Desde el 4 de julio, día de su estreno en Estados Unidos, la película “Sonido de libertad” sobre la trata de niños no ha dejado de dar que hablar. El pueblo llano, la prensa objetiva y los gobernantes sensibles a este problema han visto y respaldado la película. Otros la han atacado de forma virulenta, quizá porque por motivos inconfesables no tienen interés en que se sepa la verdad sobre una realidad tan dura. Y algunos, le han pegado porque el impresionante éxito de una película realizada por católicos, basada en la historia real de un valiente agente del orden, casado y padre de seis hijos, les cae como patada en el estómago.
La película –filmada hace cinco años y estrenada tras múltiples dificultades– cuenta la historia de un policía cuyo trabajo consiste en atrapar pedófilos. Casi al principio, un compañero de trabajo le pregunta al protagonista (en la vida real, Tim Ballard, interpretado en la película por Jim Caviezel), cuántos pedófilos atrapó durante su carrera. El número es cercano a los 300; pero la siguiente pregunta, desarma al agente Ballard: “¿Cuántos niños rescataste?”. La pregunta queda sin respuesta…
Y es que las mafias organizadas en torno a la trata de niños, para venderlos y usarlos como esclavos sexuales, son muy bien pagadas por pedófilos de excelente posición económica: se trata de un “lujo caro”. Los buenos dividendos que obtienen les permiten ocultar muy bien su “mercancía”, y “exportarla” a países lejanos.
La película deja claro que el negocio de estas mafias, a diferencia de la droga, donde cada paquete se vende una vez, consiste en vender unas diez veces al día, durante varios años, a los mismos niños, a partir de los seis o siete años de edad… Por eso es uno de los “negocios” ilícitos más redituables y el de mayor crecimiento en los últimos años.
La historia que cuenta la película es real. En una escena muy bien lograda, el padre de una niña desparecida le dice al policía algo así: “Imagínese entrar por la noche al dormitorio de sus hijas y ver una cama vacía” … En otra escena, el propio Ballard le dice a un policía que cree que el rescate de la niña es imposible: “¿Tú qué harías si fuera tu hija?”. Dos argumentos que dan mucho que pensar. Lo que ocurre es que uno lo piensa cuando se enfrenta a situaciones concretas, de las que la sociedad en su conjunto no parece tener conciencia alguna.
Mucho se han criticado –y cuando es cierto, está bien que se señalen– los abusos de niños por parte de sacerdotes. Pero casi nunca aparecen noticias sobre el comercio de niños esclavos. Ni en las redes ni en los medios ni en las campañas políticas parece tenerse en cuenta este grave problema. ¿Por qué se habla tan poco de este horrible flagelo? ¿Por qué no se visibiliza más? ¿Y si fueran nuestros hijos los que estuvieran siendo esclavizados?
El lema de la película, aparece cuando Tim Ballard explica por qué ha decidido jugarse la carrera –y su vida– en el intento de rescatar a una niña: “Los hijos de Dios no se venden”. El mensaje no podría ser más claro: los niños, por indefensos y por vulnerables, son los más cercanos al corazón de nuestro Señor Jesucristo. Por eso no se venden. Pero tampoco deben ser erotizados, ni ideologizados, ni se les debe robar la inocencia. Las únicas acciones que caben ante ellos son el amor, la protección, el amparo: la educación de sus almas para la vida eterna.
Hace muchos años, conocí a un matrimonio que perdió a su hijo durante el séptimo mes de embarazo. La mamá fue a hacerse una ecografía acompañada por su marido y el ecografista descubrió que el bebé había muerto. La señora quedó internada en Maternidad hasta que expulsara al bebé. Allí pasó el matrimonio la noche más dura de sus vidas, escuchando los llantos de otros niños y sabiendo que el suyo nunca iba a llorar. Allí aprendieron que el llanto de los niños es la música de la vida: un “sonido de libertad”.
El llanto de los niños esclavizados es, por el contrario, el sonido de la ignominia, del abuso, de la repugnante depravación de los pedófilos. Pero gracias a esa pureza interior que sólo poseen los niños, aquellos que son rescatados del horror pueden llegar a convertir su llanto risas, en cantos, en juegos y en festejos. Es el sonido de la libertad del que habla la película: es el sonido del respeto y del amor que merece la dignidad de cada ser humano creado por Dios, desde su concepción hasta la muerte natural.
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