El libro Fe y Futuro, publicado por Joseph Ratzinger en 1970, aseguraba que la Iglesia del futuro tendría que atravesar tiempos muy difíciles: que sería más pobre y más pequeña; que perdería muchos privilegios y que tendría que atravesar un proceso “largo y penoso” de purificación. Afirmaba que su futuro solo podría ser “acuñado nuevamente por los santos”. Así, la “pequeña comunidad de los creyentes” aparecería a los ojos de los “los hombres de un mundo total y plenamente planificado” –indeciblemente solitarios y horriblemente pobres–, “como algo completamente nuevo”.
Estas predicciones materiales parecen estarse cumpliendo. Los tiempos que corren son difíciles y el mundo necesita santos. Pero… ¿cómo ser santo en el siglo XXI? ¿Cómo transmitir la fe a las nuevas generaciones en un mundo materialista, hedonista, individualista, relativista, fraccionado, en el que impera la cultura de la cancelación, sobre todo contra los cristianos? ¿Cómo evitar quedar atrapados por ese mundo planificado, sin Dios, sin alma, sin humanidad, generador de soledad y pobreza espiritual?
Algunos se han fijado en el ejemplo de los monjes benedictinos. Estos hombres de la Alta Edad Media, tras la caída del Imperio romano y la invasión de Europa por los bárbaros, crearon una red de monasterios que fue clave para la recristianización de Europa. De paso, salvaron de la destrucción el legado cultural de la Antigüedad clásica.
Lo que estas personas proponen no es, en principio, fundar monasterios –aunque mal no vendrían–, sino comunidades cristianas capaces de brindar a sus integrantes un ambiente de paz, en el que puedan vivir su fe en plenitud, y transmitirla a sus hijos lo más íntegramente posible, con mínima interferencia de una cultura cada vez más hostil al cristianismo.
Una de las primeras iniciativas de este tipo fue la ciudad llamada Ave María, fundada en 2007 en Estados Unidos. Cuenta con todos los servicios, incluida una enorme iglesia, y parece estar creciendo.
En el año 2014, Natalia Sanmartín Fenollera publicó su primera novela, titulada El despertar de la Srta. Prim. Su protagonista es una joven bibliotecaria que responde a un anuncio publicado en un periódico por un particular. La Srta. Prim va descubriendo poco a poco que el pueblo al que fue a parar –San Ireneo de Arnois– es una “colonia de exiliados del mundo moderno, en busca de una vida sencilla y rural”, ubicado a tres kilómetros de una abadía benedictina tradicional. Sus habitantes llevan vidas corrientes; sin embargo, disfrutan a diario de muchos pequeños placeres que la urgencia de la modernidad, obsesionada con el trabajo, el dinero y la tecnología, ha dejado de valorar. La novela, además de ser una joya literaria disfrutable por todo tipo de público, es lectura obligada para todo aquel que sueñe con vivir en un mundo en el que reinen lo bueno, lo bello y lo verdadero.
En 2018, el periodista Rod Dreher publicó su libro La opción benedictina, en el cual hace un profundo –y a nuestro juicio, certero– análisis de la realidad actual y de lo que a los cristianos nos espera en el futuro. Dreher no plantea, como algunos creíamos antes de leer el libro, la formación de comunidades cerradas, ya que el cristianismo no se entiende si no es apostólico, evangelizador. Antes bien, pone ejemplos de comunidades muy variadas alrededor del mundo. Desde aldeas parecidas a la mítica San Ireneo de Arnois, hasta clubes de lectura.
A partir de la publicación del libro de Dreher surgieron nuevas ideas. Una de ellas es una comunidad que se llamará Veritatis Splendor, en Texas, Estados Unidos, de características parecidas a Ave María. Otra, surgida en Francia, es un emprendimiento inmobiliario llamado “Monasphere”, cuyo objetivo es ayudar a particulares, a encontrar viviendas en pueblos o zonas rurales, cercanos a monasterios, abadías o centros de espiritualidad.
La idea no es aislarse definitivamente del mundo moderno y desentenderse de él, sino crear remansos de agua limpia donde apartarse lo justo y necesario para recuperar fuerzas, y volver a la lucha. Se trata de generar espacios de intercambio, de formación, de cultura, de contención, que permitan a los padres, transmitir fiel y directamente la fe a sus hijos. Si estas comunidades –como los monasterios– se multiplican por todas partes, el futuro del cristianismo, puede llegar a ser muchos más alentador de lo que hoy parece.
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