“…sólo es digno de la libertad y la vida quien es capaz de conquistarlas día a día para sí…”
J.E. Rodó
Lentamente, casi sin darnos cuenta, todo nuestro país comenzó a ingresar a una realidad que no había sido prevista ni por los más pesimistas predictores –que nunca faltan- de malas noticias. Los uruguayos estamos viviendo una pesadilla que pone a prueba un temple que hace tiempo venimos perdiendo.
Apoyamos todo el paquete de medidas que viene aplicando el nuevo gobierno, a los pocos días de haber asumido, para enfrentar la peligrosidad de una pandemia con una capacidad de contagios sin precedentes, pone en riesgo de colapsar a los recursos de la salud como ha venido sucediendo en otros países.
No deja de ser penosa esta cuarentena, que si bien con buen sentido no se le dio carácter de obligatoriedad, nuestra gente la viene realizando mayoritariamente en forma voluntaria, de acuerdo a sus posibilidades. Porque contraría la raíz social del animal hombre, que de esta forma al vivir aislado se transforma en víctima más fácil de algunos contenidos de las redes sociales que muchas veces difunden terror y zozobra. Piénsese que se ha alterado el sentido del día de descanso semanal –domingo o sábado- dedicado en muchos casos a cultos religiosos, que siempre han actuado como catarsis del espíritu. Y también a los espectáculos deportivos o festivos. Y un tema no menor son las dificultades habitacionales de muchos de nuestros conciudadanos.
Decimos dolorosas también porque están dejando una profunda huella en la ya maltrecha situación económica que venimos padeciendo en los últimos años, sobre todo en los sectores más frágiles de la sociedad. Nunca como en estos 15 años, en aras de una concepción igualitaria de la sociedad, se generaron situaciones de tanta irritativa desigualdad.
El inversor nacional, el que genera y gasta las utilidades dentro de fronteras –cuando las hay- fue desdeñosamente dejado a la vera del camino, priorizando genuflexamente al inversor especulativo y foráneo. La extranjerización y concentración de la tierra, el cierre sistemático de los eslabones más débiles (que son los más) de la agroindustria nacional, la legalización de tasas usurarias por parte del BCU, y la proliferación de un supuesto crédito al consumo, que logró que casi ningún salario remunerara la dignidad del trabajo. Y sobre todo en estos tres lustros se fomentó la cultura del no trabajo.
Este tipo de situaciones límite a que hemos llegado, a veces dejan desnuda la osamenta del descalabro social. Ya no vamos a los cientos y cientos de personas que viven y duermen en situación de calle, que en muchos casos es un drama del alma, es decir la droga y sus consecuencias. Resulta que ahora golpean la puerta del Estado los que en este período vivieron en la informalidad y muchas veces compitiendo en forma desleal con el comercio establecido, que era severamente controlado y hasta multado por la DGI. Y no nos referimos a esos hermanos en desgracia de nuestra América, que arribaron a nuestras costas, tratando de sobrevivir a esos paraísos terrenales…
No es el momento más oportuno para retomar el inventario de las cuentas de cómo dejó al país esa otra pandemia política, cuando nos toma de sorpresa esta calamidad sanitaria que constituye un cataclismo, el primero a nivel global.
Cambiemos el tono plañidero y busquemos en las ideas fuerza del gran pensador compatriota José Enrique Rodó, la medicina necesaria que fortalezca nuestra voluntad de sobreponernos a la adversidad.
Curioso tipo de profeta, nuestro mayor pensador, cuyo mensaje lo trasmitió por escrito. Recordemos aquella parábola del niño y la copa que al llenarla de arena deja de producir sonoridad y el niño descubre que con una flor logra sobreponerse a un supuesto fracaso…” ¡Si ante los limites que pone la fatalidad a nuestros propósitos, nuestras esperanzas y nuestros sueños, todos hicieramos como el niño…”
Idea obsesiva la de la voluntad superadora del pesimismo que Próspero en su inmortal discurso se dirige a la juventud de América y la convoca a la acción redentora.
“Una generación humana que marcha al encuentro del futuro, vibrante con la impaciencia de la acción, alta la frente, en la sonrisa un altanero desdén al desengaño…”