Toda violación de la soberanía de un Estado hiere lo más profundo del derecho de los pueblos y constituye una alteración de la paz. No solo por transgredir normas claves, tuteladas por la Carta de Naciones Unidas, sino por vulnerar una de las conquistas más valorada de nuestra América Latina. “La libre determinación de los pueblos y el precepto de no intervención”, dos principios que con mucho empeño se lograron introducir como axiomas intangibles en la VII Conferencia Panamericana de 1933, buscando doblar la página del ominoso capítulo del Big Stick, que tanta desconfianza acumuló en la convivencia de las dos Américas.
A todos nos tomó por sorpresa el ingreso de tropas Rusas en Ucrania, a la vez que provocó en todos honda preocupación, por aquello de que se sabe cuándo empieza una guerra, pero nunca cuándo y cómo termina.
Lo malo es salir de un sueño y al regresar a la vigilia encontrarnos que a través de las redes, de los medios y de la falta de información objetiva, se han creado mitos que deforman la realidad, cuando lo preocupante es en sí mismo, los tambores de guerra que comienzan a retumbar.
En forma reiterada se repite que el derrumbado “imperio soviético” viene por su revancha y que la alternativa es entre la “libertad y el totalitarismo”. Es arriesgado ideologizar las confrontaciones de grandes potencias y reagruparlas en buenos y malos.
Uno de los periódicos de negocios más leído e importante del mundo, el Financial Times, bajo el título “Putin abre un nuevo capítulo en Europa”, sostiene que el ataque de Rusia no fue provocado y se basa en falsedades… En un giro periodístico de esa nota, para matizar acusaciones de culpabilidad unilateral contra Rusia, el destacado órgano afirma: “La sabiduría de la ampliación de la OTAN hacia el este, tras la Guerra Fría, se debatirá en los próximos años”. Este comodín de pretendida objetividad merece un análisis que hoy no puede quedar aplazado dado las preocupantes circunstancias que atraviesa el mundo, y su repuesta es el meollo del problema. ¿Y por qué no pensar que esta sí sería una de las claves del combate que estalló el pasado 24 de febrero?
La caída del Muro de Berlín a fines de 1989 tiene un valor simbólico para visualizar un cambio de época que sobre todo incumbe a la geopolítica europea. Y que esto se haya producido sin disparar un solo tiro marca un hito histórico en el universo de las ideas políticas. Llama la atención que una vez disuelto el Pacto de Varsovia su contracara militar, la OTAN, siguiera operando en el tablero europeo.¿Sería para ejercer la tutela política que tanto le molestaba al Gral. De Gaulle?. El mundo post-Hiroshina tiene plena conciencia de la capacidad aniquiladora de las ojivas nucleares. Hoy la vulnerabilidad de las fronteras se cuenta por minutos y segundos y eso depende de la distancia en que están emplazadas las bases. ¿Qué pasaría si México accediera a permitirle a Rusia instalar una base misilística en su territorio?
EE. UU. reaccionaria con la misma firmeza que lo hizo J.F. Kennedy en octubre de 1962 cuando le dio un tajante ultimátum a la Unión Soviética.
Dos organizaciones militares aparentemente opuestas, que se armonizan en preservar el statu quo mundial
En 1949 se fundó la OTAN para defender a una Europa que comenzaba a recuperarse de la guerra en clave democrática y capitalista, de una posible agresividad del bloque comunista, liderado por una URSS que había alcanzado dimensiones territoriales inimaginadas, merced a las concesiones que le hicieron los mismos aliados occidentales en Yalta y en Potsdam y luego refrendadas en Helsinski, otorgándole media Europa, que incluía países que nunca pertenecieron a Rusia Soviética.
Nunca quedó claro, más allá de la abundante literatura hollywoodense, si existió una Guerra Fría o si se trató de defender a rajatabla el statu quo creado en esos foros cimeros.
El líder francés Charles De Gaulle se sintió molesto por la tutela de allende el Atlántico y en 1966, en una conferencia de prensa celebrada en París, el Gral. De Gaulle anunció que “la flota francesa del Mediterráneo quedará desligada del mando de la OTAN y los norteamericanos no podrán almacenar armas atómicas en las bases que poseen en territorio francés”. Y más adelante reafirma el presidente francés: “Me niego a ver a Francia implicada automáticamente en una guerra, por decisión de otras naciones”. La independencia se paga caro, no pasaron dos años que tuvo que afrontar los desbordes del mayo francés…
El 14 de mayo de 1955, en contrapartida a la Alianza Atlántica, la Unión Soviética creo un tratado de alianza conocido como Pacto de Varsovia, que fue firmado por la URSS y los países que le fueron entregados como botín de guerra diez años antes. En la literatura política de aquel entonces, se consideraba que era un equilibrio necesario de poder y nunca hubo enfrentamiento militar entre las dos organizaciones, pero sí en cambio hubo brutales represiones y guerras subsidiarias. Su mayor despliegue militar fue la interminable columna de tanques que ingresó en Budapest para aplastar la rebelión del pueblo húngaro en noviembre de 1956 para aplastar a los disidentes del Comintern y opositores al sistema impuesto sin ningún tipo de consulta popular, por los Aliados. Fue la llamada “Operación Torbellino” que echó por tierra la esperanza de los rebeldes resistieron heroicamente alentados por Radio Free Europa (RFE), la que se dedicó durante el alzamiento a hacer un llamado en lengua húngara a oponerse a las fuerzas soviéticas, a la vez que los instruía con consejos de táctica militar. La RFE fue muy criticada por haber engañado al pueblo húngaro insinuando, que la OTAN intervendría si lograban resistir.
István Bibó, canciller del recientemente formado gobierno provisorio cuando irrumpen las interminables columnas de tanques en la fría madrugada del 4 de noviembre, se mantuvo impávido, sentado en su despacho ministerial redactando una proclama que comenzaba: “La situación de Hungría se convirtió en el escándalo del mundo entero…”.
La Guerra Fría había llegado a punto muerto, era todo un bleuf. El secretario general de la OTAN, P.H. Spaak, como haciendo un chiste macabro, calificó la revuelta húngara como “el suicidio colectivo de todo un pueblo”.
El presidente de Estados Unidos, Dwight Eisenhower, había desestimado cualquier tipo de ayuda militar. En entrevista en 1998, el embajador Géza Jeszenszky fue crítico con la inacción de Occidente en 1956, diciendo que “ni siquiera usaron la influencia que en ese entonces ejercía Naciones Unidas”, dando como ejemplo el apoyo que le brindó a EE.UU. en la Guerra de Corea de 1950 a 1953.
El rubicundo gobernante de la URSS, Nikita Jrushchov, expresó con sarcasmo: “El apoyo que brinda EE.UU. es más bien como el apoyo que le da la cuerda al hombre colgado”.
Doce años después se produce una rebelión con mucho menos dramatismo en Checoslovaquia, “La Primavera de Praga”. Ante la inminencia de la invasión soviética, el dirigente A. Dubeck, recordando la experiencia húngara, exhorta a los ciudadanos a no resistir.
Y en el polo supuestamente opuesto, EE.UU. no se quedó atrás. Después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, realizó más de treinta intervenciones armadas en países soberanos, en algunos casos conflictos bélicos muy prolongados y sangrientos, como el de Vietnam, el de Yugoslavia, el de Irak, el de Afganistán y varios otros más. En nuestra América bástenos recordar Guatemala, Santo Domingo y Panamá. Nunca ningún gobierno se animó ni siquiera a esbozar recortarle a la URSS la Agencia Tass, ni a EE.UU. la CNN o AP ni mucho menos hablar de cortar el Swift a sus respectivos sistemas financieros.
Un poco de historia ancestral
La relación Rusia-Ucrania hay que visualizarla en perspectiva histórica. Fue en Kiev donde nació en el siglo IX Rusia como nación con todas las peculiaridades que posee su pueblo hasta el día de hoy y que lo hace diferente de los ingleses, de los franceses, de los alemanes, ¡y también de los chinos! La globalización no ha logrado aún (quizá nunca lo logre) cambiar el ADN de los seres humanos. El lugar de nacimiento donde está emplazada esta ciudad, la leyenda dice, fue profetizado por San Andrés al comienzo de la era cristiana.
Mal que le pese a los movimientos racistas -del pasado y del presente- no existen etnias puras. Y en Kiev se fue amalgamando una raza cósmica, conformada por las tribus que configuraban la Rus, que los antropólogos no se han puesto aún de acuerdo en su origen, encuadrados por un grupo dirigente y dominante (como en Inglaterra los normandos) de origen vikingo escandinavo, conocidos por Varegos, guerreros habituados a transitar en sus barcos por los ríos que unen el Báltico con el Mar Negro. De cuyo seno surgió la dinastía de los Riurik que gobernaron hasta finalizar el siglo XVI con Teodoro el hijo del primero en ostentar el título de zar, conocido como Iván el Terrible. Uno de los fundadores de esta dinastía Riurik fue el príncipe Vladimir que después de recibir a los emisarios que envió al mundo mediterráneo (la cuna de la Civilización) para informarse a cuál de las religiones abrahamicas le era más beneficioso convertirse. Eligió la Fe Cristiana en su versión bizantina y luego de mandar destruir todos los iconos paganos, obligó a sus súbditos a introducirse en las aguas del río Dniéper -que a imagen del Jordán- consagraba el bautismo grupal.
