No sé si son los años o la cantidad de veces que uno lleva escuchando el mismo disparate… pero cada vez tengo menos paciencia con los periodistas, pseudointelectuales y opinólogos que, cuando hablan de la Edad Media, se refieren a ella como “aquellos tiempos oscuros”.
Para empezar, el período de tiempo que denominamos “Edad Media” va del siglo V al siglo XV. En esos mil años, junto a las sombras que suelen acompañar la historia de los descendientes de Adán y Eva, hubo también muchas y magníficas luces. Una de ellas –quizá el mejor “invento” de los católicos medievales– es la universidad.
En su libro “The Medieval University 1200-1400”, el historiador Lowrie Daly sostiene que “la Iglesia desarrolló la universidad porque fue la única institución en Europa que mostró un constante interés en la preservación y el cultivo del conocimiento”.
Habrá quien argumente que la primera universidad de la historia fue la de Constantinopla (340 a.C.), la de Ez-Zitouna (737 a.C.), o la madrasa de Qarawiyyin (859 d.C.). Pero lo cierto es que el modelo universitario actual es, en esencia, prácticamente el mismo que tenía la Universidad de Bolonia cuando se fundó en 1088.
Entre esa fecha y el año 1500 se fundaron en Europa 67 universidades: 19 en Italia, 17 en Francia, 11 en Alemania, seis en España, tres en Escocia, dos en Inglaterra, dos en Portugal, una en Polonia, una en la actual República Checa, una en Suecia, una en Suiza, una en Irlanda, una en Austria y una en Dinamarca.
Estas universidades no nacieron de un repollo: fueron el resultado de un proceso que se inició con las escuelas catedralicias y monásticas. En su momento, estas dieron paso a los “universitās magistrōrum et scholārium”: así se denominaba a los gremios o corporaciones de maestros y alumnos que se encontraban en los albergues o “colegios”. Estos acogían a quienes se trasladaban a dar o recibir clases desde los más diversos rincones de Europa. A estas corporaciones, regenteadas por maestros (magisters) que enseñaban diversas materias y disciplinas, también se les llamaba “Studium generalis”.
La educación básica en la Edad Media empezaba con el “trívium” (gramática, dialéctica y retórica), y culminaba con el “quadrivium” (aritmética, geometría, astronomía y música). Estas siete “artes liberales” equivalían a un bachillerato actual, y eran la base para los estudios universitarios: Derecho (civil y canónico), Medicina, Filosofía y Teología, ciencias típicas de las universidades medievales.
Los estudios se cursaban durante una determinada cantidad de años, en base a programas autónomamente definidos por las autoridades universitarias. El método de enseñanza era el escolástico, y se caracterizaba por incentivar la argumentación y la especulación mediante el razonamiento lógico. El énfasis que se ponía en la disputa y en el debate libre con argumentos racionales entre alumnos, e incluso entre alumnos y docentes, es típico de la Edad Media. A diferencia de lo que ocurre en la actualidad, los universitarios medievales poseían una notable apertura mental.
Al culminar los estudios, las universidades otorgaban grados académicos que, al ser aprobados por el Papa o el Emperador, eran reconocidos desde Cracovia a Lisboa y desde Uppsala a Catania. Esto generó una gran movilidad social de docentes y estudiantes, y es una de las principales causas de que Europa haya acunado a la civilización occidental.
Además, los saberes que enseñaban los “Studium generalis” o “Universitas”, eran todos los que importaban en la época: tenían validez universal y podían ser aplicados en todas partes, gracias al arma del latín, lengua “universal”, utilizada tanto en cuestiones científicas como en asuntos espirituales.
El hecho de que las universidades fueran reconocidas por el Papa, les dio la autonomía necesaria para autogobernarse, y les aseguró el ejercicio de la libertad académica, ambas fundamentales para la vida universitaria. De hecho, los papas fueron durante siglos los principales garantes de estas libertades ante las autoridades civiles.
Por todo esto, Edward Grant, historiador de Harvard, sostiene que las universidades medievales son“un don de la Edad Media latina para el mundo moderno… pese a que este don podría no ser reconocido nunca. Tal vez, siempre se quedará con el status que ha tenido en los últimos cuatro siglos: ser el secreto mejor guardado de la civilización occidental”.
¿No será hora de empezar a gritarlo a voz en cuello?
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