Si David hubiera sido cobarde, jamás habría ido a pelear con Goliat. Si Blas de Lezo hubiera sido cobarde, el almirante Vernon no se habría ido con el rabo entre las patas tras haber atacado Cartagena de Indias con la mayor flota jamás desplegada hasta el desembarco de los aliados en Normandía. Si los cristianos de la vieja Hispania hubieran sido cobardes, se habrían rendido ante el poderío musulmán en la batalla de las Navas de Tolosa. Hay mil historias de batallas desiguales, que fueron ganadas por los aparentemente débiles, a fuerza de estrategia, de armas adecuadas, de inteligencia y naturalmente, de un enorme coraje.
Por eso indigna advertir que el futuro ministro del Interior, Carlos Negro, antes de asumir, ya se está rindiendo ante el narcotráfico: “La guerra contra el narcotráfico –dijo el Dr. Negro– está perdida”. Indigna, sobre todo, porque él es consciente de que “a mayor nivel de tráfico de drogas, mayor es el nivel de homicidios”; y de que “el control del narcotráfico puede llevar a una disminución de la criminalidad”. Esto, sin duda, es así. Pero no basta con el control. Al narcotráfico hay que declararle una guerra frontal, total y absoluta. Es nada más ni nada menos lo que hizo el presidente de El Salvador, Nayib Bukele.
Antes de que Bukele llegara al poder, la guerra contra el narcotráfico en su país parecía perdida. Las “maras” (mafias criminales) traficaban con drogas en tránsito desde América del Sur a los Estados Unidos. Fue tal el poder que acumularon, que llegó un momento en el que mandaban tanto o más que el gobierno. El terror y la violencia que sembraron provocó una profunda inestabilidad social y destruyó las vidas de muchos ciudadanos salvadoreños. Y en particular, las de los más vulnerables. La economía –y en particular el turismo y la producción agropecuaria– se vieron notablemente afectados por la escalada de violencia, sin que los esfuerzos del gobierno lograran frenar a las maras.
En esos años, El Salvador llegó a tener la tasa de homicidios más alta del mundo: en 2015 tuvo 103 homicidios por cada 100.000 habitantes, y en todo el período 2015-2019, un promedio de 67 homicidios por cada 100.000 habitantes. Unas cifras bastante más escalofriantes que las de nuestro relativamente pacífico Uruguay: en el período de gobierno que estamos culminando, el número de homicidios promedio fue de 11 por cada 100.000 habitantes/año.
Un buen día, fue electo presidente de El Salvador Nayib Bukele. Lejos de desanimarse por la terrible situación que encontró, o de dar la guerra por perdida, enfrentó del modo más radical posible al narcotráfico. ¡Y ganó! Terminó con la violencia, al punto de que en 2023 la tasa de homicidios por cada 100.000 habitantes en El Salvador fue de 2,4. Con menos de la cuarta parte de la tasa de homicidios de Uruguay, hoy El Salvador, es el país más seguro del mundo.
Que no diga entonces el Dr. Negro que no se puede. Que no diga que la guerra está perdida. En todo caso, que diga que ni él ni el gobierno del Frente Amplio que está por comenzar están dispuestos a pelear contra el narcotráfico. Pero no diga que no se puede, porque no es verdad.
Además, salvo que drogue a los narcos con diazepam, es ridículo pensar que interviniendo en el mercado de la droga se podrá “lograr que las bandas más violentas no puedan operar de forma violenta”. Sería como pretender que un juez de fútbol controle a Messi para evitar que haga muchos goles. Meter goles está en la naturaleza de Messi, como ser violentos está en la naturaleza de las bandas más violentas…
Concuerdo con el Dr. Negro cuando dice que hay que “mostrarles a los delincuentes más violentos que matar no es gratis”. Ahora bien, con el mismo criterio, también hay que mostrar a los narcotraficantes que venderle drogas a los niños y adolescentes, destrozar sus familias y destruir el futuro de muchos orientales tampoco es gratis.
Fue lo que hizo Bukele. No procuró controlar el narcotráfico: lo aplastó. En El Salvador, el narcotráfico también era un negocio muy lucrativo al que nadie –y menos las maras– querían renunciar…
Habrá quien cuestione los métodos usados por Bukele para ganar la guerra. Mi respuesta a esos cuestionamientos es que quienes se rasgan las vestiduras ante la mínima “violación” de los derechos humanos de quienes no respetan los derechos de los demás, jamás lograrán dar soluciones eficaces al problema de las drogas. Para eso, se necesitan Bukeles…
TE PUEDE INTERESAR: