Estamos asistiendo en los últimos años, desde todos los partidos políticos, a una subasta de adhesión al concepto de republicanismo como una dimensión de mayor civilismo ciudadano. Nos preguntamos si acaso países como Japón –y también Suecia para no mencionar Inglaterra- hoy no viven una de las democracias más avanzadas de este siglo XXI.
El pasado jueves 5 de diciembre tuvo lugar en la ciudad de Durazno en el local de Santa Bernardina un evento del frigorífico Breeders & Packers Uruguay (BPU), integrante del grupo NH Foods, propiedad de un importante consorcio japonés. Finalizando las exposiciones hizo uso de la palabra el embajador de Japón, Tatsuhiro Shindo, quien destacó al comenzar su alocución que la casa imperial japonesa es la monarquía más antigua del mundo y goza de una continuidad en el trono de 2600 años.
Lo importante debería ser la participación de la gente en la cosa pública. Y habría que tener mucho cuidado con juzgar esta participación que es la base de la democracia en los contextos que correspondan.
Días pasados hemos visto juzgar muy a la ligera la personalidad histórica de Napoleón III, figura muy mal tratada por cierta historiografía politizada que muchas veces a fuerza de introducir las imágenes de la historia a fórceps en sistemas ideologizados, las deforman hasta transformarlas en caricaturas. Es el caso de uno de los más grandes estadistas con que contó Francia y que tuvo dos grandes adversidades: no pudo satisfacer la vanidad sin límites de Victor Hugo y se vio obligado en introducirse en una guerra -que no deseaba- con Prusia de la cual salió derrotado. El primero acuñó el mote de “Napoleón el Pequeño” y la derrota no la perdona nadie.
Luis Napoleón Bonaparte padeció desde los 8 años todos los sinsabores de la proscripción como consecuencia de la batalla de Waterloo, y fue formando su personalidad en una vida itinerante de una mezcla de romanticismo, liberalismo y socialismo utópico. Frecuentó en Italia los círculos carbonarios donde se conspiraba para concretar la unidad italiana. Y luego en Francia participó de varios intentos revolucionarios frustrados, terminando prisionero en una fortaleza de donde se fugó en forma teatral, no obstante lo cual no ha servido para ilustrar ninguno de los abundantes libretos cinematográficos.
Radicado en Inglaterra retornó a Francia con motivo de la revolución de 1848 que depuso al Rey Luis Felipe y que estableció la Segunda República Francesa. Elegido diputado ocupa un escaño en la Asamblea. Fue el primer presidente electo con sufragio universal (masculino) de Francia, donde obtuvo una abrumadora mayoría en los comicios del 10 de diciembre en 1848, con cinco millones y medio de votos que significaban el 75 % de los sufragios emitidos. Es verdad que finalizada la presidencia, creó el Segundo Imperio mediante un golpe de estado. Pero conviene acotar que la disolución de la Asamblea Legislativa tuvo como pretexto la sustitución del voto universal por el tristemente voto censitario (la concepción rivadaviana y mitrista de tan lamentables consecuencias en el Río de la Plata) tan caro a la burguesía y a los manipuladores financieros.
Tuvo grandes detractores, pero también hubo quienes reivindicaron su obra y lo ubicaron en el sitial que le correspondía. Uno de sus biógrafos, Imbert de Saint-Amand, al final del siglo XIX consigna: “Todo lo grande y útil que se hizo durante su gobierno lleva marcado su sello. El barón de Haussmann, ese prefecto a quien Paris agradecido debería erigir una estatua, ha reconocido que sin Napoleón III no habría podido emprender nada. Yo solo, escribe en sus Memorias, jamás habría podido proseguir ni llevar a cabo la misión que el emperador me había impuesto y para cuyo cumplimiento su confianza creciente me fue dejando poco a poco una libertad cada vez mayor… En realidad, la transformación que ha hecho de Paris la capital de las capitales es obra de Napoleón III…”. Aún hoy en día, lo que más se destaca de París es la obra llevada adelante por este gobernante.
Hay tres grandes estudiosos de la obra de Luis Napoleón: Eric Anceau, Pierre Milza y Philippe Seguin.
Pero el que más nos interesa destacar es este último, ya que se trata de un reconocido dirigente político, presidente del partido gaullista (Rassemblement pour la République), presidente de la Asamblea Nacional y ministro de Relaciones Exteriores de Jacques Chirac.
Seguin, saliendole al paso a Víctor Hugo y en particular a todos los detractores del destacado estadista, titula su biografía: Louis Napoleón le Grand. “Napoleón III es, sin duda, el jefe de Estado de Francia más despreciado y el segundo imperio, el más pobremente conocido de sus regímenes. Sin embargo, desde 1848 hasta 1870, se crea la Francia contemporánea. Si inaugura su reinado con un golpe de estado, Louis Napoleón Bonaparte restaura inmediatamente el sufragio universal. A diferencia de su tío, será el defensor del progreso social (derecho a la educación de las niñas, derecho de reunión, derecho de huelga…), así como la prosperidad económica: extiende la red de ferrocarriles, desarrolla la industria, promueve la investigación científica, moderniza las ciudades.
Con el Segundo Imperio, la influencia de Francia está en su apogeo. No falta la gloria militar: Alma, Magenta, Solferino… Italia debe su unidad y México su libertad. El imperio colonial ya está constituido en gran medida. Pero habrá sedán. El desastre. ¡No perdonamos malos comienzos o derrotas!…”.
A esto podríamos agregar los elogiosos comentarios que sobre este período de la historia de Francia realiza uno de los más grandes científicos de la humanidad, Louis Pasteur, que encontró en este lúcido gobernante alguien que le brindó todo el apoyo que necesitaba un investigador de su nivel.
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