Cuando empecé a trabajar en mi empleo actual, algunos compañeros solían comprar el almuerzo en un local cercano. El pintoresco repartidor que traía las viandas era, además, el dueño del “boliche”. Cuando uno le preguntaba “¿Qué tal? ¿Cómo anda?”, casi invariablemente contestaba: “Como Sísifo, siempre empujando la piedra hacia arriba”.
¿Quién era Sísifo? Según la mitología griega, fue rey de Éfira (actual Corinto). Era hijo de uno de los siete hijos de Eolo y esposo de Mérope, hija de Atlante, con quien engendró cuatro hijos.
Sísifo fue un rey avaro, artero y homicida. Si bien hay varias versiones sobre el motivo de su castigo, una de las más difundidas dice que Zeus habría raptado Egina, hija del dios Asopo. Y que Sísifo le habría revelado a Asopo tanto la identidad del raptor como el paradero de Egina. Zeus, furioso, le ordenó a Tánatos –personificación de la muerte– que arrastrara a Sísifo al inframundo; pero Sísifo engañó a Tánatos y lo ató con lazos de acero.
Mientras Tánatos estaba atado, nadie podía morir. Entonces Zeus ordenó a Ares que lo liberara, para que finalmente pudiera llevarse a Sísifo al inframundo. Ares cumplió la orden, pero Sísifo, antes de morir, le pidió a su esposa que no le rindiera honras fúnebres. Así, al enfrentarse a Hades –dios del inframundo–, Sísifo argumentó que como su mujer no respetó las costumbres al sepultarlo, debía regresar a la tierra para reprenderla. Hades se lo permitió, y Sísifo aprovechó para no volver.
Un buen día, Sísifo murió de muerte natural, y tuvo que rendirle cuentas a Hades. El castigo que este le impuso fue empujar una piedra enorme cuesta arriba por una ladera empinada. Ahora bien, que cada vez que Sísifo estaba a punto de alcanzar la cima, la piedra rodaba hacia abajo y Sísifo debía empezar a empujarla de nuevo cuesta arriba.
Hoy, hay quienes llaman “trabajo de Sísifo” a un trabajo duro y monótono. Por eso dice Albert Camus que Sísifo personifica el absurdo de la vida humana. Pero que no es necesariamente infeliz, ya que “la lucha de sí mismo hacia las alturas es suficiente para llenar el corazón del hombre”. ¿Es realmente así?
Al menos a mí esta lucha no me parece suficiente. Me recuerda a esa búsqueda del bien por el bien mismo, que me resulta bastante kantiana, algo tautológica y muy poco esperanzadora. ¡Qué triste ha de ser la vida de tantos “Sísifos” que hoy siguen empujando las piedras de sus vidas sin más sentido que ir de abajo hacia arriba, para volver a empezar día a día, hasta que llegue la muerte! ¡Y qué felices y esperanzados vivimos quienes, aun empujando nuestras propias piedras, ofrecemos nuestro esfuerzo como prenda de amor a Dios y a los demás!
Felices, porque a través de los sacramentos, el Señor nos de su gracia, fuente inagotable de gozo espiritual y de paz interior. Y esperanzados, porque creemos en la vida eterna; porque creemos que si procuramos comportarnos como Dios manda, algún día lo veremos cara a cara en el Cielo, por toda la eternidad.
La vida no es solo un ciclo que hay que cumplir –en el mejor de los casos– trabajando, fundando una familia, criando unos hijos, comprando una casa, un auto y un espacio en un cementerio… La vida es algo más. Es amor a nuestros cónyuges y a nuestros hijos, a nuestros padres y a nuestros hermanos, a nuestros amigos y a nuestros compañeros de trabajo. Es relación con los que nacieron mucho antes que nosotros y con los que morirán mucho después. Es empujar una roca cada día, sí, pero sobre todo es darle sentido a ese sacrificio, clavando la roca en la parte alta de la colina con la Cruz de Cristo.
Alguno me dirá –en parte con razón– que la fe es un don y que, por tanto, no todos la tienen. Sin embargo, lo que a mi juicio ocurre en muchos casos, es que las conciencias están demasiado oscurecidas como para aceptar las exigencias de la fe. Y es ahí donde hay que trabajar, sembrando realismo: para aclarar las conciencias y para ablandar los corazones, haciéndolos más permeables a la gracia.
¡Cuánto cambiaría el mundo si más allá de la responsabilidad social –tan de moda a nivel empresarial– cada uno de nosotros adquiriera, además, una responsabilidad espiritual personal por la felicidad terrena y por la eterna salvación de cada otro, empezando por los más cercanos!
La tarea que hay por delante no es fácil. Pero para Dios no hay imposibles. No veremos los resultados en dos días, pero menos resultados veremos si no ponemos manos a la obra ya.
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