Más conocido por su lúcido ensayo “Las Sociedad Abierta y sus Enemigos”, Popper –hijo dilecto de la multicultural, libérrima y fermental sociedad vienesa de comienzos del siglo 20, de la que, sin duda, abrevó los conceptos de lo que Mario Vargas Llosa denomina “la más hermosa y misteriosa creación humana: la cultura de la libertad”- desarrolló conceptos fundamentales para entender la lógica del método científico en un libro temprano titulado “La lógica de la investigación científica” (Logik der Forschung) de 1934 ligando inextricablemente los conceptos de ciencia y libertad.
Dentro de ese orden de coordenadas, la libertad crítica, el libre juego de la racionalidad, la posibilidad de analizar y contrastar hipótesis y teorías, es la médula del pensamiento científico. Y es este el punto medular de su concepción de la verdad científica y del devenir de la ciencia: esta no descubre verdades –conceptúa Vargas Llosa en “El llamado de la tribu”- sino que va descubriendo verdades. Así, las teorías aparentemente más fincadas en la realidad o que lucen exteriormente más inconmovibles, están sujetas al control y al escrutinio del espíritu crítico, siempre expuestas a la posibilidad de “falsarlas”, contrastarlas, mejorarlas, por lo que no hay una verdad científica sino aproximaciones sucesivas a la verdad, necesariamente provisorias y que constituyen una tendencia o un sentido, una aproximación pero nunca una verdad definitiva.
El mismo Popper lo explicita prístinamente en la obra citada, explicando en qué consiste la ciencia: “ella no está cimentada sobre rocas; por el contrario, podríamos decir que las atrevidas estructuras de sus teorías se leva sobre un terreno pantanoso, es como un edificio levantado sobre pilotes. Estos se introducen desde arriba en la ciénaga pero en modo alguno hasta alcanzar ningún basamento natural o dado: cuando interrumpimos nuestros intentos de introducirlos hasta un estrato más profundo ello no se debe a que hallamos topado con terreno firme. Paramos simplemente porque nos basta que tengan firmeza suficiente para soportar la estructura, al menos por el momento”.
Como se acaba de ver, esas verdades provisorias, “sospechosas”, como elucida Vargas Llosa en la obra citada, siempre deben estar expuestas a la refutación, a la sospecha, a la comprobación, a la prueba de la verdad y el error, siendo ése su destino ineluctable. Pero no se crea que esta concepción “popperiana” lo llevó al relativismo o el escepticismo psicológico, sino que Popper es profundamente optimista y concibe un desarrollo humano basado en la ciencia cada más alto y más alejado de los dogmatismos y preconceptos. En ese sentido, nos atrevemos a afirmar que lo que luce como una aparente debilidad es la fortaleza del pensamiento científico y la fuente riquísima de su progreso y evolución.
Vargas Llosa asevera que conceptos hasta ahora inatacables como la redondez de la tierra o la gravedad no son verdades consolidadas e invulnerables sino que la propia evolución del pensamiento científico puede, en algún momento, precisar o refutar esas verdades.
La ciencia es hija dilecta de la libertad, en tanto que ésta es condición esencial para su desarrollo y progreso. Popper ha señalado tres tipos de mundos con sus caracteres que singularizan desarrollos sociales y culturales diferentes. El mundo primero, el de las cosas u objetos; el mundo segundo, el de la subjetividad, las creencias o los afectos; y el mundo tercero, el de los productos del espíritu. Es ese mundo tercero el patrimonio caracterizante de la ciencia y solo es posible su desarrollo en el “marco moral” de la libertad.
Se patentiza de este modo la relación entre cultura de la libertad y ciencia en tanto que los totalitarismos, cualquiera sea el signo que ostenten, son enemigos jurados del desarrollo científico y del desarrollo espiritual libertario que lo signa.
La tolerancia, consecuencia psicosocial de la lógica científica.
Si tenemos en cuenta que las verdades, si bien operativas reales y verdaderas, son necesariamente provisorias, esta conceptuación se extiende a todos los órdenes del conocimiento ya sea de las ciencias sociales o políticas. Consecuentemente, con espíritu científico debemos poner un beneficio de duda en nuestras afirmaciones y creencias, y aunque refutemos a quien piensa distinto siempre otorgarle un margen de verdad.
Eso deriva en una consecuencia inexorable de la cultura de la libertad que es el no creerse poseedor absoluto de la verdad, que no existe en la ciencia pura y dura, sino estar abierto a la crítica, a la refutación, a la rectificación, huyendo de los absolutismos psicológicos.
Popper ha enfatizado esa consecuencia de la filosofía de la ciencia extrapolándola, como se ha visto, al terreno de las relaciones humanas. La ciencia es consecuencia y fundamento, a la vez, de la cultura de la libertad y solo en ese ámbito de creación y espíritu crítico florece y se desarrolla.
“La Sociedad abierta y sus enemigos: el historicismo”
Popper analiza la histórica, y filosóficamente, el origen de las concepciones totalitarias que fueron el mal del siglo veinte. Tanto en su vertiente nazi fascista como en la vertiente marxista-leninista, Popper ve una matriz común que arranca con “La república” de Platón y Aristóteles y se consolida con Hegel, a quien Popper, señala Vargas Llosa, no ahorra epítetos para singularizarlo como “verboso”, “charlatán”, etcétera. El “hegelianismo” de derecha dará origen a la primera de las expresiones totalitarias, y el de izquierda a la última.
Llevaría otro artículo analizar las implicancias filosóficas de esta conceptuación, pero culminaremos con otros de los aportes de Popper a la cultura de la libertad: su concepción de que, contra lo que afirman los historicismos, la historia no es un plan determinado que los científicos sociales o los filósofos pueden conocer, intuir o predecir, sino que es profundamente imprevisible, rica, contradictoria: ilustrado lo expuesto cabe preguntarse qué científico, social, o filósofo, o economista pudo avizorar el colapso de la Unión Soviética o el surgimiento de los fundamentalismos terroristas modernos.
Esa imprevisibilidad de la historia, esa riqueza, constituyen, a un tiempo, un moderado consuelo y un desafío. Es en ese sentido que tenemos el gran faro de la cultura y la libertad.