Luego sobrevendrán las invasiones tártaro-mogol que destruyeron Kiev y dominaron a los rusos durante casi 200 años. Pero más allá de haber aportado cuantiosos cromosomas genéticos, no afectaron la configuración cultural instaurada en Kiev. Durante más de mil años Kiev constituyó el corazón de Rusia, no obstante que la sede del gobierno fue cambiando, Nóvgorod, Moscú, San Petersburgo, nuevamente Moscú, pero Ucrania recién fue cesionada de su tronco cultural a comienzo del siglo XX. El 3 marzo de 1918 se firma en Bielorrusia lo que se llamó la Paz de Brest-Litovsk que fue el compromiso asumido por Lenin con el alto mando alemán (Hindenburg y Ludendorf) a cambio de su traslado desde Basilea en tren sellado rumbo a San Petersburgo, donde se comprometió que una vez que conquistara el poder, haría una paz por separado con el Imperio alemán y sus aliados (eliminado el frente oriental le permitiría concentrar las divisiones alemanes en el frente francés) y Rusia renunciaba entre otros territorios a Ucrania, que a partir de entonces quedó bajo el domino y la explotación económica de los Imperios Centrales.
Ucrania: ¡no hay que comerse la pastilla!
Así titulaba hace ocho años Pablo Aragón su página semanal en el diario El Observador. Por tratarse de un fino estudioso de temas internacionales, abogado, escritor y diplomático, creemos de suma importancia reproducir algunos de sus conceptos que arrojan luz sobre los informes que divulgaban los medios de hace 8 años, que pretendían maquillar a las violentas manifestaciones en la plaza de Kiev -Maidán- como seráficas asambleas de la antigua Agora ateniense. Y fue donde se gestó el golpe político que obligó al presidente Yanukovich a abandonar su país.
No podría haber ignorado las consecuencias de estas violentas sacudidas callejeras Victoria Nuland, esposa de Robert Kagan (asesor de varios presidentes, creador de una teoría neoconservadora y uno de los instigadores de la segunda Guerra de Irak) exrepresentante permanente de EE.UU. en la OTAN, que además se había desempeñado como embajadora ante Rusia entre 1991-93 y cuando sucedían esas verdaderas asonadas callejeras se desempeñaba como portavoz del Departamento de Estado.
El miércoles 26 de febrero del 2014, leíamos asombrados en El Observador: “Lo que estos mentecatos quieren hacernos creer es que Ucrania está en medio de una revolución, en la que triunfará la libertad, el constitucionalismo, el europeísmo de sociedades abiertas, que representan los resistentes de la plaza de la Independencia de Kiev (el ‘Maidán’), por oposición al oscurantismo autoritario, rusófilo, cerrado, que representa el, al parecer derrocado, presidente Víktor Yanukóvich. Y, para que no nos queden dudas, el singular profesor y sus repetidores nos cuentan que los ‘luchadores por la libertad’ cuentan con la angelical protección de la Unión Europea y Estados Unidos, mientras que el defenestrado Yanukóvich y su Partido de las Regiones apenas tiene el amparo del diabólico Vladímir Putin en Moscú”.
“Pues bien”, prosigue Pablo Aragón, “nada de esto es cierto, así como está planteado, y si hubiera que hacer un resumen de la situación habría que decir que en esta obra no hay ángeles, y solo hay villanos, así como que quienes se aprestan a pagar por los platos de esta tragedia son los 45 millones de ucranianos, cuya economía se ha desfondado y cuyo país hoy está en serio entredicho. El régimen que viene de caer es una típica excrecencia postsoviética…”. Pero continúa: “Lejos de ser una brutal dictadura, este régimen ha sido débil e indeciso desde la primera hora, alternando días de represión con noches de concesiones, sumando a ello una indescriptible inepcia y, lo que no es menor, hostilizando a Rusia y su presidente Putin, por la vía de literalmente robar el petróleo que, por sus gasoductos, viaja de Rusia a Europa Occidental. Yanukóvich es, desde hace tiempo, mala palabra en Moscú, y su principal enemiga, la hoy liberada ex primer ministra Yulia Timoschenko, cumplía pena de prisión bajo el cargo de haber firmado un acuerdo dañino para Ucrania con Rusia…”.
