Eso que para los europeos era una necesidad estratégica de obtener recursos naturales, para las elites locales era vendido como “oportunidades de negocios”. Si los gobiernos nacionales no lograban apreciar la oportunidad que les era generosamente ofrecida, entonces se les aplicaba la vía diplomática, “instando” a los pueblos soberanos a instaurar gobiernos a la medida de los intereses europeos.
Si esto fallaba, siempre se podía convocar a las tropas de Kitchener para “civilizar” a los pueblos locales. Así funcionaba más o menos la doctrina colonial de las “3 C” que permitió a Europa dominar a los pueblos africanos en la segunda mitad del siglo XIX. Esto duró hasta que los comandados por Christian de Wet y Koos de la Rey les pusieran un párate en el “veld” sudafricano.
Que América del Sur no haya terminado como África es en gran parte legado de nuestra tradición hispánica, en particular la obra de la Compañía de Jesús en lo que conocemos como las misiones jesuíticas. Los nativos que habitaban lo que hoy es Paraguay, Argentina, Bolivia, Brasil, Chile y Uruguay no tenían más opción que trabajar para los terratenientes españoles bajo el sistema de encomiendas o quedar a merced de los bandeirantes, en su mayoría portugueses y holandeses que hacían incursiones para atrapar indígenas y venderlos como esclavos para sus plantaciones en el norte de Brasil. Es a ese mundo que arribaron los jesuitas para imponer una idea y un orden diferente para el Nuevo Mundo, de la cual como orientales nos sentimos orgullosamente herederos.
Es en respeto a esta tradición que nos resistimos a admitir que nuestro país se vaya convirtiendo en instrumento de intereses que, disfrazados de modernidad, lo único que procuran es hacerse de nuestros recursos naturales. Estos intereses van plantando banderas de a poco en nuestro territorio, dominando las elites gobernantes, el sistema educativo, las rutas logísticas, nuestros recursos, y con cada vez mayor claridad observamos el interés por los recursos hídricos.
Albania “festejaba” días atrás la firma de un acuerdo estratégico con la provincia italiana de Puglia en virtud del cual el país más pobre de Europa exportaría todos los años a Italia 150 millones de metros cúbicos de agua. A cambio, el país balcánico sería “bendecido” con una inversión de US$ 1000 millones, el equivalente a 0,5% de su PIB. Esto equivaldría a una inversión de aproximadamente US$ 3500 millones en nuestro país, cifra que coincide con la anunciada con bombos y platillos para la inversión del hidrógeno verde en Paysandú. Al igual que Uruguay, Albania cuenta con importantes recursos hídricos que normalmente destina a la producción hidroeléctrica, aunque en los últimos años sufre secas importantes que la obligan a imponer restricciones al consumo doméstico de electricidad. ¿Alguien puede creer que Albania esté haciendo un buen negocio en el largo plazo, o que los políticos albaneses hayan tenido en cuenta los mejores intereses de su Nación?
Se le atribuye a Mark Twain haber escrito alguna vez que “la historia no se repite, pero rima”. Es verdad que UPM no es la Compañía Británica de las Indias Orientales y que Uruguay no es Albania. Pero también es verdad que no podemos confundir ni por un instante a los fondos de private equity con la Compañía de Jesús. Si algo nos enseña la historia es que no existe la beneficencia internacional y que la aplicación a ojos cerrados de la ley de las ventajas comparativas y la especialización internacional del trabajo aseguran desde hace dos siglos una cuota de control económico y político a los europeos que no se condice con su territorio, y sus recursos humanos y materiales.
No podemos cometer el mismo error que los bizantinos cuando firmaron el tratado de Ninfeo (1261) con los genoveses, entregándoles a estos últimos la región de Gálata, además de múltiples exenciones arancelarias. En su momento, los niceanos vieron este acuerdo como un instrumento para defender Constantinopla de los latinos y sus aliados venecianos; pero dos siglos después serían los propios gálatas quienes asistirían a los otomanos en el sitio y la posterior caída de Constantinopla.
Estas empresas multinacionales se apalancan en nuestros propios recursos y aprovechando nuestras debilidades y confusiones temporales, terminan obteniendo concesiones que jamás hubiéramos imaginado cuando en un principio les abrimos las puertas de nuestro país. No se trata de tener más o menos visión o políticas de Estado. Se trata de estar atentos a esos intereses que en diferentes momentos y lugares han saqueado sistemáticamente, a diestra y siniestra, en perjuicio de pueblos otrora soberanos y pacíficos. No dejemos que mientras continuamos bebiendo agua salada, los falsos profetas nos vayan convirtiendo gradualmente en la Nueva Gálata.
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