Los grandes desastres en la historia han provocado grandes cambios. No debería llamarnos la atención que recién ahora estemos apreciando los efectos de la pandemia en el sistema político y el funcionamiento de la democracia. Porque en una sociedad occidental tendiente al híperliberalismo, la pandemia nos enseñó nuevamente a obedecer, al mismo tiempo que debilitó nuestro espíritu crítico.
Así, el verticalismo empleado por la OMS se convirtió en la forma incuestionable de hacer política a nivel doméstico y, sobre todo, de tomar decisiones trascendentes cuyo impacto en la ciudadanía nadie discutiría.
La pandemia pasó, pero parecería que el nuevo modus operandi se ha instalado de forma definitiva. En varios temas, como la Seguridad Social, la Reforma Educativa, la Seguridad Ciudadana, el problema del endeudamiento para las personas físicas, no cabrían los cuestionamientos, ni los aportes, ni mucho menos las disidencias. Lo mismo ocurriría con el tema del agua y resulta paradigmática la facilidad con la que nos han convencido a beber agua salada ante la falta de previsión de OSE.
No obstante, lo más preocupante de todo es que parecería que estamos olvidando la base de nuestro republicanismo. Ya que, en esencia, para que una república exista efectivamente, es necesario cumplir y consagrar algunos principios básicos como los de libertad, igualdad política, virtudes cívicas y democracia deliberativa.
Y justamente la democracia deliberativa, cuyo postulado principal refiere a que todos los ciudadanos deben considerarse moral y filosóficamente capacitados para intervenir en el debate público y tomar decisiones políticas, es el principio que más se menoscaba en la forma actual de gobernar y hacer política.
En ese sentido, la situación vivida en las últimas jornadas no solo puso de manifiesto las fisuras cada vez más visibles dentro del actual gobierno de la coalición, sino que enfatizó especialmente, tal como expresó el líder de CA, Guido Manini Ríos, en su declaración del día lunes, que hay diferentes formas de gobernar y por sobre todo de llevar adelante una coalición de gobierno.
Y en esa misma línea, Oscar Botinelli había expresado el 5 de mayo en VTV Noticias que el gobierno hiperpresidencialista de Lacalle Pou difiere de los anteriores gobiernos de coalición, refiriéndose específicamente a los gobiernos de Lacalle Herrera, Julio María Sanguinetti y Jorge Batlle donde los coaligantes cogobernaban: “En el segundo gobierno de Sanguinetti no había medida […] que no fuera consultada al Partido Nacional. […] En el gobierno de Batlle, yo señalo un hecho trascendente. En determinado momento el Partido Nacional presidido por Lacalle Herrera pide la renuncia del ministro de Economía, y el presidente de la República inmediatamente acepta. Y Batlle, con Sanguinetti y Lacalle, discuten quién va a ser su sucesor. […] Aquí no hay coalición de gobierno, sí ha habido una sólida, hasta ahora, coalición legislativa”.
En definitiva, el problema de la actual coalición de gobierno no es sólo de contenido, sino también de forma, y en esa medida podemos decir que hay un problema estructural de funcionamiento. Porque, claramente, una república no puede dejar de apelar a la horizontalidad, confiriéndole el mayor valor posible a su ciudadanía y no al revés.
Por ello, lo que cabe preguntarse es: ¿es republicanismo gobernar unilateralmente? La respuesta debería ser bastante obvia.
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