“La Unión Europea, ese ángel tutelar de la futura democracia ucraniana, está en el origen de esta guerra civil en suspenso. Cuando un desesperado Yanukóvich acudiera, el año pasado, a Bruselas a fin de suplicar por un salvavidas para la economía ucraniana, los eurócratas característicamente respondieron ofreciendo un ‘acuerdo’ lleno de promesas floridas y guiñadas sugerentes, pero vacío de contenido: nada había que incluyera dinero, acuerdos comerciales, invitación a iniciar el proceso de afiliación a la UE, o siquiera un arreglo migratorio que permitiera el acceso de los ucranianos al oeste de Europa. Sin nada en las manos, Yanukóvich no tuvo más remedio que suplicar a Moscú, donde se le dijo que la oferta rusa seguía en pie: fondos de asistencia por US$ 5.000 millones, ingreso a una unión comercial en ciernes en el centro de Europa, y mantenimiento de los acuerdos comerciales existentes: el único balón de oxígeno de la vetusta industria ucraniana”.
“¿Qué hubiera hecho usted en sus zapatos?”
“Con esta traición de la UE”, continúa Aragón, “es que nació la violencia de Maidán hace tres meses. A ella pronto se le sumó Washington, haciendo lo que mejor sabe hacer: agitar el avispero, alentar a los manifestantes, urdir el derrocamiento de Yanukóvich y, claro, no hacerse cargo de ninguna de las consecuencias. ‘Fuck the European Union!’, se le oyó decir en una grabación a la enviada estadounidense Victoria Nuland mientras discutía cómo derrocar al gobierno ucraniano con el embajador de su país. Y, claro, Washington y Bruselas ya estaban la semana pasada poniendo en escena sus anticuados numeritos de cancelar visas a gobernantes ucranianos como respuesta a la alentada y creciente mortandad en las calles de Kiev. Una vez más, los ‘extras’ de la película los ponía el anónimo pueblo ucraniano…”.
“Y como seguramente el nivel de análisis de Ucrania haya sido, en Washington y Bruselas, el de embrollones, lo que los atizadores del conflicto han terminado por enterarse es que ni siquiera Maidán es un territorio puro: lejos de ser un espacio liberado, en el que jóvenes idealistas juran morir por la libertad, allí han comenzado a campear los grupos ultranacionalistas ucranianos como Svoboda, que dirige Oleh Tyahnibok, Sector de Derecha, rebrotes de algo que un libro de historia cualquiera les hubiera indicado crece muy bien en Ucrania, y es el extremismo antisemita. ‘Grupúsculos’, dicen los plumíferos en New York, tal como decían de los amigos de Hitler en la década de 1930”, afirmaba Aragón.
“Tyahnibok es claro en cuanto a qué busca en Maidán: derrocar a la ‘mafia judeo-moscovita’. La base de operaciones de su partido está en la occidental ciudad de Lviv, que esta semana amenazó con salir de Ucrania, a fin de integrarse a la Europa libre y abierta que se nos presenta: en la misma semana que homenajeaba a Stepan Bandera, un líder nacionalista ucraniano que sumó fuerzas con Alemania en la Segunda Guerra, y colaboró activamente en los pogroms nazis en Ucrania”.
Los activistas de Svoboda “distan de ser neonazis europeos: son nazis de la primera hornada. En 2005, un diputado de Svoboda fundó el Centro de Investigaciones Políticas Joseph Goebbels…”.
“A estos dementes la intelectualmente desfondada UE ha engañado con acceso migratorio a Occidente, mientras los ungía como ‘luchadores por la libertad’. Hoy, la rusófila península de Crimea comprensiblemente agita su secesión, pidiendo protección a Rusia. ¿Esta es la revolución que se procuraba? ¿Este es el sueño liberal de Bruselas y de Washington?”. Así concluía su preocupante informe hace 8 años, Pablo Aragón, en una nota especial para El Observador.
Rusia-Ucrania, cuna de talentos
Durante el siglo XIX Rusia ostentó un alto nivel cultural que fue motivo la admiración de todo el mundo. En las artes, en la literatura en la poesía, en la música y también en las ciencias donde basta recordar a Dmitri Mendeleyev, el químico descubridor de las tablas que llevan su nombre. Muchas de estas mentes esclarecidos pertenecían a Ucrania.
Es el caso del escritor Nikolái Gógol, autor de dos obras cumbres de la literatura universal como Almas Muertas y Taras Bulbas. Habiendo nacido y desarrollado lo más de su vida en Ucrania, siempre mantuvo un amor entrañable por lo que él consideraba su patria rusa de la cual se enorgullecía. Así culmina una de sus páginas: …“Y tu Rusia, ¿no vuelas acaso como una troika ardiente que nadie podría distanciar? Pasas con estrépito en una nube de polvo o dejas todo detrás de ti… El espectador se detiene, confundido por este prodigio divino. ¿Adónde corres? ¡Contesta! Nada más que silencio. La campanilla repica melodiosamente; el aire trastornado se agita y se hace viento; todo lo que está sobre la tierra es distanciado y, con mirada de envidia, las otras naciones se abren para dejarle paso…”.
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