso la Sainte Chapelle o Notre Dame pueden ser obra de una horda de ignorantes? ¿Y qué hay de la Divina Comedia de Dante, del Cantar de Roldán o el Cantar de Mío Cid? ¿Qué hay las pinturas del Giotto, de Donatello, de Fra Angélico o de Alberti, por no hablar de la belleza del arte bizantino?
¿Es necesario, entonces, andar haciendo ostentación de conocimientos históricos, de fe católica, con actitud agresiva? Para nada. Pero ante los reiterados y cada vez más frecuentes ataques de que son objeto la fe católica y la Edad Media, parece necesario reaccionar. Con caridad, sí. Pero sin medias tintas.
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