Uruguay cuenta con un sector productivo desarrollado a través de su historia como colonia y como país independiente. El siglo XXI encuentra a la agropecuaria en plena necesidad de impulsar su capacidad de innovación, imprescindible para un mundo que demanda alimentos, materias primas diversas y servicios.
Este mundo plantea desafíos a nuestra agropecuaria, entre ellos: precios competitivos, calidad, eficiencia y exigencias cada vez mayores de un consumidor exigente que considera, ya no solo calidad y precio, sino un “entorno país” amigable con el planeta, respeto de los derechos humanos, de los derechos de animales y vegetales, de los recursos finitos y de toda práctica involucrada en la producción de bienes y servicios. La visión actual del consumidor es más abarcativa y el alimento es bueno y aceptado si su cadena de producción tomó en cuenta aspectos que trascienden lo meramente productivo. De alguna forma el alimento agregó a su materialidad diversos intangibles que aumentan el precio final, porque existe un consumidor dispuesto a pagarlo. El producto no solo es bien, sino también concepto.
En este sentido, Uruguay ha acompasado sus prácticas con los requerimientos más exigentes de los mercados internacionales. Es pionero en trazabilidad vacuna, su genética ganadera está a la par de las mejores, protege las especies vegetales del monte nativo, tiene un desarrollo forestal ejemplar, controla el uso de agroquímicos e insecticidas nocivos para la salud humana y animal, y mantiene sus cursos de agua, sus suelos y su aire bajo estricto cumplimiento de normativas nacionales e internacionales. A esto se agrega el respeto por las normas del trabajo digno y bien remunerado y el respeto por el empresario, sus derechos y su entorno.
Sin embargo, resta mucho por hacer. La dinámica de nuestro tiempo exige un continuo desarrollo y esto significa la exigencia del movimiento a buen ritmo hacia el progreso.
Somos “tomadores de precios” de los mercados internacionales. La enorme mayoría de cada producto nacional se exporta. Este gobierno ha trabajado bien en la búsqueda de acuerdos comerciales que favorezcan el intercambio. Los acuerdos no son sencillos y los mercados son exigentes, sin embargo y en este aspecto, vamos por buen camino. Entonces, hagamos nuestra parte, porque no podremos asignar a otros la responsabilidad del esfuerzo dentro de nuestras fronteras.
Debemos prepararnos para un clima muy variable y demandante. Si la ciencia no se equivoca y el efecto invernadero mantiene su curso, la variabilidad será permanente, muchas veces abrupta e inesperada. En 2023 sufrimos una sequía contundente y ahora en 2024 estamos en las antípodas: el exceso de agua afecta vastas regiones del país. Dos situaciones duras que han ocasionado pérdidas enormes, no solo a la producción sino también a quienes trabajan en el mismo espacio productivo. Como ejemplo, el caso del Banco de Seguros del Estado perdió noventa millones de dólares en la zafra agrícola del 22/23.
Uruguay tiene acceso a un régimen pluviométrico muy bueno, que termina en mayor parte en cursos de agua y finalmente en el mar. Carecemos de reservas y hemos estudiado la forma de solucionar esta situación, pero no hemos concretado. ¿Esperamos de brazos cruzados la próxima sequía?
La infraestructura vial está en pésimas condiciones. El equilibrio entre el aumento brutal del transporte carretero y la capacidad de nuestros caminos y rutas de soportarlo no existe. Además, las inclemencias climáticas se encargan de remarcar su enorme fragilidad.
Los aumentos de temperatura y humedad, la mayor movilidad del ganado vacuno, falta de responsabilidad productiva, carencia de contralor estatal y medidas por lo menos discutibles, han complicado de sobremanera el control de la garrapata. Todos los actores del complejo productivo deben reforzar su acción preventiva en la posición en que cada uno es responsable. Aparece como omiso nuestro MGAP en las oficinas regionales: carencias de personal y móviles adecuados no hacen sino aumentar la ineficiencia de la cadena de control.
El Uruguay es un país exportador que no se puede autoflagelar con una moneda en desequilibrio que genera inequidades con nuestros competidores en los mercados internacionales. Si a carencias en la eficiencia estatal sumamos distorsiones de la moneda, flaco favor nos hacemos. El sector no puede ser quien, a través de su brutal transferencia de ingresos, soporte desequilibrios que corresponden a toda la sociedad. Debe primar en la autoridad un verdadero sentido de justicia distributiva.
¿Se puede pensar en la recuperación del sector ovino? La realidad de la lana en el mundo no es buena. Sí lo es la situación de la carne ovina y su demanda es alta, a pesar de altibajos comprensibles en los valores del mercado. Sin embargo, el abigeato y los perros sueltos son dos formidables enemigos del desarrollo de la especie. Tuvimos más de 25 millones de cabezas ovinas y zafras de 100 millones de kilos de lana, hoy no llegamos a los 6 millones de cabezas y 25 millones de kilos de lana. Debemos hacer la parte que nos corresponde con seriedad y firmeza. No olvidemos también la necesidad del ovino en el equilibrio agronómico de las pasturas y su rol social en la esfera del pequeño productor.
Finalmente, no debemos perder la noción del concepto de ruralidad. Como dijo el presidente de la Federación Rural en el pasado Congreso en Treinta y Tres, no se debe renunciar a la finalización del éxodo rural. Nuestro último fin es la persona en el marco de la familia como célula de construcción de la sociedad rural. Como también fue bien dicho, la ruralidad es transversal, integrada por quienes viven en el trabajo rural, en la campaña y quienes viven en la ruralidad de pueblos y ciudades. Todos integramos la ruralidad.
Y en esa mirada, nuestra máxima atención es por los más débiles. No siempre la debilidad está presente a nuestros ojos. Por el contrario, los más débiles carecen casi siempre de portavoces visibles y mínimamente organizados. No gritan, no hacen escándalos, ni huelgas, ni escraches. Están sumidos en la cotidianidad silenciosa del día a día, a la espera de comprensión y estímulo.
*Ingeniero Agrónomo
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