Con este título el portal “Other News” encabezaba un artículo que tuvo su origen en una insólita resolución de la Corte Penal Internacional de La Haya, que dispuso el arresto de Vladimir Putin.
Decimos que es insólita, y además absurda, la decisión del alto organismo de Justicia porque no puede ignorar sus limitaciones y debe saber más que nadie el alcance del Derecho Internacional, para no caer en el ridículo.
Comenzando porque las grandes potencias como EE.UU., Rusia, China, nunca ratificaron el Tratado de Roma. Ni siquiera lo hizo Israel.
Con su insólita medida de disponer la detención de Putin, el organismo jurisdiccional sólo logró dos cosas: a) que el expresidente de Rusia, Dimitri Mevdeved, se mofara con burda ironía, calificando la orden como un papel higiénico, y b) desprestigiarse a tal punto de desnudar su impotencia y la falta de lucidez de sus togados y bien remunerados integrantes.
Nadie y menos los que se supone expertos juristas integrantes de ese Tribunal pueden desconocer las limitaciones del Derecho Internacional.
Cuando “Nosotros los pueblos” decidieron al fin de la sangrienta última Guerra Mundial aprobar la Carta Fundacional de la ONU con la esperanza de evitar en el futuro la maldición fatídica de las guerras, al mismo tiempo bloquearon su propósito al otorgar el derecho de veto a los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, que es su órgano ejecutivo. De esa manera se le quitó el poder de coerción. Y sabemos, al decir de Kelsen, que el derecho es también la coacción y que sin ella se convierte en simples y románticas recomendaciones que dejan libradas a la aquiescencia de las naciones involucradas.
Es realmente asombroso que los muy generosamente retribuidos integrantes del organismo superior de justicia internacional, si es que pueden prescindir de presiones e influencias como corresponde creer, libren una orden de arresto que ningún país se va a animar a obedecer, y cuyo increíble fundamento no es el feroz ataque armado de Rusia sobre Ucrania que ha desatado una guerra sangrienta y destructiva, sino el traslado para afuera de su territorio impuesto forzosamente a miles de niños ucranianos.
De tal modo que aquel ambicioso proyecto de crear una Corte de Justicia Penal Internacional capaz de juzgar y castigar los crímenes cometidos por los Estados, de aquel ideal de justicia no quedó nada.
O peor, porque quedó marginalizada de la gran política o sea la de las grandes potencias, y centrada exclusivamente en los conflictos que sacuden al Tercer Mundo, a los Estados fallidos, siendo África el espacio por excelencia de su actuación jurisdiccional.
Dice el articulista Fernando Olivan que el gigantesco proyecto de altísimo costo que se instrumentó, pese a la cantidad de países firmantes, de entrada, contenía la pérdida del ideal de universalidad. Es decir, que no era una justicia planetaria y pese a la protesta de los internacionalistas, no es más que un mecanismo, un club de naciones con apenas competencia entre sus propios socios.
A tal punto que los tímidos intentos de incorporar la guerra de Irak o el conflicto palestino fracasaron desde los primeros esfuerzos.
Rectius: los grandes conflictos quedaron siempre fuera de su jurisdicción.
Como hemos dicho, el otro factor de su crisis es la incapacidad material para asumir su compromiso. Obra de diplomáticos y políticos, nunca salió de una existencia anodina, incapaz de emigrar de esos conflictos menores a los que vio reducida su jurisdicción, por lo que fue perdiendo día a día, no sólo el interés de los gobiernos sino también las fuentes de su financiación. Sigue el articulista diciendo que, para los funcionarios de la Corte, incluidos el fiscal y los jueces, la propuesta de la acusación contra Putin resultaba enormemente atractiva, para soñar a lo grande.
Obviamente también significaba un peligro, porque tiende a vulnerar los derechos fundamentales de una persona protegida por el orden jurídico de una potencia como Rusia, por lo que la orden de arresto viene a significar una amenaza de secuestro. La Corte Penal Internacional se metió en un terreno de turbulencias rompiendo así el equilibrio de la justicia, por eso se habló de réquiem.
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