En un informe presentado este martes, con el título Uruguay se mira al espejo: perspectivas realistas en un mundo crispado, elaborado por el Centro de Estudios de la Realidad Económica y Social (Ceres), se puso foco en la ineficiencia de Uruguay en materia de gasto público, pero también se señalaron algunos aspectos estructurales por corregir, entre los que se encontraba el desarrollo del capital humano, como también continuar profundizando la tan mentada política de atracción de inversiones extranjeras directas a través, obviamente, de exoneraciones.
En términos generales, uno puede estar de acuerdo con la idea de que para revertir el estancamiento en el que se encuentra nuestro país –que no es solo económico, sino también social y cultural– es necesario implementar una batería de medidas que no pueden acotarse a ningún plan o proyecto específico de carácter puramente nacional. Y, en esa medida, la llegada de inversión extranjera directa no debería significar un problema, sino todo lo contrario. Mas cabe preguntarse: ¿por qué no se incentiva la inversión extranjera directa de la misma manera que la inversión nacional? O mejor y llanamente: ¿por qué no se incentiva la productividad nacional, dada nuestra carencia de capital ocioso?
Porque evidentemente uno de los grandes problemas que tiene Uruguay es su competitividad, en especial si se lo compara con otros países de similares características, con lo cual queda en evidencia que nuestro país es comparativamente más caro. De hecho, esa sería una de las razones por las que se justifican las exoneraciones tributarias a las inversiones extranjeras directas. Ahora bien, si pensamos que esas exoneraciones son, en definitiva, una carga impositiva que terminará pagando el contribuyente, la ecuación no resulta tan justa, dado que las condiciones estructurales de nuestra microeconomía –en la que tanto la inflación como el atraso cambiario son un factor determinante, además de los altos costos que tiene el país en materia tributaria, servicios y energía– no son capaces de generar un marco o ambiente propicio para la productividad de nuestra sociedad, ni a pequeña ni a mediana escala. Y como bien expresa en entrevista para La Mañana el economista Carlos Steneri, “el país, en este escenario gris internacional, podría ser más rentable como sociedad si esa sociedad fuera más productiva. Una manera de ver esa falta de productividad es lo que nosotros llamamos el atraso cambiario, que puede tener razones provocadas por el Banco Central, pero son de corto plazo. Hay una cuestión sistemática que usted viene observando desde hace dos décadas: el tipo de cambio está atrasado”.
Hay que tener en cuenta que la competitividad no está exclusivamente basada en los precios y costes relativos, sino que también existen otros aspectos que no deben ser soslayados, como, por ejemplo, la innovación, la calidad y la incorporación de tecnología. Es por eso por lo que la competitividad, por formar parte de un proceso dinámico, no debe comprenderse estáticamente mediante una fórmula fija o una receta única, sino que se debe buscar al acompañar esos cambios y, en algunos casos, en lo posible, adelantarse a ellos. En esa medida, la falta de innovación también es una forma de atraso cambiario, como bien explica Carlos Steneri, porque una sociedad que no innova es una sociedad estancada. De hecho, hay que entender que la productividad y la innovación van de la mano, si se quiere dotar de mayor competitividad a un país, o sea, generar mayor valor agregado. Ese parece ser el camino para alcanzar un mayor crecimiento a largo plazo.
En definitiva, a lo largo y ancho de la República, la inmensa mayoría de la sociedad uruguaya quiere salir adelante, quiere ser productiva y vivir dignamente en un ambiente sano y seguro. Y es por eso que a la ciudadanía no se le escapa que a las inversiones extranjeras se las exonera, mientras que a los uruguayos –los trabajadores, las micro, pequeñas y medianas empresas, el trabajo nacional en general, el agro– se les pone la carga de financiar todo el Estado. Los altos costos del país, en primer lugar, los pagan los más humildes. Entonces, esta realidad, ¿no es un incentivo acaso, para que los uruguayos se vayan, en lugar de quedarse y ejercer la posibilidad de trabajar? Si las exoneraciones son tan importantes, ¿por qué no hay más inversiones extranjeras? ¿No son suficientes?
Parece imprescindible recorrer el camino en el sentido inverso y comenzar no solo a cuidar e incentivar a nuestro capital social y humano, sino también a nuestros recursos naturales, para de esa forma se posible proyectar el país hacia el futuro. En un año electoral en el que todos los candidatos vienen presentando sus propuestas para resolver los grandes problemas que Uruguay tiene por delante, la ciudadanía espera soluciones que no admiten mayores demoras. Y, como bien sabemos, los dos temas que más preocupan a los uruguayos son la economía –que se traduce en generación de empleo y en equilibrio entre los costos y la rentabilidad para emprender– y la seguridad, cuyo deterioro, a esta altura, parece haber sobrepasado todos los límites conocidos.
Dentro de ese escenario, Uruguay ha conseguido en el último tiempo resolver con relativo éxito sus problemas macroeconómicos, pero no por eso debería olvidar las muchas dificultades que debe que tiene puertas adentro. En esa línea, el foco de nuestra política económica nos parece que no debería estar puesto en traer inversiones extranjeras directas, sino más bien en incentivar que los uruguayos tengan herramientas y espacios para ser ellos mismos y por sí mismos más productivos. Y que de esa forma Uruguay no sea el resultado de las políticas desarrolladas por tal o cual Ejecutivo, sino más bien el resultado del trabajo y de la innovación de los recursos humanos, políticos y científicos de nuestra ciudadanía.
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